DOSSIER CENTRALE
N.B. Los números entre paréntesis indican la constitución, en caso de no constar otra cosa.
Introducción
Toda congregación que se precie encuentra en su fundador el origen de cuanto vive, pues por él queda configurada su existencia y su modo de ser. La congregación de los Sacerdotes del Corazón de Jesús tiene su origen en la experiencia de fe de su fundador, León Dehon, que no fue otra que la que san Pablo manifiesta a los gálatas escribiendo: Ahora, en mi vida mortal, vivo creyendo en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gál 2,20). En estas palabras hallamos ya la imagen de Dios que León Dehon transmitirá a su congregación, en la que siempre prevalecerà el rostro amoroso de Dios.
Las relaciones que el hombre mantiene con Dios están condicionadas por la imagen que de él se ha formado. Viendo en el rostro divino el amor que Dios es y le caracteriza, encontraremos de lo más natural que el clima espiritual de los Sacerdotes del Corazón de Jesús muestre un matiz muy acentuado y definido en la línea del amor.
Dios es amor
Juan afirma explícitamente en su primera carta que Dios es amor (Jn 4,8). Aunque este enunciado no se encuentra en las constituciones de los Sacerdotes del Corazón de Jesús, la actividad amorosa de Dios es la idea que más frecuentemente se halla en sus páginas, ya sea el amor de Dios Padre, ya sea del Hijo o del Espíritu Santo; las tres personas se hacen continuamente presentes en las constituciones. La 78, hablando de la oración, nos recuerda que acogiendo al Espíritu que ruega en nosotros y viene en ayuda de nuestra debilidad (cf. Rm 8,26ss), queremos alabar y adorar en el Hijo, al Padre que cada día realiza entre nosotros su obra de salvación y nos confía el ministerio de la reconciliación (cf. 2 Co 5,18). No es frecuente la mención nominal de las tres personas de la Trinidad en una misma constitución, pero, recordando a cada una de ellas, se afirma constantemente el amor, forjado antes de la creación del mundo (cf. Ef 1,3-14), el Padre envió a su Hijo: lo entregó a la muerte por nosotros (Rm 8,32) (19). En este amor de Cristo, que acepta la muerte como entrega final de su vida por los hombres y como obediencia filial al Padre, el padre Dehon ve la fuente misma de la salvación (3). Enviado en la plenitud de los tiempos, y en obediencia al Padre, Cristo realiza su servicio en favor de las multitudes [...] Por su solidaridad con los hombres como nuevo Adán, Cristo ha revelado el amor de Dios y ha anunciado el Reino: ese mundo nuevo que está ya en germen mediante los esfuerzos vacilantes de los hombres, y que encontrará su cumplimiento, superando toda expectativa, cuando, por Jesús, Dios será todo en todos (10). En todo esto, él (León Dehon) tiene la preocupación constante de que la comunidad humana, santificada por el Espíritu Santo, se transforme en ofrenda agradable a Dios (31).
Del Padre se afirma que nos ama (9, 10, 19); que cada día realiza en nosotros su obra de salvación y nos confía el ministerio de la reconciliación (78); promete y realiza el Reino en su Hijo (37); nos ayuda con su gracia (39); da sus dones a los hombres (41); selló su Alianza con su Pueblo (84); es fiel (144).
Abundan las afirmaciones sobre la actividad del Hijo: es amor que se entrega (2); se hace presente en la vida del mundo (2, 22, 28, 60, 84); ama al Padre (17, 35, 41, 43, 63, 77, 81, 84, 144); ama a los hombres (17, 18, 35, 41, 63, 77, 81, 84, 144); salva (3, 9, 28, 78); recrea al hombre (3, 12, 21, 39); es rechazado, encuentra obstáculos (4, 29); sirve (10); rescata (10); revela el amor de Dios (10); anuncia el Reino (10); padeció su pasión por el hombre (13); redime (14, 21); santifica (14); libera del pecado (23, 57); restaura la humanidad en la unidad (23); se identifica con los humildes y los pobres (28); anuncia la Buena Noticia (28); se hace solidario con los hombres (29); nos reúne y hace vivir juntos (82); nos consagra (82); transforma la vida del hombre (83).
Del Espíritu Santo se dice que nos guía (16); nos santifica (31); nos inspira (42, 57); ruega por nosotros (78); viene en ayuda de nuestra debilidad (78); reparte sus dones (86); llama (86).
La experiencia del amor de Dios que Juan manifiesta cuando escribe hemos conocido el amor de Dios y hemos creído en él (1 Jn 4,16), es la que caracteriza toda la vida de León Dehon y se repite continuamente en las constituciones de su congregación. Estas frases lo confirman: Con todos nuestros hermanos cristianos, confesamos, por el Espíritu, que Cristo es Señor, en quien el Padre nos ha manifestado su amor, y que está presente en nuestro mundo para salvarlo (9). Ávidos de la intimidad del Señor, buscamos los signos de su presencia en la vía de los hombres, donde actúa su amor salvador (28).
Experiencia de fe de León Dehon
Se dice que experimentar es saberse en relación con personas o acontecimientos, y en una relación que, cuando es religiosa, nos modifica de algún modo. La toma de conciencia de esta relación modificante con alguien es precisamente vivir la experiencia. Para León Dehon, la fe es algo más que creer en lo que no vemos o aceptar un conjunto de verdades dogmáticas, sin incidencia en la conducta personal. Con los años, en su incesante progreso por los caminos de Dios, llegará a ser un experto en Dios. Para él, Dios es una presencia ininterrumpida, y con él mantiene una relación de intimidad y amor. En las constituciones leemos: El Costado abierto y el Corazón traspasado del Salvador son para el padre Dehon la expresión más evocadora de un amor cuya presencia activa experimenta en su vida (2). En la relación que León Dehon vive con Dios siempre destaca el elemento amor. En el amor de Cristo, que acepta la muerte como entrega final de su vida por los hombres y como obediencia filial al Padre, ve la fuente misma de la salvación: y nos dice que del Corazón de Jesús, abierto en la cruz, nace el hombre del corazón nuevo, animado por el Espíritu, y unido a sus hermanos en la comunidad de amor que es la Iglesia (cf. 3). Se interesa por conocer los males de la sociedad, cuyas cuasas estudia atentamente; pero ve la causa más profunda de la miseria humana en el rechazo del amor de Cristo; y, cautivado por este amor no correspondido, quiere responder a él con la unión íntima al Corazón de Cristo y con la instauración de su Reino en las almas y en la sociedad (cf. 4). Esta adhesión a Cristo, que tiene su origen en la intimidad del corazón, la realiza en toda su vida, especialmente en el apostolado, caracterizado por una singular atención a los hombres, en particular a los más necesitados (cf. 5), porque la auténtica experiencia del amor de Dios conduce al amor a los hermanos (cf. 1 Jn 4,11).
Al leer las constituciones de los Sacerdotes del Corazón de Jesús, llama la atención la frequencia con que se mencionan simultáneamente el amor a Dios y el amor a los hombres, como dos aspectos de un mismo amor. Un texto fundamental y vigorosamente expresivo es prueba de esto: Como discípulos del padre Dehon, quisiéramos hacer da la unión a Cristo en su amor al Padre y a los hombres, el principio y el centro de nuestra vida (17). Pero hay otros en los que se alude expresamente al amor a Dios inseparablemente del amor a los hombres: Cristo se entregó totalmente al Padre y a los hombres con un amor sin medida. Por el voto del celibato consagrado, [...] nos obligamos [...] a seguir a Cristo en su amor a Dios y a sus hermanos, y en su modo de estar presente entre los hombres (41). La vida de oblación, suscitada en nuestros corazones por el amor gratuito del Señor, nos configura con la oblación de aquél que, por amor, se entregó totalmente al Padre y totalmente a los hombres (35).
Experiencia de fe de los Sacerdotes del Corazón de Jesús
Escribiendo a los efesios, san Pablo los invita a ser imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma (Ef 5,1). Dios y Cristo en su amor se nos proponen como modelos de identificación. Y hasta podemos entender que el amor de Cristo ha de suscitar nuestro amor, tal como nos recuerda santa Teresa: Siempre que se piense de Cristo nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene; que amor saca amor (Libro de la Vida 22,14). Ya san Juan de la Cruz escribe: Un amor enciende otro amor. Donde no hay amor ponga amor y hallará amor. Como eco de las palabras paulinas, leemos en las constituciones: Siguiendo al padre Dehon, tenemos la misión de testimoniar el amor de Cristo, en un mundo empeñado en la búsqueda de una difícil unidad y de nuevas relaciones entre las personas y los grupos (43). Es todo un programa de vida inspirado en el amor, tal como aparece en las siguientes líneas: Con san Juan, vemos en el Costado abierto del Crucificado el signo de un amor que, en la donación total de sí mismo, vuelve a crear al hombre según Dios. Contemplando el Corazón de Cristo, símbolo privilegiado de este amor, somos consolidados en nuestra vocación. En efecto, estamos llamados a insertanos en este movimiento del amor redentor, dándonos por nuestros hermanos con Cristo y como Cristo (21). Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús, vivimos hoy en nuestro instituto la herencia del padre Dehon. [...] en su seguimiento y por gracia especial de Dios, estamos llamados en la Iglesia a buscar y llevar, como lo único necesario, una vida de unión a la oblación de Cristo (26). Llamados a servir a la Iglesia en la congregación de los Sacerdotes del Corazón de Jesús, nuestra respuesta supone una vida espiritual, un común acercamiento al misterio de Cristo bajo la guía del Espíritu, y una atención especial a todo aquello que, en la inagotable riqueza de este misterio, corresponde a la experiencia del padre Dehon y de nuestros mayores (16).
1. Hemos creído en Dios-Amor
En la Iglesia, hemos sido iniciados en la Buena Noticia de Jesucristo: Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él (1 Jn 4,16). Hemos recibido el don de la fe, que fundamenta nuestra esperanza; una fe que rige nuestra vida y nos inspira dejarlo todo para seguir a Cristo; en medio de los desafios del mundo, debemos afianzarla viviéndola en la caridad (Cst 9).
Dios nos amó ya antes de nuestra existencia, y existimos porque nos amó; su amor nos creó. Y nos concedió la gracia de sabernos y sentirnos amados por Él. Dios hecho hombre, Jesucristo, es la Buena Noticia: Dios es Amor. Un amor que, después del pecado del hombre, sigue amándole y expresándose en Cristo. Porque el amor reduce las distancias, porque no soporta la ausencia, Dios se hace hombre en Cristo, y pone su tienda entre los hombres.
Nuestro conocimiento del Amor desborda el saber humano y expresa una relación existencial. De este modo, conocer el Amor de Dios es tener experiencia concreta de ser amados, que lleva a un compromiso de consecuencias insospechadas.
En el conocimiento de Dios por parte del hombre, es Dios quien tiene la iniciativa. Antes de conocer el hombre a Dios, es conocido por Él. Es Dios quien nos inició en el conocimiento de la Buena Noticia de Jesucristo. Y nosotros, con su gracia, hemos de seguir progresando en el conocimiento que sólo alcanzaremos en plenitud cuando, quien inció una obra tan buena, la lleva a feliz término en el día en que Cristo Jesús se manifieste (cf. Flp 1,6).
FE: Hemos creído en él...; una fe que rige nuestra vida y nos inspira a dejarlo todo para seguir a Cristo.
La fe tiene un inicio y un desarrollo. Iniciados por Dios y por cuantos colaboraron en nuestra formación en la fe, nosotros debemos conservarla, reconvertirla, protegerla y desarrollarla. La conservación supone tenerla activa; la protección, prestar atención a sus posibles enemigos que la amenazan en todo momento; el desarollo, proporcionarle cuantos medios existen y están a nuestro alcance para que crezca día a día. Como el contenido de nuestra fe es Dios-Amor, la contemplación de las expresiones del amor de Dios al hombre serán tema permanente de nuestra actividad espiritual.
Fe, rectora de la vida. Por tanto, a su luz decide el hombre, según los criterios de la fe se guía, por sus dictámenes orienta su vida. Y siempre una fe en Dios-Amor, que nos inspira y pide dejarlo todo para seguir a Cristo, que nos ha seducido por su amor. El dejarlo todo con alegría tiene perfecta explicación en nosotros, que hemos descubierto en Dios-Amor nuestro tesoro y hemos optado por Él (cf. Mt 13,44). No dejamos sin antes haber hallado. No nos vaciamos cuando renunciamos; dejamos porque ya estamos llenos de Dios.
ESPERANZA: ... fe, que fundamenta nuestra esperanza.
La esperanza mira al futuro, y nuestra esperanza, al bien del futuro. Un futuro que tenemos garantizado por nuestra fe en la fidelidad de Dios. Él cumple sus promesas. En el lenguaje del amor, la promesa es una palabra clave. Quien promete empeña a la vez su poder y su fidelidad, se proclama seguro del porvenir y seguro de sí mismo, suscitando en la otra parte la adhesión del corazón y la generosidad de la fe (cf. X. Léon-Dufour Vocabulario de teología bíblica, vocablo Promesas).
La esperanza, apoyada en la fe, permite al creyente desplegar todas sus potencialidades al servicio del Reino, de la propia vida y de cuantos le rodean, porque tiene la garantía de que sus esfuerzos no serán baldíos, aunque de momento no tengan sentido ni resultados.
CARIDAD: ... en medio de los desafíos del mundo, debemos afianzarla (la fe) viviéndola en la caridad.
El ejercicio de la caridad, del amor, robustece nuestra fe, la hace más sólida e inconmovible. Y en los tiempos que corren, falta nos hace tener una fe bien asentada y consolidada, puesto que conserva actualidad lo que afirmaba Fernando Sebastián veinte años atrás: En el mundo moderno la fe no se encuentra apoyada, favorecida, por la cultura dominante.
Caridad, amor, que se ejercitará con Dios y con los hermanos. En el Antiguo Testamento, Abraham es el confidente de los secretos de Dios, porque ha llegado a ser su amigo, ha respondido a las exigencias del amor de Dios. Si hemos de ser profetas del amor, tenemos que llegar a esa amistad que capacita para la confidencia, desde la que nos sentiremos auténticos profetas, enviados de Dios para transmitir a los hombres el mensaje del amor que Dios les tiene. Amor a los hermanos, que pasará por los de comunidad, pero que se multiplicará para llegar hasta donde alcance la propia persona.
2. Cristo, expresión del amor del Padre
Con san Juan, vemos en el Costado abierto del Crucificado el signo de un amor que, en la donación total de sí mismo, vuelve a crear al hombre según Dios (Cst 21).
Con todos nuestros hermanos cristianos confesamos, por el Espíritu, que Cristo es Señor, en quien el Padre nos ha manifestado su amor (Cst 9).
Por su solidaridad con los hombres como nuevo Adán, él ha revelado el amor de Dios y ha anunciado el Reino (Cst 10).
San Juan escribe: En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él ha dado su vida por nosotros (1 Jn 3,16). La afirmación joánica no deja lugar a duda cuando nos indica que el camino que nos conduce al conocimiento del amor es su expresión plástica en el Costado abierto del Crucificado. Si la encarnación, con la que plantó su tienda entre los hombres, fue ya una expresión elocuente del amor de Dios, con la muerte en cruz dio la prueba suprema del amor, ya que nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos (Jn 15,13). Estamos tan habituados a ver al Crucificado, que fácilmente quedamos insensibles ante la prueba más fehaciente del amor divino. Ante Cristo en la cruz, el dehoniano no puede pasar indiferente.
3. El amor de Dios, fuente de la salvación
Cristo es Señor, en quien el Padre nos ha manifestado su amor, y está presente en nuestro mundo para salvarlo (Cst 9).
Cristo realizó esta salvación suscitando en los corazones el amor al Padre y entre nosotros: amor regenerador, manantial del crecimiento de las personas y de las comunidades humanas, que encontrará su plena manifestación cuando todo sea recapitulado en Cristo (Cst 20).
En este momento puede ayudarnos esta página de la Gaudium et spes, que nos orienta en las líneas de acción apostólica: En nuestros días, el género humano, admirado de sus propios descubrimientos y de su proprio poder, se formula con frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo, sobre el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de la humanidad. El Concilio, testigo y expositor de la fe de todo el Pueblo de Dios congregado por Cristo, no puede dar prueba mayor de solidaridad, respeto y amor a toda la familia humana que la de dialogar con ella acerca de todos estos problemas, aclarárselos a la luz del Evangelio y poner a disposición del género humano el poder salvador que la Iglesia, conducido por el Espíritu Santo, ha recibido de su Fundador. Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es, por consiguiente, el hombre; pero el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad. (3)
4. Origen del hombre de corazón nuevo
En él, el Hombre Nuevo ha sido creado según Dios, en la justicia y santidad verdaderas. Él nos concede el don de creer que, a pesar del pecado, de los fracasos y de la injusticia, la redención es posible, nos es ofrecida y está ya presente (Cst 12)
Nuestro amor, que nos hace participar en la obra de la reconciliación, que anima todo lo que somos, todo lo que hacemos y sufrimos por servir al Evangelio, sana a la humanidad, la reúne como Cuerpo de Cristo, y la consagra para la Gloria y el Gozo de Dios (Cst 25).
La gran fuerza de que está dotado todo dehoniano radica en su amor, que le capacita para su ministerio de la reconciliación. Es decir, sólo el amor a Dios y a los hombres, que nos incorpora a la oblación que el mismo Cristo hace al Padre por los hombres, nos habilita para sanar a la humanidad, reunirla como Cuerpo de Cristo y consagrarla para la Gloria y el Gozo de Dios. ¿Puede vivir centrado en sí mismo? Porque no podemos olvidar que el amor es un movimiento que lleva al amante hasta el amado, para quererle el bien, hacerle el bien, complacerse en su bien.
5. Sensibilidad al pecado
Sensiblea a cuanto en el mundo actual pone obstáculos al amor del Señor, testificamos que el esfuerzo humano, para llegar a la plenitud del Reino, necesita ser constantemente purificado y transfigurado por la Cruz y la Resurrección de Cristo (Cst 29).
Como dehonianos, estamos dotados de una sensibilidad especial para detectar el pecado, cuya presencia en el mundo es indiscutible, según la descripción que nos ofrece el Vaticano II: Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su libertad, y entretanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica. Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia unidad y la mutua interdependencia en eneludible solidaridad, se ve, sin embargo, gravísimamente dividido por la presencia de fuerzas contrapuestas. Persisten, en efecto, todavía agudas tensiones políticas, sociales, económicas, raciales e ideológicas, y ni siquiera falta el peligro de una guerra que amenaza con destruirlo todo. Se aumenta la comunicación de las ideas; sin embargo, aun las palabras definidoras de los conceptos más fundamentales revisten sentidos harto diversos en las distintas ideologías. Por último, se busca con insistencia un orden temporal más perfecto, sin que avance paralelamente el mejoramiento de los espíritus... El curso de la historia presente es un desafío al hombre que le obliga a responder (GS 4).
En la guerra de la antigua Yogoslavia, se ha dado el caso que una fábrica de armas de un país occidental servía armas y soldados mercenarios a los dos bandos beligerantes.
6. Conocimiento de los males de la sociedad y sus causas
Sabemos que el mundo de hoy está empeñado en un intenso esfuerzo de liberación: liberación de todo lo que hiere la dignidad del hombre y amenaza la realización de sus aspiraciones más profundas: la verdad, la justicia, el amor, la libertad (Cst 36).
Fruto, sin duda, de la obra redentora de Cristo, Señor de la Historia, un sector de nuestro mundo, en su evolución, se ha ido sensibilizando a todo lo que significa dignidad del hombre, igualdad de todos los hombres, y se ha lanzado, en un empeño digno de la causa que defiende, a liberar a la humanidad de cuanto hiere la dignidad humana y obstaculiza la realización de las aspiraciones más profundas: verdad, justicia, amor, libertad.
Como dehonianos, hemos de profundizar en el conocimiento de los males de la humanidad y secundar cuantos esfuerzos humanos tienden a eliminar de nuestro mundo todo que de algún modo es injusto.
7. Nuestra adhesión prática
Estamos llamados a insertarnos en este movimiento del amor redentor, dándonos por nuestros hermanos con Cristo y como Cristo (Cst 21).
Vivimos nuestra unión a Cristo con nuestra disponibilidad y nuestro amor a todos, especialmente a los humildes y a los que sufren. En efecto, ¿cómo comprender el amor que Cristo nos tiene, si no es amando como él, en obras y de verdad? (Cst 18).
Nosotros entendemos la reparación como la acogida del Espíritu, como una respuesta al amor de Cristo a nosotros, una comunión con su amor al Padre, una cooperación a su obra redentora en medio del mundo. Es ahí, en efecto, donde Cristo libera hoy a los hombres del pecado y restaura la humanidad en la unidad. Es también ahí donde Cristo nos llama a vivir nuestra vocación reparadora, como estímulo de nuestro apostolado (Cst 23).
Estamos llamados en la Iglesia a buscar y llevar, como lo único necesario, una vida de unión a la oblación de Cristo (Cst 26).
Ávidos de la intimidad del Señor, buscamos los signos de su presencia en la vida de los hombres, donde actúa su amor salvador. Participando en nuestros gozos y nuestras penas, Cristo se identificó con los humildes y los pobres, a quienes anuncia la Buena Noticia (Cst 28).
Tras las huellas del Fundador, de acuerdo con los signos de los tiempos y en comunión con la vida de la Iglesia, queremos contribuir a instaurar el reino de la justicia y la caridad cristiana en el mundo (Cst 32).
La comunidad se deja interrogar por los hombres entre los que vive y se propone asumir y sostener sus esfuerzos de reconciliación y de fraternidad (Cst 61).
De estos textos constitucionales, podemos destacar:
1. nuestra vocación a insertarnos en el movimiento de amor redentor;
2. nuestra donación a los hermanos con Cristo y como Cristo;
3. nuestra unión a Cristo con nuestra disponibilidad y nuestro amor a todos, especialmente a los humildes y a los que sufren;
4. nuestra acogida del Espíritu;
5. nuestra respuesta al amor de Cristo a nosotros;
6. nuestra comunión a Cristo en su amor al Padre;
7. nuestra cooperación a la obra redentora de Cristo en el mundo;
8. nuestra vocación en la Iglesia a buscar y llevar, como lo único necesario, una vida de unión a la oblación de Cristo;
9. porque vivimos ávidos de la presencia del Señor, nuestra búsqueda de los signos de su presencia en la vida de los hombres, especialmente de los humildes y los pobres con quienes se identificó y anunció la Buena Noticia;
10. nuestra voluntad de contribuir a instaurar el reino de la justicia y de la caridad cristiana en el mundo;
11. nuestra disposición a dejarnos interrogar, como comunidad, por los hombres entre los que vivimos;
12. nuestro propósito de asumir y sostener los esfuerzos de reconciliación y de fraternidad de los hombres.
8. Expresión de nuestra adhesión
Nos ponemos con frecuencia a la escucha de la Palabra de Dios. Contemplamos el amor de Cristo en los misterios de su vida y en la vida de los hombres; robustecidos por nuestra adhesión a Él, nos unimos a su oblación por la salvación del mundo (Cst 77).
Acogiendo al Espíritu que ruega por nosotros y viene en ayuda de nuestra debilidad, queremos alabar y adorar, en el Hijo, al Padre que cada día realiza entre nosotros su obra de salvación y nos confía el ministerio de la reconciliación (Cst 78).
Llamados a participar diariamente en el sacrificio de la nueva Alianza, nos unimos a la oblación perfecta que Cristo presenta al Padre, a fin de participar en ella con el sacrificio espiritual de nuestra vida (Cst 81).
Hace años ya, apareció un libro de Yves Raguin, en el que se leía: La tendencia actual se inclina a intensificar nuestra relación con los hombres nuestros hermanos, dejando a un lado la relación directa con Dios. Continuamente se oye decir, y además es verdad, que el amor a Dios se expresa en el amor a los hombres. Hasta se llega a afirmar que el amor a Dios no puede expresarse de otro modo. Tal opinión excluye toda relación directa con Dios, ya que no cabría la relación con Dios separada del amor a los demás. Esto equivale a decir que, en adelante, sólo se puede llegar a Dios a través de la relación con los hombres.
La consecuencias de tal actitud son enormes, porque quita al hombre la posibilidad de vivir una vida de unión con Dios por la contemplación. Esto supone destruir de un solo golpe la vocación carismática de la mística en el mundo cristiano. El camino directo del amor de Dios queda cerrado. De hecho, desde que estas ideas han ido divulgándose, muchos han dejado la oración, la contemplación y todo lo que podía entenderse como una expresión de relación personal con Dios. Por culpa de estas teorías, muchos han dejado perder una llamada de Dios a una intimidad más grande y más personal. Muchos también han abandonado la vida sacerdotal o religiosa (Atención a Dios, Narcea p. 18-19).