Delio Ruiz, scj
Más allá de muchas cuestiones que tienen que ver con este escrito, una cosa se presenta muy clara: la carta a los Hebreos se caracteriza por su específica cristología, que en el ámbito del NT destaca fuertemente por su consistencia y originalidad.1
En Heb la cristología está conectada sobre todo con los títulos que la expresan y la sintetizan claramente. Nos detendremos en dos de ellos: Hijo de Dios (hyióz tou Theoû), y (sumo) sacerdote (arch-iereus), los cuales no solamente son los más frecuentes (aparecen 13 y 17 veces respectivamente) sino que se presentan tan estrechamente relacionados, que no es posible estudiar el uno sin el otro.2 Aquí se concentra toda la cristología de este escrito y por consiguiente las líneas fundamentales de nuestro tema: la solidaridad sacerdotal.
A. Jesús Hijo de Dios
1. Jesús, es Hijo y devino Hijo
El modo de presentar la filiación de Jesús en la carta a los Hebreos invita a los lectores a la reflexión para hacer comprensible la sorprendente afirmación: Jesús es Hijo de Dios y al mismo tiempo llegó a ser Hijo de Dios. Una serie de textos hablan de una dimensión perenne de la filiación de Jesús como su propiedad ontológica (1,2: nos habló por medio del Hijo). En oposición a la dimensión temporal de los profetas, la filiación divina define a Jesús desde la raíz. En dos pasajes 5,8 (y aún siendo Hijo, por los padecimientos aprendió la obediencia) y 7,28 (... el Hijo ha sido hecho perfecto para la eternidad) la cualificación del Hijo está asociada a la idea de un perfeccionamiento adquirido.3
Otra serie de textos, en cambio, insiste sobre la filiación adquirida por Jesús. El texto fundamental es 1,5 donde el título se repite dos veces. La herencia adquirida consiste en una nueva dimensión de esta filiación: la entronización real (cf. Heb 1,3b). En 3,5-6, mientras Moisés es definido como siervo, Jesús, en cambio, es definido como Hijo.
2. Fue hecho perfecto
El punto de encuentro, histórico e ideal, entre la condición de Hijo y la de Sacerdote lo constituye el hecho del perfeccionamiento (teleíosis) de Jesús. Aunque resulte insólito, en dicho concepto, Hebreos es un escrito absolutamente típico y central.4 Ciertamente la semántica del texto es variada.5 Pero el hecho característico del uso del verbo perfeccionar (teleióo) en Hebreos consiste en que ningún otro lugar del NT utiliza este verbo teniendo a Jesús como objeto directo (cf. Heb 2,10) o como sujeto pasivo (cf. 5,9; 7,28).6
Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, hiciera perfecto (teleiôsai) mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación (Heb 2,10).
Y aún siendo Hijo, por los padecimientos aprendió la obediencia; y llegando a ser perfecto (teleiôtheís), se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios sumo sacerdote a la manera de Melquisedec (Heb 5,8-10).
El no tiene necesidad de ofrecer sacrificio cada día como aquellos sumos sacerdotes, primero por sus propios pecados, luego por los del pueblo; y esto lo realizó una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. La Ley constituye sumos sacerdote a hombres débiles; pero la palabra del juramento, posterior a la Ley, nombra a uno que es Hijo, hecho perfecto (teteleiôménon) para la eternidad (Heb 7,27-28).
Hay que notar ante todo que dentro del proceso de perfeccionamiento simpre está Dios en persona como agente de los acontecimientos, tal como lo revela la forma del verbo empleado (activo en el primer caso, pasivo en los otros dos). En segundo lugar, observamos que el sujeto perfeccionado está indicado constantemente como Hijo (implícitamente: cf. 2,10.13b.14a; explícitamente: 5,9: 7,28): es en cuanto tal que llega a ser después también Sacerdote. La tercera observación tiene que ve con el tema del sufrimiento, presente en todo momento; de hecho, no existe perfeccionamiento si no es por medio de una experiencia de dolor (2,10; 5,8; 7,27). Y finalmente, notamos el tema de la salvación como efecto de aquella experiencia: iniciador de la salvación (2,10), causa de salvación (5,9). Por eso puede salvar definitivamente a los que llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor (7,25).
2.1. Plenamente solidario con los hombres (Heb 2,10)
Ya simplemente como hombre, Jesús comparte la común condición de la enfermedad humana. Basta citar la comparación de Jesús con los ángeles (1,5-2,18), donde se exalta la identidad del Hijo, lo más interesante es la original interpretación cristológica del salmo 8 (cf. Heb 2,5-9), 7 con la clave hermenéutica del Sal 110. Ninguno de los ángeles ha demostrado una tal solidaridad con los hombres ni ha padecido la muerte por ellos, como lo ha hecho Jesús (cf. 2,10-16). Esta solidaridad está expresada repetidamente y de forma variada con un rico vocabulario: todos tienen el mismo origen (2,11ª: ex henos pántes), es decir, sea Jesús como los hombres están mancomunados en un mismo origen; no se avergüenza de llamarlos hermanos (adelphoí: 2,11b.12.17a; cf. Rm 8,29; Jn 20,17); los hijos tienen en común la carne y la sangre (kekeinoneken: v. 14a; la afirmación general prepara la siguiente); así también llegó a ser partícipe del mismo modo (paraplesíos metéschen: v. 14b; el aoristo expresa la acción histórica puntual de la encarnación); era necesario que fuera semejante en todo a sus hermanos (katà panta homoithenai: 2,17a; cf. 4,15); él padeció habiendo sido probado (péponthen autos peiratheís: 2,18: cf. 4,15-16).
En este contexto, el perfeccionamiento de Jesús pasa ineludiblemente a través del compartir plenamente la debilidad humana. Agreguemos que el complemento por medio de (diá) el sufrimiento debe leerse en el sentido que el sufrimiento es considerado en sí mismo como medio de transformación; por lo tanto, al perfeccionamiento no sigue ni la evasión del sufrimiento ni su negación.
2.2. La experiencia crucial de la pasión y de la muerte (Heb 5,5-8)
La segunda presentación de la idea de perfeccionamiento (anunciada en 5,9) se prepara en Heb 5,5-8 con el tema de la Pasión y muerte de Jesús.8 Esta experiencia se entiende no solamente como momento culminante de la solidaridad con los hombres, sino también y sobre todo como momento decisivo de obediencia a Dios.9
Notamos los elementos principales del texto. El tema central es la total humildad de Cristo que se manifiesta en varios momentos.
a) Ante todo él no se declara a sí mismo sacerdote sino que lo es declarado por Dios (como Sumo Sacerdote judío: cf. 5,1-4.5-6).
b) Jesús afronta el peso doloroso del sufrimiento en su pasión: la expresión ofreciendo plegarias y súplicas... con fuertes gritos y lágrimas remite seguramente al momento de la agonía en Getsemaní y el Calvario (cf. Mt 26,38-46).10 Puede decirse que la ofrenda de Cristo es su propia flaqueza. Se pasa de este modo de los sacrificios rituales y exteriores a un sacrificio personal y existencial.
c) Con esto demostró su propia y confiada sumisión (eulábeia: 5,7, literalmente, profundo respeto; cf. 12,28) a la voluntad divina.11
d) Al igual que todo mortal, por los padecimientos aprendió la obediencia (5,8), es decir, aprendió a confiar y abandonarse totalmente en Dios con una decisión única: ¡He aquí que vengo, a hacer, oh Dios, tu voluntad! (cf. 10,5-10).12
Fue escuchado (eisakoustheís: 5,7),13 no significa tanto haber conseguido más fuerza para poder beber el cáliz (cf. Mt 26,39.42) del sufrimiento, ni tampoco la posterior exaltación después de la muerte, sino más bien, significa la victoria sobre la muerte por medio de la muerte misma, en cuanto ésta quiere decir reducir a la impotencia al príncipe de la muerte y realizar la liberación de la humanidad (cf. 2,14-15). El resultado de esta experiencia de sufrimiento es el perfeccionamiento de Jesús (5,9). La descripción de 5,1-4, en conformidad con los datos antiguos, no contenía la más mínima indicación sobre un camino en la persona del sumo sacerdote. La aplicación a Cristo, por el contrario, proclama que llegó a la perfección y basa esa afirmación señalando con realismo cómo se llevó a cabo dicha transformación (no ritual sino real).14
2.3. La integridad moral de Jesús y la unicidad de su ofrenda (Heb 7,26-28)
Los últimos presupuestos enunciados por el autor (7,26-27) como requisitos de su perfeccionamiento (7,28) son estos: la integridad moral de Jesús y la unicidad de su ofrenda. Después de haber declarado abiertamente la abrogación del sacerdocio levítico (cf. 7,18), el autor enumera una serie de características positivas, que, en cambio, habilitan a Cristo para la función sacerdotal (7,26): por una parte, él es santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores, es decir, responde plenamente al requisito bíblico de la pureza levítica (cf. Lv 21,1-22; 9), y por otra parte, inclusive encumbrado sobre los cielos y por lo tanto puede interceder por nosotros (7,25). Además se dice por primera vez que él realizó esto una vez para siempre (ephápax heautòn anenégkas: 7,27) introduciendo así el tema de la sección siguiente de la epístola (8,1-9,28) que efectivamente trataría de la perfección de Jesús Sacerdote. Significativamente en 7,28 se pone un contraste entre los sumos sacerdotes y un hijo para sugerir que, paradójicamente, aquellos que obtenían el sacerdocio estaban sujetos a la debilidad y en definitiva a la ineficacia, mientras que el que en el principio no era un sacerdote ha sido hecho perfecto sobre la base de su filiación.15
2.4. Conclusión
1. ¿En qué consiste la perfección obtenida por el Hijo? Tomamos en consideración tres interpretaciones distintas.
a) Respuesta que llamaríamos perfección final: la palabra perfección expresaría solamente alcanzar un fin;16 pero ello no explica el acento dado al tema del sufrimiento en 2,10 y 5,8, según el cual el perfeccionamiento no es posterior sino consecuencia del padecer, con el cual está íntimamente relacionado
b) Perfección moral: según alguno, Jesús maduró una perfección moral en cuanto alcanzó un modelo máximo de una virtud perfecta.17 En efecto, a partir de algunos textos parecería que la experiencia del sufrimiento habrá llevado a Jesús a tener un nivel moral superior (cf. 2,10; 4,15; 5,9); sin embargo las afirmaciones presentes en 4,15 y 7,26 no dan lugar a dudas sobre el hecho que él es sin pecado, apartado de los pecadores: por lo tanto, no se puede pensar que fuera primeramente imperfecto y que sólo en un segundo momento habría alcanzado la perfección de una santidad plena.
c) Perfección sacerdotal: el perfeccionamiento de Cristo consiste simplemente en haber sido constituido sacerdote.18 Esto es comprensible si tenemos presentes dos aspectos distintos y complementarios. En primer lugar, observamos que desde el origen existe una dimensión cultural-ritual del concepto. En efecto, en el AT se describe la consagración sacerdotal con la expresión literal perfeccionar (llenar) las manos19 y el sacrificio de investidura se dice literalmente perfeccionamiento.20 En segundo lugar, hay que tener en cuenta que este concepto ritual ha sido reelaborado completamente por el autor de la carta en un doble sentido: existencial y relacional. Por una parte, el perfeccionamiento de Cristo no se realiza por medio de una ceremonia ritual sino mediante la dolorosa ofrenda de sí mismo a través del sufrimiento y la muerte. Por otra parte, él ha perfeccionado también su relación ya sea frente a Dios, por medio de una extrema docilidad a su voluntad, como también a través de la total solidaridad con los hombres (cf. 2,9-18; 8,1), aspecto desconocido por el ritual del Levítico.21
2. Si la ofrenda de Jesús en la cruz lo hace perfecto, es decir lo constituye sacerdote, entonces surge otro interrogante: ¿cuál es la relación entre el ejercicio de su sacerdocio y el momento de su perfeccionamiento? El ejercicio de este sacerdocio, ¿es sólo una consecuencia del perfeccionamiento o forma parte del mismo? Se podría, pues, pensar, que la teleíôsis adquirida en el sufrimiento sea solamente una premisa paralela al ejercicio del sacerdocio que se desarrolla total y solamente en el cielo, en el santuario celestial (cf. Heb 8,1-2; 9,11-12.24). Esto significaría que la muerte de Jesús en la cruz no habría sido un verdadero acto sacerdotal, sino solamente una condición previa.
A este problema se puede dar dos tipos de soluciones.
a) La primera, consiste en considerar la efusión de sangre como puramente en función de la ofrenda dentro del santuario, así, se concluye que el sacrificio en la cruz ha sido intrínsecamente un acto celestial, en orden, por naturaleza, al ministerio sacerdotal ejercido después en el interior del santuario del cielo. De esta manera remitiéndose al acto ritual del Yôm Kippûr, resulta que el segundo momento (el más importante) absorbe en sí al primero, entonces tanto la cruz como el ingreso al Santo de los Santos del cielo llegan a ser parte de la misma acción sacerdotal.22
b) Otra explicación, menos convincente, se remite al esquema subyacente del Yôm Kippûr, pero desde un punto de vista bien distinto. Según Heb existe, pues, una clara diferencia entre la fiesta judía y la muerte de Jesús. Mientras que la inmolación del macho cabrío era solo una preparación del acto de expiación verdadero, que consistía en la sucesiva aspersión de la sangre cumplida en el Santo de los Santos, aquí, en cambio, la expiación propiamente dicha ocurre en el momento mismo de la efusión de la sangre de Jesús. Esto queda revelado por el nexo explícito entre redención y muerte en estos pasajes: 9,15 (interviniendo una muerte que libera de las culpas); y 10,10 (hemos sido santificados por medio de la ofrenda del cuerpo de Cristo). Por eso no parecería conveniente referir el infinitivo presente hiláskesthai en 2,17 solo a una actual y continua actividad expiatoria de Jesús.23 Es en el conjunto de su sacrificio que la sangre de Cristo resulta más elocuente que la sangre de Abel (cf. 12,24), sobre todo más que la sangre de cabras y toros (cf. 9,12.14) y llega a ser la sangre de la nueva alianza (cf. 8,1-9.28).
En Heb 5,7 el contexto sacrificial, el uso del verbo prosphéro, y la idea de la oración como sacrificio, llevan a pensar que la entrega de sí a la muerte ha sido ya una oblación sacerdotal.24 También el tema recurrente del ephápax (una vez para siempre) se ubica en una doble línea: por una parte, es cierto que parece conectado sólo con la ofrenda sucesiva (cf. 9,12), por otra parte, la mayoría de las veces está relacionado con el sacrificio (cf. 7,27; 9,26.28; 10,10). Existe entonces una dialéctica entre los dos momentos.
Se puede agregar que toda la tradición cristiana primitiva conecta los conceptos de redención-perdón-remisión-rescate únicamente con la muerte y por lo tanto con la efusión de sangre de Jesús (cf. Rm 3,25; 1Cor 7,23; 15,3; 1Pe 1,18-19; etc.), y nunca con su futuro ministerio celestial (el cual, sin embargo, existe y es importante: cf. Rm 8,34; 1Jn 2,1s: aquí expiación), entonces se puede decir como conclusión que el valor redentor real y verdadero está ligado también con la efusión de la sangre en la cruz.
Por consiguiente, según la carta a los Hebreos, el perfeccionamiento de Jesús envuelve el sufrimiento de la muerte en su naturaleza sacerdotal.
B. Jesús, sumo sacerdote digno de fe y misericordioso
El título está presente en sus dos formas, simple y compuesta. La primera es propia del Sal 110,4 y se encuentra de hecho sólo en esos pasajes que hacen referencia al salmo, repitiéndolo; la segunda forma, en cambio, aparece en pasajes que explican el sentido del salmo aplicándolo a Jesús. No existen diferencias entre ambas formas.
Para nuestro tema de la solidaridad sacerdotal, no vamos a entrar en la problemática del sacerdocio, ni desde el punto de vista ambiental histórico-religioso ni desde el encuadre tradicional del tema, dentro del AT y NT.25 Recordamos simplemente que dentro del NT el título cristológico es exclusivo de Heb.26 Sin embargo, elementos cristológicos de resonancia sacerdotal se encuentra en el NT dentro y fuera de Heb.27 En conclusión, la cristología sacerdotal de Heb puede tener antecedentes no solo en el judaísmo sino también en la tradición cristiana; sin embargo, queda claro que no ha sido desarrollada de la forma que lo ha hecho el autor de Heb ya sea en su extensión como en su profundidad.
Teniendo en cuenta la estructura de la carta,28 en la conclusión de la primera parte (2,17-18) se anuncia el tema de la segunda parte. Jesús es sumo sacerdote misericordioso y digno de fe (eleemon kaì pistós). La nueva sección 3,1 - 5,10 desarrolla el tema invirtiendo los dos calificativos: digno de fe (3,1.6), misericordioso (4,15 - 5,10), insertando una larga exhortación parenética (cf. 3,7 - 4,14). Toda la sección 3,1 - 5,10 sirve como preparación general a lo que se dirá más específicamente sobre el sacerdocio de Cristo en el c.7.
Estas dos cualidades son la dos cualidades fundamentales con las que debe actuar como mediador entre Dios y los hombres. No son dos virtudes individuales, como podrían ser el coraje o la templanza, sino que está en relación con toda la persona, expresan su capacidad de relación. Por eso pueden definir al sacerdote, porque la función de éste consiste en establecer buenas relaciones entre el pueblo y Dios. La función de mediador requiere una doble capacidad de relación, relación con Dios y relación con los hombres.29
Ante todo, eleemon expresa la capacidad de relación con los hombres. Ya el comienzo de la frase de 2,17 lo demuestra, diciendo que Cristo tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos para llegar a ser sumo sacerdote misericordioso. Se trata de las relaciones con los hermanos. Seguidamente, el v. 18 explica claramente la idea: Habiendo pasado él la prueba del sufrimiento, puede ayudar a los que la están pasando. La misericordia sacerdotal es presentada como una compasión fraterna, fundada sobre la experiencia de las mismas dificultades y tribulaciones. Habiendo padecido, Cristo ha llegado a ser capaz de compadecerse.
La misma perspectiva se retoma al comienzo de la sección correspondiente, es decir, en 4,15: no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestra flaqueza, ya que ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por lo tanto... para obtener misericordia. Para ejercer el ministerio sacerdotal es necesario comprender profundamente la necesidad de los hombres, compartir sus debilidades, sentir la necesidad de ayudarlos; en una palabra, se necesita ser misericordioso.
Sin embargo, la misericordia no es suficiente. Es necesario, además, una capacidad de intervención junto a Dios a favor de los hombres. De lo contrario la mediación sería estéril. La función del sacerdote no consiste solo en compadecerse, sino también llevar el remedio a la situación de los pecadores, obteniendo para ellos el perdón de Dios, terminar con las tribulaciones. Para esta función positiva, se necesita otra capacidad de relación, la que se refiere a Dios. El sacerdote debe ser digno de fe en cuanto a las cosas que se refieren a Dios (2,17: pistos ta pros ton Theon).30 En otras palabras, el sacerdote debe ser acreditado junto a Dios. Es la posición que ocupa Cristo glorificado (cf. Hch 17,31).
La calificación pistos comprende dos aspectos que corresponden a las dos direcciones de la mediación: de los hombres hacia Dios y de Dios hacia los hombres. El primer aspecto es el fundamental, tiene que ver con el acceso hacia Dios. Cristo es pistos ta pros ton Theon en cuanto que es aceptado por Dios, es agradable a Dios. Más aún está siembre unido a Dios y por lo tanto está siempre en grado de interceder por nosotros (Heb 7,25).
El otro aspecto de Cristo pistos tiene que ver con su autoridad sobre nosotros. Cristo no está solamente en grado de hablarle a Dios a favor nuestro, sino también a nosotros en nombre de Dios. Es digno de fe en el sentido que su palabra tiene autoridad divina. Cristo es digno de fe en cuanto es Hijo de Dios, Dios le ha dado toda autoridad en el cielo y la tierra y lo ha constituido el único camino de salvación.
Lo que define al sacerdote es la unión de estas dos cualidades: digno de fe y misericordioso, relación íntima con Dios en la gloria y participación auténtica de la solidaridad humana. En la carta, las argumentaciones no tienen una ubicación casual sino querida por el autor, en la parte referida al concepto del sacerdote (segunda parte de la carta: Heb 3,1 - 5,10).31 Es fácil ver que el primer aspecto, pistos, corresponde a la glorificación de Cristo y el segundo aspecto, eleemon, corresponde a su Pasión. Observamos el paralelismo entre las dos secciones de la segunda parte y los dos párrafos de la primera: al primer párrafo le corresponde la primera sección; al segundo párrafo le corresponde la segunda sección; es decir, pistós, primera sección, corresponde a la posición gloriosa de Cristo junto a Dios, descrita en 1,5-14; eleemos, segunda sección, corresponde a la solidaridad de Cristo con nosotros, descrita en 2,5-18. Podemos observar que solamente la segunda sección habla de la Pasión de Cristo, como el segundo párrafo. La primera sección y el primer párrafo no dicen nada de la Pasión. La unión de los dos aspectos está asegurada en Cristo por el hecho que su misterio Pasión y glorificación forman una unidad indisoluble. La glorificación de Cristo es fruto de su Pasión. Cristo ha alcanzado su gloria por el camino de la solidaridad fraterna, manifestada hasta la muerte. Por lo tanto, su gloria no puede ser confundida con un triunfo orgulloso de ambiciones satisfechas; es la gloria de la generosidad perfecta. Esta gloria divina tiene, por consiguiente, un ligamen íntimo con la misericordia y da a Cristo los medios más eficaces para ejercerla.
C. Conclusión: el dinamismo solidario de la nueva alianza
La experiencia que realiza el cristiano en su adhesión a Cristo-Sacerdote es la experiencia de la nueva alianza. Desde este punto de vista la cita de Jer 31,31-34 (LXX 38,31-34) en Heb 8,8-12 ocupa un puesto central en la carta, no solamente por su ubicación material, sino por su determinante interés cristológico-soterológico. La misma citación de Jeremías, retomada parcialmente en 10,15-17, no tiene solo una función negativa de crítica a la antigua alianza, sino también y sobre todo, el rol positivo de subrayar la diferencia cualitativa entre las dos: la nueva, en efecto, es interior, escrita no en tablas de piedra sino en el corazón del hombre, y perdona real y definitivamente a los pecadores.
En el centro de esta novedad (como lo hemos visto) se encuentra Jesucristo, Hijo de Dios y Sumo Sacerdote. Su sacrificio objetivo y el influjo del mismo sobre los creyentes hacen posible para siempre el acceso a Dios, y por lo tanto, la comunión con él. Si se quiere expresar en una fórmula breve la novedad del sacerdocio de Cristo, se puede decir: es el sacerdocio de la nueva alianza. En efecto, en la última Cena, Jesús tomando el cáliz, dijo: Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, derramada por vosotros (Lc 22,20; cf. 1Co 11,25). Cristo es sacerdote nuevo porque es mediador de una nueva alianza (Heb 9,15).32
La oblación sacerdotal de Cristo supone otra novedad: en ella se ha realizado una sorprendente unión entre la docilidad a Dios y la solidaridad con los pecadores, y esta unión ha iniciado un nuevo dinamismo de alianza. En el AT no había posibilidad de unir las dos orientaciones: para estar con Dios parecía necesario combatir contra los enemigos de Dios. Por ello, después de la idolatría del becerro de oro, los levitas se habían separado de sus hermanos y habían llegado a exterminarles, para obtener su sacerdocio (Ex 32,26-29). Jesús, en cambio, obtuvo su sacerdocio de modo inverso: por medio de una total solidaridad con los pecadores. La luz que emana de la Pasión, lleva al autor de la carta a los Hebreos a prescindir de aspectos del sacerdocio que antes ocupaban el primer plano (cf. 5,1ss) y poner de relieve, por el contrario, otros aspectos existentes pero que tendían a ignorarse. En un único y mismo acontecimiento Cristo llevó hasta el fondo su solidaridad sacerdotal con los hombres, bajó hasta lo más hondo de su miseria, y por otra parte abrió esa miseria, gracias a su oración suplicante y su adhesión dolorosa, a la acción transformadora de Dios, que pudo por consiguiente crear en él al hombre nuevo, perfectamente unido al Padre y disponible a sus hermanos. En Cristo, transformado de esa manera, se llevó a cabo la mediación entre el nivel más bajo de la miseria humana y las cimas, hasta entonces inalcanzables, de la santidad divina. Cristo, el que ofreció y fue escuchado, el que aprendió por su sufrimiento la obediencia, se ha convertido en su propio ser en el mediador más completo. La proclamación divina se aplica a él en plenitud: él es sacerdote para siempre.
Su docilidad filial, lejos de obstaculizar dicha solidaridad (Lc 19,10), le impulsó a llevarla hasta el extremo. En vez de excluirse mutuamente, las dos disposiciones de espíritu se reforzarán mutuamente. Para corresponder plenamente al amor del Padre, Jesús dio su vida por sus hermanos pecadores (Flp 2,8). Así, en la oblación sacerdotal de Cristo se soldaron las dos dimensiones del amor - a Dios y al prójimo -, a las que corresponden las dos dimensiones - vertical y horizontal - de la cruz. Esta unión indisoluble pone en marcha un potente dinamismo de reconciliación y de comunión: el dinamismo de la nueva alianza, que se nos comunica en la Eucaristía, sacramento de comunión33 y fuente de solidaridad.
1 N. Casalini, Ebrei, Discorso di Esortazione, Jerusalem 1992; W.L. Lane, Hebrews (WBC), Dallas 1991; A. Vanhoye, Struttura e Teologia nellEpistola agli Ebrei, P.I.B., Roma 1996; Id., Sacerdotes antiguos y sacerdotes nuevos según el Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 1984 (orig. Paris 1980); Id., La Cristología sacerdotal de la carta a los Hebreos, CEA, Buenos Aires 1997.
2 En algunos pasajes decisivos los dos títulos se encuentran no solamente juntos, sino también estrechamente vinculados. Esto ocurre desde el comienzo de la carta: en el exordio (1,1-4) y en la primera parte (1,5-2,18). Los títulos cristológicos aparecen respectivamente 13 y 17 veces: Hijo de (Dios): 1,2.5.5.8; 3,6; 4,14; 5,5.8; 6,6; 7,3.28; 10,29; hay que añadir el título de primogénito, prototókos, en 1,6. (Sumo) sacerdote: 2,17; 3,1; 4,14.15; 5,5.610; 6,28; 7,11.15.17.21.26; 8,1.4; 9,11; 10,21 (otra 7 veces el título no tiene valor cristológico)
3 En esta línea se encuentran dos textos análogos: Heb 6,6 y 10,29.
4 D. Peterson, Hebrews and Perfection. An Examination of the Concept of Perfection in the Epistle to the Hebrews, SNTS MS 47, University Press, Cambridge 1982; A. Vanohye, La teleíosis du Christ: Point capital de la christologie sacerdotale dHébreux, NTS 42 81996), 321-338.
5 H. Hübner, Teleió, DENT, 1714-1716.
6 La única excepción se encuentra en Lc 13,32 (el significado se inserta en un esquema cronológico, no atañe a la dimensión personal de Jesús, como en Hebreos, sino a algo externo a él: lo que va hacia la perfección es la obra de Jesús).
7 Aquí, con la citación del salmo 8, se afirma la humanidad genérica de forma implícita, en los versículos sucesivos se insiste en el total compartir con la condición humana.
8 El autor de la carta da un paso adelante respecto al estadio precedente.
9 Cf. A. Vanhoye, Sacerdotes antiguos y sacerdotes nuevos según el Nuevo Testamento, 152-153.
10 El verbo ofrecer (prosenégkas: v. 7) lleva como objeto plegarias y súplicas, contrasta con la ofrenda (prospheres: v. 1) de dones y sacrificios de los sacerdotes levíticos. La ofrenda de Cristo no es ritual, trae a la luz un nuevo concepto de sacrificio: se ofreció a sí mismo (Heb 9,14).
11 Para el sentido del término cf. C. Zesati Estrada, Hebreos 5,7-8. Estudio histórico-exegético, AnB 113, PIB, Roma 1990, 171-241.
12 La frase de 5,8 indica además que la transformación que se ha obtenido no concierne únicamente a la situación exterior, como sucede en el caso de que un hombre amenazado se ve de pronto libre de todo peligro, se da también y sobre todo una transformación personal del oferente por medio del sufrimiento educador. Nos encontramos aquí con la innovación más radical respecto al antiguo sacerdocio.
13 El elemento decisivo de un verdadero sacrificio es la aceptación por parte de Dios, ya que si la ofrenda no es aceptada por él tampoco queda santificada - es Dios quien santifica - y, por lo tanto, no se ha llevado a cabo el sacrificio. Solamente la ofrenda de Cristo, que ofreció y fue escuchado, ha constituido un sacrificio en el pleno sentido de la palabra. Este cumplimiento se debe a la oración de Cristo, que abrió la miseria humana a la acción santificadora de Dios (cf. 10,11ss: sobre la eficacia del sacrificio de Cristo). Cf. Vanhoye, Sacerdotes antiguos y sacerdotes nuevos según el Nuevo Testamento, 47.
14 Una verdadera consagración sacerdotal debería consistir en una transformación profunda del futuro sacerdote, que lo hiciera realmente perfecto, a fin de que fuera digno de entrar en relación con Dios. Sin una transformación radical de su ser, el hombre pecador se encuentra en la imposibilidad de acercarse al Dios santísimo y por consiguiente de ejercer el sacerdocio. Le es indispensable una téléiosis. El Levítico tiene toda la razón cuando establece la obligación de realizarla. Pero el ritual previsto no responde a la exigencia de la situación (cf. Lv 8,22-28). Semejantes ritos exteriores simbolizaban una transformación, pero sin poder alguno para llevarlo a cabo. Todo se quedaba en el ámbito superficial de la carne, sin eficacia ni utilidad alguna, el nivel de la ley antigua: la Ley - observa el autor - no llevó nada a la perfección (Heb 7,19); por lo tanto era incapaz de efectuar una verdadera consagración sacerdotal. Por eso era necesario que fuera suscitado un sacerdote diferente, un sacerdote constituido como tal por medio de una auténtica téléiosis. La transformación a la que Cristo se sometió no alcanzó en él al Hijo de Dios, sino al hombre de carne y hueso. El autor lo señaló ya en el texto de 5,7-9, al que remite en esta vocación. Cf. A. Vanhoye, Sacerdotes antiguos y sacerdotes nuevos según el Nuevo Testamento, 178-179.
15 La función retórica del participio hecho perfecto (teteleioménon), que cierra enfáticamente el v. 28, es puesto a la luz por A. Vanhoye, La teleíôsis du Christ, 223s.
16 La BJ en su nota a 5,9 explica: En su oficio de Sacerdote y Víctima.
17 Cf. Cullmann, Christologie, 82-86.
18 Esta es hoy la interpretación más difundida, si bien con matices distintos. Cf. D. Peterson; Hebrews and Perfection; A. Vanhoye, La teleíosis du Christ.
19 LXX: teleioûn tàs cheîras, TM millê yad; cf. Ex 29,9.29.33.35; en el Lv 4,5 se habla de sacerdote ungido consagrado (es decir: a quien se les han sido llenadas las manos: ho iereùs ho cristos ho teteleiôménos tàs cheîras) etc.
20 LXX: teleíôsis; TM: milluîm; cf. Ex 29,22.27.31 etc.
21 El concepto de solidaridad merece dos observaciones ulteriores. a) Una, tiene que ver con el sacerdocio judío. Mientras que en el AT se insiste sobre la separación y distinción de los Sumos Sacerdotes respecto al pueblo (cf. Ex 28-29; Lv 8-10; la lámina de oro puesta sobre el turbante de Aarón llevaba la inscripción Qodeö Le YHWH, consagrado a YHWH [Ex 28,36]; y según la Mishnah el Sumo Sacerdote era aislado de su familia siete días antes del Yôm Kippûr en una habitación contigua al Tempo [Yom. 1,1]), Heb, en cambio insiste sobre la profunda solidaridad de Jesús con los hombres (cf. 2,9-18; 4,14-15; 5,7-8). b) La segunda observación está en relación con el mesianismo. Mientras la cristología tradicional insiste todavía sobre las categorías reales davídicas, aquí, en cambio, se pasa decididamente a las categorías de un mesianismo sacerdotal, retocada en el sentido que la expiación realizada por el sacerdote no de manera ritual sino (esto es lo inaudito) personal y existencialmente; de esta forma se recuperan todos los aspectos de debilidad, humillación, sufrimiento, muerte, que eran incompatibles con el mesianismo real. En efecto, las dos veces que se menciona a David en Heb 4,7 y 11,32 no aparece la nota mesiánica, y además, las citaciones de los Salmos 2 y 110 son ahora releídos según categorías sacerdotales.
22 D. Peterson, Hebrews and Perfection, 191-195, el cual se apoya en el hecho que, según Lv 16,15 la inmolación del macho cabrío se realizaba afuera (delante) del Santuario verdadero, pero con la intención de introducir después la sangre en el interior del mismo santuario.
23 Contra A. Vanhoye, Situation du Christ. Lépître aux Hébreux 1-2, LD 58, Cerf, Paris 1969, 380-381; W.L. Lane, Hebrews, I, 66: El concepto implica sacrificio, y en este contexto la obra del Hijo consiste en dar su vida por los demás.
24 C. Zesati Estrada, Hebreos 5,7-8, 128-141.
25 Para un primer abordaje del tema dentro de su complejidad puede verse A. Vanhoye, Sacerdotes antiguos y sacerdotes nuevos según el Nuevo Testamento, 17-80.
26 En los Sinópticos, en Jn y en Hch es empleado solo en referencia a los sacerdotes judíos (cf. Mc 15,3 par; Jn 7,32; Hch 4,6). En las cartas paulinas no aparece nunca, ni en un sentido ni en otro. En Ap está presente sólo el plural designado a todos los cristianos (cf. 1,6; 5,10; 20,6). El título cristológico reaparece en 1Clem 36,1 y 61,3. Por otro lado en el NT aparece sólo el sustantivo abstracto sacerdocio (hieráteuma: 1Pe 2,5.9), aplicado a toda la comunidad (cf. Ex 19,6).
27 Cf. Rm 3,25; Ef 5,2; Mt 26,28; Hch 20,28; Jn 17,19; Ap 5,9.
28 A. Vanhoye, El mensaje de la carta a los hebreos, Cuad. Bib. 19, Verbo Divino, Estella (Navarra) 1993, 30ss: divide la carta en cinco partes: I. El nombre de Cristo 1,5 - 2,18; II.A. Jesús sumo sacerdote digno de fe 3,1 - 4,14; II.B. Jesús sumo sacerdote misericordioso 4,15 - 5,10; Exhortación preliminar 5,11 - 6,20; III.A. Sumo sacerdote a semejanza de Melquisedec 7,1-28; III.B. Llegado a la perfección 8,1 - 9,28; III.C. Causa de un estatuto eterno 10,1-18; Exhortación final 10,19-39; IV.A. La fe de los antiguos 11,1-40; IV.B. La paciencia necesaria 12,1-13; V. Enderezar los caminos 12,14 - 13,21. Recordemos que la agrupación de las secciones en cinco partes se basa en las indicaciones dadas por el propio autor de la carta en los cinco anuncios de tema. Resulta que el esquema obtenido presenta una simetría, que es de tipo concéntrico. Otras propuestas: cf. Biblia de Jerusalén, 3ra. Ed. 1998.
29 A. Vanhoye, Struttura e Teologia, 95.
30 La traducción de algunas Biblias, entre ellas la BJ, fiel en lo que toca a Dios, no expresaría suficientemente el sentido del texto.
31 Como es propio en la estructura de Hebreos, el tema es anticipado en unos versículos previos: 2,17-18.
32 La insistencia en la mediación y en la alianza es ya una primera novedad respecto al AT. En el Sinaí, la conclusión de la primera alianza no había contado con la intervención de los sacerdotes (Ex 24,4-8). Los sacerdotes se relacionaban, no con la mediación de la alianza, sino con el culto divino. El sacerdocio suponía un gran honor porque los sacerdotes eran considerados tales por Dios (véase Ex 28,1; 29,1). A ellos se les reservaba el derecho de ofrecer los sacrificios a Dios y de entrar en su casa. Y como el sumo sacerdote tenía el privilegio de entrar una vez al año en la parte más sagrada del Templo, aparecía como un ser casi celeste, ensalzado por encima del pueblo (cf. Eclo 45,6-13; 50,7). En cambio, Jesús en la última Cena se presentó simplemente como quien sirve (Lc 22,27). En la institución de la Eucaristía expresó y reforzó una doble relación: primero, su relación con Dios, su Padre, en la oración de acción de gracias; y, justo después, la relación con los discípulos, a los cuales se dio a si mismo - su cuerpo y su sangre. Esta segunda relación tuvo una expresión mucho más fuerte que la primera. Análogamente, la carta a los Hebreos sustituyó la visión unilateral del sacerdocio propia del AT - constituido sacerdote por Dios (Ex 28,1; 29,1) - por una perspectiva bilateral: todo sumo sacerdote, escogido de entre los hombres, es constituido para el bien de los hombres en las cosas que se refieren a Dios (Heb 5,1). El autor empieza diciendo constituido por los hombres y sólo después precisa el otro lado de la mediación, hablando de las relaciones con Dios. Aplica a Cristo tres veces el título de mediador, que nunca sale en el Pentateuco y una sola vez en el resto del AT y aun así como algo imposible (cf. Jb 9,33). En cambio, en la carta a los Hebreos no sólo se afirma que Cristo es mediador, sino que es mediador de la alianza (Heb 8,6; 9,15; 12,24), porque liga estrechamente sacerdocio y alianza. De todos los criterios del NT es Heb el que habla más a menudo de alianza: Diatheke (alianza) sale en la carta 17 veces contra 16 en el resto del NT. Esto la ha vuelto señalar recientemente A. Vanhoye, La novità del sacerdozio di Cristo, en La civiltà cattolica, n. 3541 (1988) 16-27; artículo extractado en Selecciones de Teología 38 (1999), 3-9.
33 Id., 27. Para el tema eucaristía en la carta a los Hebreos cf. J. Swenam, Christology and the Eucharist in the Epistle to the Hebrews, Bibl. 70 (1989) 74-95; M.E. Isaac, Hebrews 13,9-16 Revisted, NTS 43 (1997) 268-284; una alusión al tema en G. Leonardi, I discepoli di Gesù terreno e i ministeri nelle prime comunita. Rottura o normale evoluzione?, en R. Fabris (ed.), La parola di Dio cresceva (At 12,24), supp. Riv. Bibl. 33, Bologna 1998, 476.