Intención(1)
La Exhortación Apostólica Vita consecrata de Juan Pablo II nos ofrece en el número 41 un bello pasaje que presenta la comunidad religiosa como lugar teológico donde nos podemos encontrar con el Señor en quien hemos creído y que nos ha llamado. Lugar donde es posible nuestra incorporación a la comunión trinitaria que pide y otorga el don de la comunión con los hermanos. Uno (no el único) de los momentos de comunión y de diálogo con Dios se llama Liturgia de las Horas (=LH). Sobre ella quiero ofrecer estas reflexiones (que no quieren ser ni son aportaciones teológicas rigurosamente científicas). Sus fuentes son: en general, la experiencia de la Iglesia; en particular, la experiencia carismática de nuestro fundador Venerable P. León Dehon, y la lectura carismática actualizada que hace nuestra Regla de Vida de 1982. Se trata de darnos un paseo por algunos textos que nos permitan ofrecer una visión personal, abierta al diálogo y a la discusión, sobre cómo podríamos integrar esta dimensión de la alabanza a Dios en nuestra vida cristiana, religiosa y apostólica en el cotidiano sucederse de los días y las horas.
Situemos nuestro punto de partida en el alma de toda la oración cristiana: en la oración que continúa aquella que nace del Corazón de Cristo. La LH prolonga la memoria del Señor. Cada día de nuestra vida está inmerso en la historia, historia que es de salvación. Partimos de una celebración que busca ser capaz de integrar vida y fe, individuo y comunidad, en un diálogo tú a tú del hombre con Dios, que tiene como canal de comunicación la Palabra. Palabra que es Alianza, que es Encarnación, que es Llamada-Vocación a ser hijos, deificados, capaces de entrar en el eterno diálogo de amor de la Trinidad. En la LH Cristo ora con nosotros.
Liturgia de las Horas y experiencia Dehoniana
Decía el P. Dehon acerca de la oración en general: “La oración es nuestra vida. Nuestra alma debe estar en continua oración. [...] Nuestro lugar de reposo en la oración es el Corazón de Jesús, sus misterios de amor y de inmolación”.(2)
El hombre es un ser que necesita estar abierto: a sí mismo, a los demás hombres, a lo creado y a Dios. Y si no está abierto no puede ser él mismo. Las palabras del P. Dehon podemos situarlas en esta apertura necesaria del hombre a la trascendencia. El Religioso Sacerdote del Corazón de Jesús es un cadáver si no ora. La fuerza interior, el ánimo, la alegría de vivir, la razón de levantarse cada día debe incluir el encuentro con el Señor en la oración, como momento privilegiado, íntimo, preparatorio, animador, sanador, robustecedor para ese otro encuentro con el Señor que se da en tantas otras realidades sacramentales cotidianas donde Dios se hace presente de modo gratuito, misericordioso, retador, imperioso... El ritmo de nuestra vida debe asimilarse al ritmo del Corazón de Jesús, presencia misteriosa, fuerza de entrega y lucha, icono de la Palabra de amor hecha carne y entregada para derribar el muro de nuestra incomunicación con Aquel que nos creó.
Hablamos, pues, de un hombre que es “ser-en-relación” y que necesita de la oración personal y comunitaria para ser en totalidad. En el contexto de una historia que es biografía personal y comunitaria, todo consagrado a Dios tiene una vocación doxológica de “estar-ante-Dios”. La apertura al Señor, la vivencia de la caridad, la alabanza y la intercesión (faceta integral del “ser-para/por/con-los-demás”) constituyen características de esta vocación del religioso. Aquellos religiosos que además son presbíteros añaden su misión de ser agentes de comunión y apóstoles anunciadores del Verbo encarnado, también en su comunidad religiosa y en los momentos de oración común.
La Eucaristía era el centro de la vida del P. Dehon. De este centro emanaba toda una vida de oración, de abundante y fecunda oración, que se concretaba en varios modos privilegiados: la meditación de los misterios de la vida de Jesús, la Adoración Eucarística, el rezo del Breviario, etc.
Para él, el fin esencial de la Adoración era dar el culto de amor y reparación al Corazón de Jesús, incluyendo el agradecimiento en nombre de quien no agradece, y el pedir el perdón para/por los demás. Otro modo de orar era el Breviario. Lo rezaba con mucha atención y sabemos que leía explicaciones de los salmos en lengua alemana. Conservamos algunos materiales acerca del Breviario. Haciendo una pequeña búsqueda(3) podemos encontramos con la siguiente relación de materiales: 1) Conferencia Nazareth - La Prière - Le Bréviaire, para los presbíteros de la Congregación (AD inv. 39.47, B6/6.47); 2) adaptación a los religiosos no presbíteros de la conferencia anterior; 3) la conferencia Le Saint Office (AD inv. 40.33, B6/7.33); 4) los subsidios para la oración sálmica titulados: Para ayudar a rezar bien el breviario. El pensamiento principal de los Salmos (1919); 5) “Le Bréviaire” en NHV (V, 132-133); 6) “Dans les Psaumes” en Etudes sur le Sacré-Coeur (OSp V, 433-436); 7) L’anné avec le Sacré-Coeur (1909), donde se recogen ciento veinte citas de salmos; 8) Carta Circular sobre los Oficios Propios de los Sacerdotes Oblatos del Corazón de Jesús (25 diciembre 1891).
Como “resumen de resúmenes” de estos documentos podemos decir que el P. Dehon entendió la LH desde la espiritualidad que le guió en todo momento. Destacan toda una serie de textos que indican una conciencia eclesiológica muy amplia en el P. Fundador, como lo constatan las referencias pneumatológicas (la LH es respiración del Espíritu), cristológicas (la Iglesia es Cuerpo de Cristo) y escatológicas que hace a lo largo de los escritos examinados. Destacan, igualmente, los acentos que, creo, llaman, en el P. Dehon, a una intimidad con Dios, a un tú a tú, a una experiencia de Dios personal y divinizadora, en definitiva, de “humanización radical”, un modo de conformar la propia vida según la Palabra de Dios. También subrayo de modo especial la llamada que el P. Dehon hace para que el orante de la LH viva un “Sint unum” interior, personal, que lo abra a esa comunidad orante que es la Iglesia, localizada en la comunidad religiosa, y en la misión vivida como proexistencia y oblación. Y no puedo dejar de citar las líneas inspiradoras del título de este trabajo, en las que, subrayando sobre todo la importancia de las preposiciones empleadas, vemos condensadas las líneas principales del pensamiento dehoniano sobre nuestro tema:
“Orar en nombre de la Iglesia, orar con Jesús por todas las almas que le son queridas, ¡es esta tan bella misión!”.(4)
“En nombre de”, “con”, “por”, y ‘para’ (“misión”) son las líneas-guía con las que vamos a adentrarnos en textos tan conocidos como el Directorio Espiritual, el Thesaurus Precum y la Regla de Vida.
El Directorio Espiritual
La vocación reparadora transpira en todos los escritos dehonianos. No podía faltar en aquello que nos dejó escrito acerca del Oficio Divino. El P. Dehon entendía el rezo del Oficio Divino (que por entonces se reservaba a los presbíteros) como vehículo de reparación espiritual. Rezar el Oficio era un modo de reparar a aquel Corazón que tanto había amado al mundo. Y, como en todo lo que propone a sus religiosos, coloca la meta en lo más alto: en la pureza de amor y de fe, la perfección en la ejecución y en el horizonte de la santidad y el encuentro con el Señor. Leamos, en primer lugar, este texto:
“No debe olvidarse que debiendo ser ofrecido y consagrado como compensación y reparación [...] debe ser posiblemente puro y perfecto. [...] A la hora señalada para ejercer este oficio de guardia de honor debe cesar cualquier otra ocupación y en esta función sagrada todo ha de hacerse con extrema solicitud y ha de emplearse enteramente el tiempo asignado al servicio de Dios. Ninguna otra persona, ningún otro asunto de la casa o fuera de ella debe estorbarnos en este santo servicio”.(5)
En el siguiente texto el P. Dehon muestra su sentido común, tiene claro quién es y cómo es Dios, así como la tabla de valores que debe regir las ocupaciones del religioso, situando en su cumbre al prójimo y teniendo en cuenta que “la gloria de Dios es que el hombre viva”:
[...] Esto no obstante, la caridad con el prójimo o la gloria de Dios exigen a veces una interrupción o un retraso. En tal caso se ha de conducir con la libertad de los hijos de Dios, que no es maestro cruel e injusto sino Padre lleno de amor y de misericordia. [...].(6)
Pero con la misma contundencia y claridad habla de algo que conoce muy bien: nuestra condición y nuestra actuación real en la vida cotidiana:
“Cualquier bagatela [...] basta para apartarse, para dispensarse de un deber tan santo, o bien cumplirlo de una manera y de una postura tal que revelan la indiferencia condenable, la inatención, la pereza, la ausencia de espíritu y de corazón. La causa principal de estas ofensas a la Majestad Divina se ha de buscar en la falta de fe viva y verdadera. Todos estos ultrajes deben ser reparados por los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús. Por ello esta intención debe ser cada vez renovada con fe viva, con celo verdadero y amor puro”.(7)
Advierte, previene y, en el fondo anima, acerca de la lucha que cada uno debe tener para alcanzar el ideal que nos aporta la experiencia benedictina: “Consideremos de qué manera hemos de asistir ante la presencia de la Divinidad y de sus ángeles, y estemos en la salmodia de tal modo que la mente concuerde con nuestros labios”.(8) Somos un todo, cuerpo y alma, alma y cuerpo. El uno sin el otro no son nada, y una oración sin corazón, sin atención de sentidos, sin consciencia, sin amor, sin presencia, sin disposición no es nada. En este sentido, comentaba lo siguiente a sus novicios el 7 de marzo de 1880:
“En la capilla ponerse en su sitio es elemental: luego, no apoyarse en el reclinatorio y en el respaldo al mismo tiempo. Como entraremos repetidamente en la capilla a lo largo del día, perdemos el respeto. El Sumo Sacerdote en Jerusalén no entraba en el Santo de los Santos más que en las grandes fiestas y no sin prepararse con vigilias y ayunos y, con todo, allí no estaba presente el Cuerpo de Jesús. Los padres sobre todo podrían olvidar este respeto, pues, rezan allí frecuentemente el divino Oficio. Durante este ejercicio, no prescindir del libro y no leer a distancia en el libro puesto en el reclinatorio”.(9)
El cuerpo también ora y por medio de él nos relacionamos con Dios. Lo que hacemos con él es expresión de nuestra fe, de nuestra adoración, de nuestra piedad, de nuestras creencias más profundas. Por lo tanto, fe viva y verdadera, celo y amor puro son las herramientas que el fundador nos da para celebrar una Liturgia de las Horas concorde con nuestra espiritualidad, nuestro carisma y nuestro bien como religiosos y como comunidad religiosa abierta al encuentro con el Señor Resucitado, vivo y presente, en la Palabra, en la Eucaristía, en la Historia, en el Hombre, rico o -sobre todo- pobre, sano o enfermo, justo o pecador.
Acerca de la ordenación de la celebración, el P. Dehon es hijo de la Iglesia de su tiempo, aunque sobresale la indicación que hace acerca del rezo común del Breviario. Veamos cómo distribuía el Oficio Divino el fundador:
“El Oficio Divino debe rezarse en común en las casas de nuestro Instituto o al menos en parte (Vísperas y Completas). Conviene dividir el rezo del Breviario en tres partes: las Horas Menores por la mañana, Vísperas y Completas después de comer y Maitines y Laudes por la tarde después de las cuatro”.(10)
Lejos están estas instrucciones de las que luego daría el Concilio Vaticano II. Pero no deja de ser algo anecdótico e indicativo de lo fundamental de la herencia dehoniana y de la praxis de la Iglesia. El Concilio Vaticano II quiso recuperar la “verdad de las horas”, es decir, que se rece por la mañana-tarde-noche, cada cual en su momento, para lograr así la santificación, la ofrenda de todo nuestro tiempo a Dios, para hacer palpable su presencia en nuestras vidas. Y esto subyace en Dehon.
Thesaurus Precum
Otra joya que encontramos es la oración incluida en el Thesaurus Precum para rezar antes de empezar el Oficio Divino. En ella se encuentran profundas líneas teológicas. La dimensión escatológica acentuada en su dimensión eclesial nos muestra la unión entre la Iglesia invisible y la visible, que forman así el Cuerpo de Cristo que junto a su Cabeza ofrece su alabanza a Dios, memoria de su entrega y oblación. Escatología, eclesiología, eucaristía, oblación, encarnación, espiritualidad trinitaria y del Corazón de Jesús, conciencia de la dialogicidad en este tipo de oración, donde tanto Dios como el hombre hablan y se donan a sí mismos, laten a lo largo de las siguientes palabras:
Dios mío, - te ofrezco este Oficio Divino - juntamente con la adoración y las alabanzas de los Angeles y Santos del Cielo - con la de todos los sacerdotes de tu Iglesia y de las demás almas consagradas. - Te presento, Padre eterno, - esta alabanza santificada en el Corazón de Jesús - y unida a su santísima oración, - por manos del Corazón Inmaculado de María. - Sea cada letra y cada palabra de esta oración/ un acto de puro amor, - adoración, - acción de gracias, - satisfacción, - confianza - y obsequio - a tu Santísima voluntad. - Aunque miserable como soy, - sea para mí esta oración - una comunión espiritual, - un acto de humildad y de perfecta abnegación, - y, para Ti, Sacrosanta Trinidad, - un sacrificio de alabanza y honor. - Amén.(11)
La oración (“oblación” dice el Thesaurus) abreviada que se usaba antes del rezo de las Horas menores y de las Vísperas mantiene lo fundamental del espíritu de la LH (oración de toda la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, unido a su Cabeza en alabanza al Padre), con lo fundamental del carisma y espiritualidad dehonianos (amor y reparación):
Padre eterno, - por medio del Corazón de tu Hijo Jesús - y en unión del Corazón Inmaculado de María, - humildemente Te ofrezco - este Divino Oficio, - en señal de amor - y en espíritu de reparación.
“El 21 de diciembre de 1867, León es ordenado subdiácono. Desde el principio de aquel año había comprado el breviario 'para aprender a rezarlo bien', como dice en una carta a sus padres (7.1.1867)”.(12) Esta nota biográfica nos hace ver el aprecio cordial que el P. Dehon mantuvo con esta forma de oración, ciertamente canónica y obligatoria, pero de una riqueza espiritual inigualable. Vamos ahora a sumergirnos en aguas nuevas, que provienen del mismo manantial pero renovadas y adaptadas a nuevos tiempos: nuestra Regla de Vida.
La Liturgia de las Horas a la luz de “Nuestra Regla de Vida” (1982)
Antes de continuar debemos fijar un punto de partida. Ni en el P. Dehon ni en la actual Regla de Vida se incluye un tratamiento específico y sistemático de la LH. La LH es algo que nos viene dado, que corresponde a la disciplina de la Iglesia y que en muchas ocasiones es asumido de modo acrítico (cuando no, malhumorado y a disgusto). En las siguientes páginas queremos hacer un nuevo ejercicio de búsqueda. Queremos proponer, a la luz de la actual Regla de Vida, líneas para un rezo HOY, dehonianamente orientado, de la LH. Es una relectura del sentido que la LH encuentra el proyecto global de cristificación que propone el carisma del P. Dehon. Como centro de reflexión se presenta la Eucaristía que es contenido de la oración, relación con el Padre y compromiso de trabajar unánimemente por el Reino de Dios. En esta línea colocamos la LH como instrumento que sirve y puede ayudar a integrar estos objetivos generales.
Así pues, comenzamos. La experiencia personal, concreta, intransferible, íntima, de encuentro con el Resucitado es la base desde la que se puede hablar de vida o ser cristiano. A este encuentro sigue el proceso de adhesión a Cristo. Adhesión que, si el encuentro con el Señor se ha dado a los niveles de plenitud adecuados, prolongará sus efectos en todas las circunstancias y durante toda la vida en:
- un camino de ascendente intimidad, unión, inhabitación y filiación con el Dios uno y trino;
- un camino de amor servicial, de amor oblativo, de consagración al prójimo, de inmolación, de entrega total a la vida del hermano, sacramento de Cristo, especialmente del más necesitado;
- todo ello dentro de la koinonia eclesial.
Si esto vale para todo cristiano, el religioso ve especificada su vocación peculiar dentro de la Iglesia en una llamada a seguir más de cerca a Cristo. A través de la vivencia de los votos, la vida fraterna y la total entrega al servicio del Reino, es memoria ante la Iglesia de la forma que adoptaron Jesús y sus apóstoles. Nada más. Pero tampoco nada menos. A cada carisma se le ha dado destacar una “palabra de la Palabra”. En esa pequeña palabra se encuentra Dios. Es decir, para el religioso dehoniano, la palabra de Dios se lee y se entiende a través del carisma, palabra de Dios dada a nuestro fundador. Así, el religioso dehoniano encuentra en la cst. 5 este camino al que antes nos referíamos, así explicitado:
Esta adhesión a Cristo, que procede de la intimidad del corazón se realizará en toda su vida, especialmente en su apostolado, caracterizado por una máxima atención a los hombres, en particular a los más necesitados y por el anhelo de remediar activamente las deficiencias pastorales de la Iglesia de su tiempo.
La cst. 28 nos hace dar un paso adelante. Quien ha sentido el toque de Dios queda con esa sed que el salmo 62 canta en domingos y fiestas, queda herido de amor, como dicen el Cantar de los Cantares y san Juan de la Cruz. Comienza la búsqueda de las señales, de las prendas, de la presencia que se echa de menos. El amor inquieta, activa, busca la plenitud de la entrega, de la donación, del no ser yo, sino nosotros, del que no sea yo sino Cristo quien viva en mí (cf. Gal 2, 20):
Avidos de la intimidad del Señor, buscamos los signos de su presencia en la vida de los hombres donde actúa su amor salvador.
Siguiendo el espíritu del P. Dehon, la concentración sacramental y existencial de toda esta espiritualidad y forma de vida se da en el memorial sacrificial de la Eucaristía. Así lo recoge la cst. 20:
Tal adhesión se expresa y concentra en el sacrificio eucarístico, de modo que toda su vida viene a ser “una misa perpetua”.
LG 11 nos recuerda que la Eucaristía es “fuente y cima de toda la vida cristiana”. PO 5 subraya la centralidad de este sacramento ya que él “contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua”. El proyecto de cristificación que el P. Dehon propone a sus religiosos se contiene en toda la herencia espiritual que nos dejó, especialmente, en el acto de oblación y en la adoración eucarística, ríos que nacen de la inmensa fuente que es la Eucaristía celebrada, vivida y comida en fraternidad.
El Catecismo de la Iglesia Católica cita, en su tratamiento de la Eucaristía, esta sentencia de San Ireneo: “Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar”.(13) En esta línea debemos considerar nuestro afecto, nuestro estudio, nuestra profundización en la LH, sobre todo en la oración de los salmos: Cristo está presente en ellos y nos invita a unirnos a él en la alabanza a su Padre. Nos enseña cómo es el Padre y nos da alimento en su Palabra para el camino de servicio, de entrega, de inmolación que tanto sabe de noches oscuras, de exultaciones, de bendiciones y de sinsentidos o abandonos.
Muestra de esta conexión entre eucaristía, oración y servicio es la cst. 31:
Para el Padre Dehon, pertenece a esta misión, en espíritu de oblación y de amor, la adoración eucarística, como un auténtico servicio a la Iglesia (cf. NQ 1.3.1893) “también es propio de esta misión el ministerio entre los pequeños y los humildes, los obreros y los pobres” (cf. Souvenirs XV), para anunciar la insondable riqueza de Cristo (cf. Ef 3,8). [...] En todo esto, él tiene la preocupación constante de que la comunidad humana, santificada por el Espíritu Santo, se transforme en ofrenda agradable a Dios (cf. Rm 15.16).
La continua actitud (y actividad) de alimentarnos de la Palabra, de orar con ella, de conocerla, vivirla, interpretarla, auscultarla, desentrañarla para entrañarla en nuestra vida personal, nos hará capaces de ser anunciadores proféticos de esa Palabra de Amor. Nos permitirá ser Profetas del Amor, y en esta nueva “encarnación diminutiva” (memoria y paradigma de entrega, amor y oblación) de la Palabra, continuar en el mismo Espíritu de Cristo la obra de reconciliación (y reparación de un orden de realidad alterado por el pecado palpable) que comenzó Dios ya desde el momento en que dejó la esperanza abierta para el hombre expulsado del paraíso, de la comunión con Dios. Así dice nuestra cst. 7:
El Padre Dehon espera que sus religiosos sean profetas del amor y servidores de la reconciliación de los hombres y del mundo en Cristo (cf. 2 Cor 5,18). Comprometidos así con El para remediar el pecado y la falta de amor en la Iglesia y en el mundo, ofrecerán, durante toda su vida, con sus oraciones y trabajos, con sus sufrimientos y alegrías, “el culto de amor y de reparación que su Corazón desea” (cf. NQ XXV,5).
Y la cst. 25, con toda su concentración de esperanza escatológica:
Nuestro amor, que nos hace participar en la obra de la reconciliación que anima todo lo que somos, todo lo que hacemos y sufrimos por servir al Evangelio, sana a la humanidad, la reúne como Cuerpo de Cristo, y la consagra para la Gloria y el Gozo de Dios.
Se ha dicho del Libro de los Salmos que recoge toda la experiencia de fe y de esperanza del Pueblo de Israel. Lo que los otros libros del AT nos narran, el de los Salmos lo reza. Cristo oró con los salmos. Y el contenido de su oración al Padre era el Reino, su misión, su esperanza, su sentido, su objetivo. La Iglesia trasladó el contenido del anuncio: del Reino que predicaba Cristo se pasó a predicar al predicador del Reino, esto es, al mismo Jesucristo. Jesucristo es el Reino. El lema de nuestra Congregación “Adveniat Regnum tuum” se redimensiona desde esta perspectiva y nos ayuda a contemplar en nuestros ratos de oración la necesidad de tender a ser “otros Cristos”, o mejor, prolongación del mismo y único Cristo que vive, anunciadores y “adelantadores” del Reino. Veamos las csts. 11 y 17:
Cristo oró por la venida del Reino, que ya está en marcha con su presencia en medio de nosotros (cst. 11).
Fieles a la escucha de la Palabra y al compartir el Pan estamos invitados a descubrir cada vez más la Persona de Cristo y el misterio de su Corazón y a anunciar su amor que excede todo conocimiento (cst. 17).
Este reto, que san Agustín compendió en la expresión “Alter Christus”, abarca, al menos, dos dimensiones fundamentales en la vida del religioso:
- por un lado, la dimensión individual, que vemos expresada de modo claro en la cst. 42, dentro del tratamiento del voto de celibato consagrado:
Mantenido fielmente, a menudo al precio de un esfuerzo exigente (cf. Mt 5,29) especialmente por la unión a Cristo en los sacramentos y por la ascesis personal, este compromiso libera nuestro corazón y nos abre a la inspiración del Espíritu y al encuentro del mismo en la caridad fraterna.
- por otro, la dimensión de la comunidad. Cristo es el quicio de la vida común, de la construcción de la vida humana y espiritual de cada uno de los religiosos. Y si Cristo es el quicio, la Roca firme donde se levanta el edificio, si es el Arquitecto, el resultado final no podrá ser otro más que el propio testimonio de Cristo resucitado y glorificado. La comunidad reunida en oración, en alabanza, a determinadas horas del día, encuentra aquí el lugar privilegiado para la consecución de su objetivo: el anuncio del Señor. Esto dice la cst. número 67:
Por eso, con todo ello la comunidad se esfuerza en testimoniar a Cristo, en quien se congrega y, al mismo tiempo, la comunidad puede proporcionar una valiosa ayuda a la realización de las personas que la constituyen.
La cst. 79 se expresa más concretamente, partiendo del realismo y la experiencia de años de vida común y de seguimiento de Cristo:
Sin el espíritu de oración, la plegaria personal se debilita; sin la oración comunitaria, la comunidad de fe languidece.
Y, ¿qué herramientas nos propone la Regla de Vida para vivir y profundizar en este espíritu de oración personal y comunitaria?:
Cada comunidad cuidará de fijar los tiempos y las formas de su plegaria común, que expresan el espíritu de nuestra vida religiosa y nos hacen participar en la oración de la Iglesia, especialmente mediante la liturgia de Laudes y Vísperas (cst. 79).
Así, por ejemplo, el Directorio Provincial HI da indicaciones para llevar a cabo lo que la Regla nos inspira:
Las laudes están dirigidas a santificar la mañana, y en ellas unimos el acto de oblación propio de nuestro instituto -que se recita también a diario- por el que nos entregamos con todas nuestras facultades al cumplimiento de la voluntad de Dios. Por la tarde la comunidad se reúne para la oración de Vísperas o Completas (DP 2).
No podemos olvidar que la oración no es tan solo una recreación intelectual-sentimental, un sentirse, simplemente, bien, sino, sobre todo, un diálogo vital que nos abre a la misión de un modo inequívoco, discernido y garantizado por la autoridad de la Iglesia:
Reconocemos que de la asiduidad a la oración dependen la fidelidad de cada uno y de nuestras comunidades y la fecundidad de nuestro apostolado (cst. 76).
Acogiendo el Espíritu que ruega en nosotros y viene en ayuda de nuestra debilidad (cf. Rm 8, 26ss.) queremos alabar y adorar, en el Hijo, al Padre que cada día realiza entre nosotros su obra de salvación y nos confía el ministerio de la reconciliación (cf. 2 Cor 5,18). Haciéndonos progresar en el conocimiento de Jesús, la oración estrecha el lazo de nuestra vida común y la abre constantemente a su misión (cst. 78).
Y más claramente:
Por nuestra celebración, unidos a toda la Iglesia en la “memoria” y la presencia del Señor, acogemos a Aquel que nos hace vivir juntos, que nos consagra a Dios, y nos envía sin cesar por los caminos del mundo al servicio del Evangelio (cst. 82).
Conclusión
Dios ha hablado y habla a través de su Palabra. Dios habla y nos reclama desde los avatares del mundo y de la historia cotidiana. Dios es fiel, es veraz, es Amor, es Entrega. Dios elige, guía y envía. Como veremos a continuación, en la última constitución que vamos a citar, nuestra fidelidad, verdad, amor, elección y entrega dependen en gran medida de nuestra lucidez para estar atentos a nuestro progreso espiritual, a nuestra unión en amor a nuestro Señor. Estas líneas han querido ser, no obstante todos sus defectos, una llamada a vivir desde el corazón la oración de la Iglesia, a aprovechar estos minutos en que nos reunimos como comunidad para alabar al Señor, para hacer Iglesia y renovar nuestra entrega, nuestro carisma y nuestro ministerio dentro de ella. En la Iglesia, Dios ha querido dejar medios para nuestra santificación y nuestra salvación. ¿Salvación y santificación individuales? Las líneas de demarcación por las que siempre nos hemos movido son las de una oración que precisa de la comunidad; comunidad también orante, celebrante, viviente. La LH es uno de estos medios. También han querido ser una invitación, sobre todo a los que somos más jóvenes en vida religiosa SCJ, a leer los escritos “en directo” del P. Dehon y, reposados en nuestros corazones, devolverlos a la vida pero en nuestro tiempo, en nuestra Iglesia, en nuestra sociedad, en nuestra historia, no en las del P. Dehon que ya pasaron y jamás volverán. Será un modo privilegiado de ser fieles a nuestra vocación, a nuestra espiritualidad, a nuestra misión, a nuestra vida, a nuestro fundador y a nuestro Dios y Señor:
Seguros de la indefectible fidelidad de Dios, enraizados en el amor de Cristo, sabemos que nuestra elección de la vida religiosa, para que permanezca viva, exige el encuentro con el Señor en la oración, la disponibilidad de corazón y de actitud para acoger el HOY DE DIOS (cst. 144).
NOTES
1. Este texto es fruto de varias redacciones y adicción de elementos. En su intención original, estaba integrado en un trabajo de síntesis acerca de la Liturgia de las Horas dirigido a jóvenes seminaristas que, luego, se transformaron en reflexiones surgidas en momentos de estudio en el Escolasticado de Salamanca. Es, por tanto, un trabajo-base, al que se le han ido añadiendo nuevos elementos. A lo largo de la lectura pueden aparecer elementos muy evidentes, cosas sabidas, ideas redundantes o que rocen peligrosamente la utopía. Pido, por ello, la indulgencia y la paciencia del lector.
2. Directorio Espiritual V, 1. La edición española traduce así: “Nuestro lugar y reposo es la oración, es el Corazón de Jesús, misterio de amor y de inmolación” con lo que se pierde la aportación fundamental del texto: el modo típico dehoniano de orar y su objeto.
3. En otro trabajo más extenso, analizo todos estos textos y ofrezco la traducción española de todos ellos. No podría haber dispuesto de tanto material sin la ayuda del P. Egidio Driedonkx a quien agradezco todo el trabajo y tiempo dedicado. Igualmente agradezco la colaboración, el magisterio y el interés de los PP. A. Tessarolo, A. Perroux y S. Tertünte. Así como la paciente ayuda dada por los PP. E. Mtez. de Alegría y J. C. Briñón en la comprensión, traducción y adaptación de los textos originales franceses. También las críticas y revisiones del texto de C. L. Suárez y J. L. Domínguez. Todos ellos Sacerdotes del Corazón de Jesús.
4. NHV V 132-133, pp. 123-124.
5. Directorio Espiritual V, par. 3. El original francés habla del Rey y no de Dios para que permanezca la imagen de la guardia de honor. De todos modos, la traducción española no quita nada al sentido profundo.
6. Directorio Espiritual V, par. 3.
7. Directorio Espiritual V, par. 3. Una vez más, el texto español no es fiel al original.
8. Regla de San Benito, XIX, 7.
9. CAF I, 72 (p. 61 de la edición española).
10. Directorio Espiritual V, par. 3. La traducción no es adecuada pero no influye.
11. Thesaurus Precum, pp. 74-75.
12. MANZONI, G., León Dehon y su mensaje (El Reino, Torrejón de Ardoz 1995) p. 149.
13. CEC n. 1327.