EL CARISMA EN FAMILIA

Un tronco con varias ramas
P. Joaquín Fernández, s.m.

No pretendo dar una explicación teológica de los cambios habidos en las relaciones entre sacerdotes, religiosos y laicos en la comunión en la Iglesia. Los documentos del Concilio Vaticano II y otros trabajos posteriores dan las razones bien argumentadas. Para nuestro caso es suficiente reconocer y aceptar que no es un cambio casual ni por conveniencia del momento, que no es tampoco una estrategia nueva por causa de la escasez de sacerdotes y religiosos en unas partes del mundo, sino que es algo con raíces profundas y que reconocemos como voluntad del Espíritu Santo para la Iglesia de hoy y de siempre.

Aquí se trata de una breve descripción del camino recorrido: lo que fue y lo que es, para llegar a comprender y a promover lo que empieza a ser. Dada la brevedad de la descripción, existe el riesgo de simplificar demasiado y de olvidar muchas cosas importantes. No pretendo la exactitud del profesional, sino la de mostrar algunos hechos que permitan sacar consecuencias y ayudar a dar un paso hacia delante.

Por tanto, se puede dividir el trabajo en tres secciones:

  1. De dónde hemos salido, o sea, la situación vivida en la Iglesia y en las congregaciones religiosas durante bastantes años después de la fundación.
  2. Dónde estamos, después de una evolución un tanto apresurada y de búsqueda de nuevos caminos de expresión del carisma y misión fundacionales.
  3. La "familia", nueva realidad a construir, impulsados por el Espíritu y por la intuición de los fundadores. Lo que los fundadores intuyeron y desearon quizás no fue posible en su momento, pero ahora sí es posible y necesario.
1- El punto de partida

Esquemáticamente, cuando vivieron los fundadores y elaboraron sus proyectos, la Iglesia estaba estructurada en dos polos: los pastores y los fieles (generalmente laicos), cada uno con papeles bien diferenciados. El centro de decisión y de referencia era el clero, los pastores. (Todavía hoy se habla mucho de ‘Iglesia’ referida a los pastores). Los laicos podían ser ayudantes valiosos, según la voluntad del pastor, pero no tenían autonomía ni autoridad.

La participación del laico en la vida de la Iglesia, cuando ésta se daba, era algo colateral, una concesión, a discreción del pastor. Normalmente se trataba de un papel secundario al interior de la organización misma, es decir, en el ámbito litúrgico y cultual, del servicio de la caridad, organizativo, parroquial, etc., al lado y como ayuda de los sacerdotes y religiosos y bajo su control. En realidad era más un servidor del clero que un agente evangelizador de la sociedad. (Sin embargo, siempre ha habido laicos eminentes que se salían del esquema). En muchos lugares no se ha superado todavía esta etapa de la evolución en la relación pastores&emdash;laicos.

Algunos laicos, sin embargo, se fueron organizando en asociaciones que buscaban adquirir autonomía para ir al encuentro de realidades nuevas, tanto personales como de apostolado. Querían participar activamente y con responsabilidad en la vida de la Iglesia y del mundo. (Ver el ejemplo de la Acción Católica). Fue un paso muy importante, ya que abrieron campos a los que los pastores no tenían acceso o para los que no estaban preparados. A pesar del apoyo que recibieron de los pastores, la autonomía que adquirieron fue relativa ya que fueron mantenidos bajo control. Era una posición que dio muy buenos frutos y muchas esperanzas, pero también sufrimientos debido sobre todo a las incomprensiones mutuas, a las sospechas y a la falta de valorización del papel y de la responsabilidad específica del laico en nuevos campos de misión: profesionales, culturales, políticos, sociales, económicos, etc. Esto llegaría más tarde.

Asociaciones semejantes de laicos existían desde hacía mucho tiempo en relación con las órdenes y congregaciones religiosas. Al lado de los religiosos existían los miembros de las terceras órdenes y de otras asociaciones semejantes. Podían tener su organización propia e independiente e incluso realizar apostolados bajo su exclusiva responsabilidad. Pero siempre había una dependencia jurídica de los institutos religiosos, con una fuerte tendencia a imitarlos en muchos aspectos: hábito, formación, apostolado, etc. Este esquema es todavía muy frecuente hoy en muchas congregaciones religiosas.

El Concilio Vaticano II, al romper la dicotomía pastores&emdash;fieles, y definir la Iglesia como pueblo de Dios y como comunión, puso las bases para superar esta realidad y abrió un campo insospechado que se ha venido explorando en todos estos años. Las consecuencias que de ahí se derivan en el campo eclesial, y de manera particular para las congregaciones religiosas en su relación con los laicos asociados a ellas, todavía se están comenzando a sentir.

2- Dónde estamos

La concepción teológica de la Iglesia como comunión y el descubrimiento que el carisma no es propiedad de ningún instituto, sino que pertenece a toda la Iglesia, cambian radicalmente las relaciones al interno de la Iglesia. Ya no hay dos categorías, pastores y fieles, sino una multitud de componentes eclesiales con papeles distintos. No se trata de competir unas con otras, o de controlarse mutuamente, sino de colaborar en comunión unas con otras para contribuir a la vida y misión de la Iglesia. Ninguna de las componentes agota las posibilidades de vida y de misión de la Iglesia. La misma vida consagrada no es un intermedio entre dos polos, ni es "una realidad aislada y marginal", sino que "está en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión" (VC 3).

Nos interesan las relaciones que se refieren a los laicos, pues es en este campo en el que se ha dado una verdadera revolución. El reconocimiento y la aceptación del lugar y la responsabilidad de los laicos, en sus múltiples variedades, al interno de la Iglesia al mismo nivel que los de los pastores y de los religiosos consagrados está provocando cambios radicales. Hay confusión, pero también búsqueda constante de caminos para la integración de una componente demasiado tiempo olvidada. No siempre se acepta fácilmente y con agrado ese lugar y esa responsabilidad; otras veces se las acepta por motivos equivocados, como por ejemplo, porque falta el clero.

Las intuiciones de los fundadores

El contexto del pasado (y en parte del presente) fue ya superado y puesto en entredicho por las inspiraciones y proyectos de muchos fundadores en los siglos XIX y XX.

Empezaron a mirar la Iglesia globalmente, no con ojos organizativos, sino con la visión de quienes se preocupan de su salud espiritual de la Iglesia y del mundo ofreciendo soluciones. Descubren otras posibilidades de estar presentes en la Iglesia y de participar en su misión. No tienen miedo de romper fronteras establecidas, pues se mueven en el reino de las utopías.

El proyecto que intuyen, imaginan y ponen en marcha no se reduce a reunir un grupo determinado de personas (una congregación religiosa) para servir a otro grupo determinado de personas (enfermos, niños, campesinos, etc.), sino que tratan de agrupar a los más posibles para participar en la misión de la Iglesia entera entrando en los más variados campos. Lo hacían desde una perspectiva particular que era su manera de percibir la realidad, de leer el evangelio y de vivirlo con acentos y sensibilidades originales (la espiritualidad). El P. Dehon lo hacía desde el Corazón de Jesús, para establecer el reino del Sagrado Corazón en las almas y en la sociedad.

El concepto o proyecto que fundan era mucho más amplio que el de órdenes religiosas y terceras órdenes o incluso de institutos religiosos y asociaciones laicales. La respuesta a las necesidades de la Iglesia y del mundo debía ser múltiple, desde todas las diversas componentes posibles, religiosos y religiosas organizados como congregaciones religiosas, ministros ordenados que viven la nueva espiritualidad, laicos en toda la variedad de personas y asociaciones en que éstos podían organizarse. Es lo que hoy llamamos "familia". Todos podían participar en la vida de la Iglesia y en las tareas apostólicas o en actividades según las propias posibilidades y bajo el impulso dado por el fundador.

La posibilidad de realizar sus proyectos era entonces muy limitada. No era difícil comenzar y organizar las ramas religiosas de la familia. Pero en lo referente al desarrollo del movimiento laical las posibilidades quedaban muy disminuidas. Los mismos fundadores muchas veces no sabían cómo hacer y tampoco tenían modelos que seguir o copiar. Eso le pasó al menos a nuestro fundador. La idea de Iglesia como pueblo de Dios o como comunión no sólo no había aparecido, sino que no tenía cabida en la organización de entonces.

La impresión general que permaneció fue que el carisma quedaba expresado de modo completo en las ramas religiosas y en cierto sentido era propiedad suya. Los laicos sólo podían acceder a él parcialmente. Eran las migajas que caían de la mesa del rico. Eso explica que la participación de los laicos en el carisma y la espiritualidad de un movimiento religioso fue durante mucho tiempo marginal, restringida, como ayuda o irradiación de la riqueza de los religiosos.

Realizaciones concretas

Según el testimonio de varias familias religiosas, las ramas laicales quedaron en proyectos apenas esbozados o aparecieron como copias de las terceras órdenes de las órdenes mendicantes, que era lo único conocido, o en asociaciones dependientes de los religiosos. Los fundadores se limitaban a decir algo así como: "No es eso, no es eso", como decía nuestro fundador cuando organizaron la rama de los laicos y le dieron el nombre de Tercera Orden de María. Poco más podían hacer fuera de explicar su idea una y otra vez. Y cuando ponían algo en marcha, aparecían dificultades por todas partes. Todavía hoy tenemos dificultad para entenderlo. Pero ni la idea ni los primeros pasos desaparecieron y con el tiempo llegaron a mostrar su riqueza.

Las ramas laicales de la familia que se fueron organizando, principalmente como asociaciones de laicos, lograron en muchos casos un gran desarrollo con un gran número de afiliados. Era ya una señal clara de lo que los laicos estaban esperando y necesitando. Tenían, y siguen teniendo, sus estatutos aprobados, su organización interna, sus responsables propios y hasta apostolados reservados para ellos. Pero siempre era el instituto religioso el responsable último, el que vigilaba y en última instancia decidía. Pero no era lo definitivo.

Inmediatamente después del Concilio Vaticano II apareció una nueva perspectiva que en poco tiempo puso en crisis la existencia de algunas o muchas de esas asociaciones que no tenían en cuenta las nuevas posibilidades de los laicos y sus aspiraciones. Al lado de ellas fueron apareciendo otras maneras de vivir, participar y compartir el carisma y la misión de los institutos religiosos. Poco a poco, casi espontáneamente y sin saber bien hacia dónde iban, fueron apareciendo pequeños grupos bastante informales, que no querían ser simples colaboradores de los religiosos, sino algo más. No tenían una identidad muy clara, según los conceptos manejados hasta entonces, y se presentó la dificultad de insertarlos en lo que se tenía organizado hasta ese momento. Es el paso de lo que viene descrito en una de sus revistas como "De los Laicos Dehonianos a la Familia Dehoniana".

Una voluntad de caminar juntos

La ayuda y el empuje para desarrollar las potencialidades fundacionales no faltan hoy y vienen incluso desde ‘arriba’. Los documentos abren horizontes, aunque todavía estamos descubriendo su alcance. No comprendemos la amplitud del campo que se abre ante nuestros ojos y somos lentos en dar los pasos para poner en práctica lo que se nos pide.

Sin entrar en detalles, he aquí algunas afirmaciones contenidas en los documentos Chistifideles Laici (CL) y Vita Consecrata (VC).

"Precisamente porque deriva de la comunión eclesial, la participación de los fieles laicos en el triple oficio de Cristo exige ser vivida y actuada en la comunión y para acrecentar esta comunión" (CL 14).

"En razón de la común dignidad bautismal, el fiel laico es corresponsable, junto con los ministros ordenados y con los religiosos y las religiosas, de la misión de la Iglesia. Pero la común dignidad bautismal asume en el laico una modalidad que lo distingue, sin separarlo, del presbítero, del religioso y de la religiosa" (CL, 15).

"El estado laical tiene en la índole secular su especificidad y realiza un servicio eclesial testificando y volviendo a hacer presente, a su modo, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, el significado que tienen las realidades terrenas y temporales en el designio salvífico de Dios" (CL 55).

De manera más directamente aplicada a la realidad que nos ocupa, VC dedica tres números completos a la comunión, colaboración, participación de los laicos en la misión de los institutos de vida consagrada. Algunas afirmaciones son importantes:
"Sus diversos miembros (de la Iglesia como comunión) pueden y deben aunar esfuerzos, en actitud de colaboración e intercambio de dones, con el fin de participar más eficazmente en la misión eclesial... En aquellos institutos comprometidos en la dimensión apostólica , se traducen en formas de cooperación pastoral" (VC 54).

"Estos nuevos caminos de comunión y de colaboración merecen ser alentados... De ello se podrá derivar una irradiación activa de la espiritualidad más allá de las fronteras del instituto, que contará con nuevas energías... Aunar esfuerzos entre personas consagradas y laicos en orden a la misión... No es raro que la participación de los laicos lleva a descubrir inesperadas y fecundas implicaciones de algunos aspectos del carisma, suscitando una interpretación más espiritual, e impulsando a encontrar válidas indicaciones para nuevos dinamismos apostólicos" (VC 55).

Una manifestación significativa de participación laical en la riqueza de la vida consagrada es la adhesión de fieles laicos a los varios institutos bajo la forma de los llamados miembros asociados o, según las exigencias de algunos ambientes culturales, de personas que comparten, durante un cierto tiempo, la vida contemplativa y la particular entrega a la contemplación o al apostolado del instituto... Tener en gran estima el voluntariado que se nutre de las riquezas de la vida consagrada" (VC 56).

Estos textos ofrecen muchos puntos de reflexión y de programación. Por un lado dan el marco de relación mutua entre religiosos y laicos dentro de la comunión eclesial. Por otro lado dan sugerencias prácticas de cómo caminar juntos. Religiosos y laicos son dos componentes muy ricas que tienen que aprender una de otra, compenetrarse (junto con los ministros ordenados) sin ser absorbidas, actuando en coordinación mutua.

3- El presente-futuro: la "familia"

Hagamos dos aclaraciones previas antes de seguir adelante para no perder elementos de las declaraciones pontificias, evitar confusiones y preparar las relaciones de familia.

La estructura de vida del laico, con su característica de secularidad en la espiritualidad y en el trabajo apostólico, no puede ser la misma del religioso, como tampoco pueden ser los mismos los compromisos que adquiera en su vida privada (profesión, estado de vida, etc.).

Si el carácter específico del laico es la secularidad y el mundo es el lugar en donde recibe la llamada al cumplimiento de su vocación y donde la vive y donde se santifica, su lugar de presencia y de trabajo no es tanto el templo y la liturgia o la catequesis o la administración económica de una obra religiosa o la colaboración en las obras de los religiosos o asegurar la continuación de las mismas o cosas semejantes. Ciertamente deberán participar en la vida litúrgica, sacramental, caritativa, etc. de una comunidad cristiana, porque ningún cristiano puede prescindir de esos elementos. Pero su lugar propio será el mundo y la sociedad en los que viven, a los que llevan su testimonio, en los que anuncian el Evangelio de la manera más apropiada a cada situación y lugar y con los cuales oran y se santifican.

La participación de los laicos en asociaciones dependientes de una congregación religiosa y su colaboración en las obras apostólicas de la misma, han ayudado enormemente al descubrimiento de un campo más amplio, el del carisma y la espiritualidad, que estaba sin explorar y que por un tiempo no estaba abierto a ser compartido.

No es extraño que, al querer compartir el carisma y la espiritualidad, los laicos comenzaran por imitar a los religiosos y organizarse a semejanza de ellos, que eran los que poseían el carisma y lo interpretaban autorizadamente. De ahí resultó que algunos laicos más cercanos y comprometidos quisieron compartir la vida de comunidad de los religiosos, y que otros se sintieran como marginados, de segunda o tercera categoría, por no seguir esos modelos.

Las componentes de una familia (religiosos y religiosas, terceras órdenes, asociaciones de sacerdotes y de laicos, otros grupos relacionados con ella) que se identifican con el carisma y espiritualidad de un fundador, tienen que comenzar un diálogo abierto y constante para conocer cada vez mejor los contenidos del carisma, las distintas manifestaciones válidas del mismo, las relaciones entre ellas, respetando la autonomía de cada componente, los campos de misión que deben abordar por separado o en colaboración. Ninguna componente lo podrá hacer por separado. Puede ser que los religiosos y las religiosas necesiten estar un poco retirados o silenciosos durante un tiempo para permitir a las demás componentes la libertad de expresarse y la búsqueda de nuevos elementos más adaptados a ellos, pero no podrán estar totalmente ausentes del diálogo. Su experiencia es muy valiosa para identificar muchos aspectos ya experimentados y para descubrir otros en el futuro.

En este momento las maneras de compartir el carisma, la espiritualidad e incluso la misión están dando lugar a realidades variadas que poco a poco se van extendiendo, purificando, superando:

La oferta de un servicio de voluntariado, en una cercanía de las comunidades religiosas y en una colaboración en sus obras apostólicas.

La petición de una formación seria al carisma, espiritualidad y misión propias de la familia. No basta ya compartir oraciones, preocupaciones o trabajar juntos. Muchos no se plantean ni siquiera el trabajo, sino la asimilación del carisma y de los elementos de la espiritualidad. De momento no necesitan más. En este campo es necesario desarrollar una pedagogía formativa adaptada a las posibilidades de los laicos.

Una cierta distancia o posición crítica por parte de algunos grupos de laicos con relación a los religiosos de la familia y a su manera de expresar en la práctica ese carisma y espiritualidad y la realización concreta de la misión.

Una justa autonomía con respecto a la congregación religiosa y a otras asociaciones anteriores dependientes de ella, en la expresión del carisma, en la organización interna, en los campos de presencia y de trabajo. Al carecer de experiencia en este campo, muchas expresiones son todavía deficientes, parciales, dispersivas.

La participación en comunidades ‘mixtas’ en las que se trata de vivir el mismo carisma, la misma espiritualidad y la misma misión desde vocaciones distintas, pero en diálogo permanente y en un respeto sincero de las diferencias. Es un camino válido, pero limitado en sus posibilidades.

La participación o colaboración de las diferentes componentes en una obra de apostolado común con responsabilidades compartidas y a la que cada uno aporta su característica propia. Se necesitan personas sólidas y bien preparadas para este tipo de compartir carisma y misión.

Hay nuevos campos de misión o apostolado no explorados por los religiosos porque son más propios de los laicos y que ahora comienzan a ser asumidos o explorados por algunos grupos de laicos. Es una revitalización o expansión del carisma y una apertura a una misión nueva en la Iglesia. Es ahí donde se ponen en juego todas las posibilidades apostólicas del carisma y su contribución al servicio de la Iglesia.

Las congregaciones que nacieron con la perspectiva de familia o de varias ramas tienen muchas posibilidades de encontrar caminos distintos de participación y de expresión del carisma en sus diversas componentes, manteniendo una necesaria autonomía. El dinamismo se encuentra en el carisma fundacional, aunque no se haya podido desarrollar totalmente por falta de oportunidades o de modelos.

Tareas pendientes

Hay que superar la posición, especialmente por parte de las comunidades y congregaciones religiosas que tienen obras grandes como colegios y parroquias, de que la participación de los laicos en el carisma y espiritualidad no se puede hacer sin participar en sus obras o sin repetir las obras típicas realizadas en el pasado. Es una posición que tiene su valor, pero es limitada y no va hasta las consecuencias de la comunión de vocaciones. ¿Cómo dar una expresión distinta, laical, secular, al carisma que dio origen a uno o varios institutos y que ahora quiere abrirse hacia toda la Iglesia por medio de los laicos?

Hay que superar la tendencia al control, a repetir estructuras, y sobre todo a querer que desde el principio los laicos estén a la altura máxima y tengan una conciencia de pertenencia como los religiosos sin darles los medios (incluso económicos) para conseguirlo.

Hay que dar tiempo y poner mucho esfuerzo para la formación de las personas, para la asimilación del carisma y para determinar los nuevos elementos propios de una espiritualidad laical que viene a añadirse con fuerza y descentra muchas cosas que se daban por definitivas. No hemos hecho más que empezar.

Hay que resistir también la tentación de querer identificar rápidamente y proponer como definitivos los elementos que han de tener los diferentes grupos que van surgiendo, de manera que se vea claramente cuáles son auténticos y cuáles se salen de la familia. Los signos de identidad, sobre todo entre los laicos, no son tan claros ni unívocos como lo pueden pensar los religiosos. Estamos en un tiempo de búsqueda y no conviene acelerar los pasos para llegar a una meta que no conocemos.

Esto vale igualmente para los nombres. A veces gastamos mucho tiempo discutiendo sobre nombres. Basta por el momento un nombre genérico que deje libertad de elección del nombre o título que identifica a cada grupo en particular. Ya llegará el momento de integrar los distintos grupos en un movimiento común.

Una observación final: La situación actual viene descrita por algunos como una vuelta a los tiempos de los orígenes de las congregaciones cuando "la intuición del fundador o fundadora era casi ‘mística’ y que no se puede esquematizar, y, pasando por fases no lineares, se ha convertido en ‘movimiento’ inicial, exploratorio, aventurado, obstaculizado, que desea evitar lo instituido y consolidado... Las nuevas experiencias parecen reabrir justamente aquel dossier de la fundación para recuperar no sólo el impulso creativo original, sino también, en muchos casos, el sentido eclesial de la ‘familia abierta’ y compleja que existía en su origen, pero que luego se había perdido" (B. Secondin: Compartir el carisma y la espiritualidad. Nuevos caminos de comunión y de irradiación apostólica. En Carisma y Espiritualidad, USG. 1999, p.15).

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