CASA GENERALIZIA SCJ -14 Marzo 1999
(Spaish)  

Roma, 14 marzo 1999
Prot. N. 14/99
A los Superiores Provinciales, Regionales y de los Distritos
y a los miembros de la Familia Dehoniana

¡Felicidades!

Cuando el 14 de marzo de 1899 el Padre Dehon celebraba su 56º cumpleaños y el final del siglo XIX era inminente, estoy seguro de que él también reflexionó sobre los grandes cambios a los que había asistido. Y también estoy seguro de que él intentó ver lo que el siglo XX aportaría al mundo, a la Iglesia y a su querida Congregación. En sólo 21 años su familia religiosa se había difunfido desde el norte de Francia a otras partes de Europa, a América Latina y a África. La misión de la Congregación del Congo, todavía en sus comienzos, tenía ante sí un futuro prometedor. Seguramente el Padre Dehon se acercó al siglo XX lleno de esperanza y con perspectivas luminosas para el mundo, para la Iglesia y para su Congregación.

¿Qué pensaría el Padre Dehon si estuviese hoy en la vida? ¿Cómo se acercaría al siglo XXI y al nuevo milenio? La Iglesia, tan amada por él, se encuentra en aguas inseguras y se esfuerza por proclamar el Evangelio en el mundo post-moderno. Su querido Congo - su pueblo, la Iglesia, sus SCJ - han sufrido mucho, especialmente en los últimos decenios de este siglo. En muchos países del primer mundo su querida Congregación está disminuyendo lentamente. ¿Cómo leería los signos de nuestros tiempos al comienzo del nuevo milenio? ¿Adoptaría una visión pesimista o una visión optimista?

Yo pienso que adoptaría un acercamiento realista. Precisamente igual que animó a sus sacerdores a "salir de las sacristías e ir por las calles", así hoy él nos pediría remangarnos para afrontar los desafíos del siglo XXI.

Ruego me disculpéis si dirijo mis reflexiones sobre todo a mis compañeros SCJ. Desde luego, en todo caso, pueden aplicarse perfectamente a toda la familia dehoniana, sean compañeros religiosos, sean miembros de institutos seculares, sean grupos de laicos.

Uno de los primeros desafíos del siglo XXI será el crecimiento de la Congregación y de la Familia dehoniana. Es un tema que el 14 de marzo merece ser examinado en detalle. Un acercamiento responsable al problema de las vocaciones ministeriales es ciertamente importante para nuestro futuro. Pero no es fácil indicar una dirección, encontrándonos trabajando en 36 países distintos y 5 continentes. Nuestro mundo está extremadamente diversificado. Algo que sirve para una parte de la Congregación, no siempre sirve en otras partes. Dicho esto, deseo ofrecer para vuestros momentos de oración algunos elementos que son de crucial importancia para promover las vocaciones a nuestra Congregación, mientras esperamos el amanecer del nuevo milenio.

El mejor camino para atraer a otros a abrazar nuestra vida y nuestro ministerio es el ejemplo que sepamos dar, o bien invitando activamente a unirse a nuestra familia religiosa. Un reciente estudio, realizado en EE.UU., demuestra que muchos jóvenes manifiestan interés por el sacerdocio y por la vida religiosa, pero pocos son animados, por sacerdotes o religiosos, a tomar en consideración tal elección. Según otra encuesta, solo un 33% de los sacerdotes dice haber animado explícitamente a jóvenes a entrar en el seminario. ¿Debemos invitar activamente a los jóvenes adolescentes y adultos a tomar en consideración la vida religiosa, y especialmente nuestra vida SCJ, como sacerdotes o como hermanos? Sí, debemos animar con la palabra y con el ejemplo, y sobre todo haciendo llegar también a ellos la invitación recibida de Jesús: Ven y sígueme. Sígueme en mi vida de pobreza, en mi vida de servicio, en mi vida de oración. Una invitación a la pobreza evangélica.

"Jesús mirándolo lo amó y le dijo: Sólo una cosa te falta: anda, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme" (Mc 10, 21)

La pobreza es un elemento esencial para nuestra vida religiosa. No hay forma de esquiar el problema. Como dehonianos, estamos llamados a vivir una vida en la que los bienes materiales tienen poca importancia. Como dehonianos, estamos llamados a una vida que se desarrolla por encima del agitado mundo del comercio, de los negocios, del consumismo. Esto no es fácil, porque todos somos hijos del mundo de los mass-media y de la comunicación global. El tema está presente en nuestra Regla de Vida. Por lo menos el 14% del texto está dedicado a la pobreza y a su papel en nuestra vida. Debemos aprovechar este 14 de marzo para reflexionar, como dehonianos, sobre la sesión: Llamados a profesar las Bienaventuranzas, especialmente en el n.44: "Cristo se ha hecho pobre para enriquecernos a todos con su pobreza". El modo en que vivamos el voto de pobreza podrá servir en alguna medida de invitación y desafío a otros para hacer lo mismo. Es un camino para nosotros prolongar, con nuestro ejemplo personal, la invitación de Jesús: Ven y sígueme. Quizás esto era lo que tenía en la mente el Padre Dehon cuando escribía:

"Si queremos ser verdaderamente reparadores, si queremos consolar al Corazón de Jesús y progresar en su amor, es necesario amar la pobreza, la virtud que elevó tanto a San Francisco de Asís en el amor a Nuestro Señor. Observemos todas las prescripciones y pidamos a Nuestro Señor la gracia de comprender y gozar de la perfección. Procuremos después no ofender a Nuestro Señor con algún ataque desordenado a las cosas o a su uso. Más bien hagamos mejor: esforcémonos por practicar generosamente la pobreza para crecer en el amor del Sagrado Corazón" (Carta circular 17.10.1886,§ 16)

Una invitación de servicio al evangelio

Nuestra vocación a vivir la pobreza no significa que esto sea todo y el fin de todo. Ella nos proporciona más bien la estructura en la que se hace posible una vida de servicio al Evangelio. Cuando Jesús dirigió la invitación al joven rico: Ven y sígueme, reiteraba una invitación que ya había dirigido a sus apóstoles y discípulos. A Pedro y Juan había dicho: "Seguidme y os haré pescadores de hombres" (Mt 4,19).

Jesús asumió a la perfección, desde el principio, el papel de modelo para esta vida de servicio. Iniciando su ministerio público, él lo situó en el contexto de un pasaje de Isaías, cuando en la sinagoga de Nazaret dijo: "El Espíritu del Señor está sobre mí; por esto me ha ungido, y me ha mandado para anunciar a los pobres la buena nueva: proclamar a los presos la liberación, a los ciegos la vista, la libertad a los oprimidos, y predicar el año de gracia del Señor" (Lc 4,18-19).

Dos mil años después, el mensaje sigue siendo el mismo. Estamos llamados a proclamar la BUENA NOTICIA. Nosotros debemos hacerlo siguiendo las huellas de Jesús: usando sus palabras, sus métodos, su ejemplo de servir, es decir, una vida de servicio por amor. El Padre Dehon entendía bien esto cuando escribía:

"No perdáis de vista los modelos, Cristo y los apóstoles. Cristo iba a los hombres sin tregua y sin descanso. Escogió a algunos. Formó doce apóstoles, y después setenta y dos discípulos, que se convirtieron en sus auxiliares. La palabra clave era siempre: Id y enseñad.

Ellos fueron y buscaron grupos y oyentes alejados. Su única arma era la palabra. Predicaron la doctrina, se ocuparon de los trabajos, de las necesidades del pueblo, de la organización social. En todas las ciudades opulentas de Grecia San Pablo buscaba ayuda para las comunidades cristianas de Palestina.

Así está trazada también nuestra misión: ir a los hombres, sobre todo a aquellos que no vienen a nosotros, hablarles, reunirlos, usar la nueva forma de la palabra que es el periódico, medio que ciertamente San Pablo no habría dejado de usar si hubiese estado en uso en su tiempo, y en definitiva ocuparse de los intereses económicos y sociales del pueblo (cf. "La méthode des oeuvres sociales" en O.S. I, p. 166).

Ir al Pueblo: ésta debería ser nuestra característica. Ir al pueblo, en las parroquias confiadas a nuestro servicio. Ir al pueblo, en los hospitales, en las prisiones, en nuestros colegios. Ir al pueblo, como misioneros del Evangelio. Ir al pueblo.

Como Sacerdotes del Sagrado Corazón, sabemos que el Padre Dehon no ha limitado nuestro trabajo sólo a uno o dos tipos de apostolado, sino que más bien lo ha colocado en el contexto de nuestra espiritualidad scj. La nuestra es una espiritualidad centrada en la eucaristía, y a menudo somos llevados a resumirla en el eslogan de la Regla de Vida: "Estamos llamados a ser profetas del amor y servidores de la reconciliación".

Yo creo firmemente que si verdaderamente basamos nuestro estilo de vida, nuestra oración y todo nuestro trabajo en el contexto de nuestra espiritualidad, nuestro modelo de vida constituirá un atractivo para todos los que desean seguir las huellas de Jesús y de los apóstoles. Pero ni siquiera el ejemplo dado por nuestro modelo de vida será suficiente, si nosotros no sabemos hacer llegar claramente a los demás la invitación a unirse a nuestra vida, a nuestra oración, a nuestro servicio apostólico.

Tenemos necesidad de promover nuestra identidad dehoniana y nuestro modelo de vida. Cuando un visitante venga a una de nuestras casas, debe ver muy claramente que es una casa dehoniana. De la misma forma, cuando alguien vaya a una parroquia, a un colegio, a una obra de servicio social, o cualquier otra institución gesitonada por Sacerdotes del Sagrado Corazón, debe resultarle muy claro que se trata de una obra dehoniana. En mis visitas a las casas de la Congregación, me ha impactado cómo se identifican algunas de nuestras instituciones con nuestro espíritu dehoniano, no sólo a través de una vida muy simple, de algún cuadro o alguna información sobre nuestras comunidades, etc., sino precisamente por las elecciones que caracterizan al conjunto de las actividades en las que la vida de la parroquia o de la institución se encuentra inmersa.

Si conseguimos transmitir a los jovenes adolescentes y adultos el sentido de servicio del evangelio, los ayudamos porque también ellos podrán abrirse a una vida de servicio del evangelio, como religiosos sacerdotes, o como hermanos o hermanas. Yo creo que la llamada del Padre Dehon: ir al pueblo, hoy tiene la misma carga de estímulo que tenía hace cien años. Yo creo que la llamada a ir al pueblo tendrá un eco en los jóvenes de hoy, a pesar del modelo cultural, ético y económico que los caracteriza. Yo creo que ir al pueblo es una traducción moderna de la invitación Ven y sígueme.

Un día el Padre Dehon, describiendo a un grupo de hombres a los sacerdotes de su tiempo, decía que eran vistos como pájaros de mal agüero. ¿Existe también para nosotros el peligro, ya a finales del siglo XX, de tener un apelativo similar? Su comentario pretendía convencer a los sacerdotes a salir de las sacristías y a los laicos a no permanecer sentados, sino a salir fuera de las iglesias y llevar el mensaje cristiano por las calles de las ciudades y por los caminos del mundo.

"En primer lugar todos vosotros, sacerdotes (religiosos) y laicos (hombres y mujeres), os debéis convencer de que no estáis hechos sólo para los bancos de las iglesias y para las sacristías; tenéis vuestra responsabilidad como sal de la sociedad y como luz de la vida social. Id a los vivos, id a los hombres (y a las mujeres), id al pueblo, y así no seréis considerados tristes pájaros de mal agüero. Nuestro siglo tiene sed de acción religiosa. La enfermedad más grave de la sociedad contemporánea es la ausencia de vida religiosa, y la ausencia del sacerdote" ("La méthode de l'oeuvre sociale", en O.S. I, pp. 165-166).

La llamada del Padre Dehon es actual hoy, como lo era la primera vez que fue pronunciada. Pero quizás nosotros todavía no hemos aprendido cómo ser sal de la tierra, cómo ser luz del mundo. A menudo nos escondemos tras los muros de la iglesia, pensando que nuestra levadura no es lo bastante fuerte para penetrar dentro de la piel de la sociedad moderna. Pero nuestra no disposición a esparcir la levadura nos está impidiendo cualquier posibilidad de actuar.

Una invitación a la oración evangélica

En el centro de nuestra vida, como discípulos de Jesús - es decir, como profetas del amor y servidores de la reconciliación - está la vida de oración. Igual que Jesús es para nosotros un modelo por su vida evangélica de pobreza y por su vida de servicio al Evangelio, también es modelo para nosotros con su vida de oración. En el "Directorio espiritual" escribió el Padre Dehon:

"Nuestro modelo en la oración es ante todo Jesús, especialmente en el monte de los olivos, donde reza en la soledad y en el recogimiento. Jesús reza con respeto: Exauditus est pro sua reverentia (Eb 5,); reza con ardor, con emoción, con lágrimas: Pater mi, non mea voluntas sed tua fiat (cf. Mt 26, 39). Reza con perseverancia. En Getsemaní por tres veces vuelve a comenzar la misma oración" ("Direttorio Spirituale", ed. it. 1983, § 122).

Sin duda, el verdadero sentido de la oración, y de la vida de oración es como el alma de nuestra vida de Sacerdotes del Sagrado Corazón. Cuando ella se debilita, también nosotros nos sentimos débiles. Y si dejamos de rezar, pronto también la fe viene a menos. Es la oración la que une nuestra vida al Corazón de Cristo. No debemos nunca subestimar este hecho, ni darlo por descontado. Lo reconoce también nuestra Regla de Vida cuando afirma: "Sin el espíritu de oración, la oración personal flaquea; sin la oración comunitaria, la comunidad de fe se desvanece" (RdV n. 79).

La invitación somos nosotros

Igual que Jesús invitó al joven rico, a sus discípulos y apóstoles, a seguirlo en una vida evangélica de pobreza, de servicio y oración, también hoy continúa haciéndose la misma invitación. Nosotros caminamos tras las huellas de Jesús y de sus discípulos, ofreciendo a todos la invitación Ven y sígueme. Somos nosotros la voz de Jesús hoy, con nuestro modo personal de vivir la vida cristiana.

Una joven escritora, convertida a la fe cristiana, hace esta reflexión:

"Los primeros religiosos nos han enseñado lo grande que es el ser verdaderos cristianos. Para atraer a otros a Jesús y al Reino de Dios, nosotros mismos primero debemos tener una relación auténtica y personal con el Señor. Solamente permaneciendo junto a Jesús podremos recibir la gracia de hacer todas las cosas que él nos pide hacer: cosas que nos dan en la cara con nuestro orgullo, nuestra autosuficiencia y otras tantas debilidades humanas. La realidad es que nosotros vivimos en un mundo que no aprecia en absoluto las enseñanzas de Jesús, a causa del pobre testimonio que damos nosotros, sus discípulos, con nuestra conducta cotidiana. Con el nuevo milenio en el horizonte, empeñémonos todos juntos en hacernos más coherentes con nuestra vocación cristiana. Y preguntémonos un poco más a menudo: ¿Qué haría Jesús en mi lugar?" (Patricia Takeda, en Living with Christ, enero 1999, p. 111).

Y es verdad. Podemos enviar miles de impresos, y publicar centenares de libros o folletos atractivos, pero si no sabemos invitar personalmente a los jóvenes a Cristo o a nuestra vida de servicio con discursos y gestos concretos, todo será en vano.

En conclusión

Pido disculpas por no haber invitado a todos a rezar por la conferencia congrecional sobre las vocaciones, que está en el programa en Lavras, en Brasil, desde el 1 al 20 de agosto de 1999. Animo a todas las provincias, regiones y distritos a participar. La conferencia es organizada como parte de nuestra estrategia, según se encuentra expuesta en el "Proyecto SCJ" (§ 4: las vocaciones). Os animo a revisar las distintas estrategias. Entre éstas, una es la conferencia de Lavras, para compañeros interesados en la pastoral de las vocaciones.

Y me gustaría concluir con una antigua fábula hebrea que nos hace entender lo limitada que está nuestra comprensión del plan de Dios. La vocación es precisamente un misterio, una mezcla de divino y de humano. Necesitamos paciencia y fe, porque sólo entonces comenzaremos a entender la profundidad del misterio del Espíritu de Dios que planea sobre nuestras vidas y sobre el mundo.

Había dos hermanos que habían pasado toda su vida en la ciudad, y no habían visto nunca ni un campo ni un prado. Así un día decidieron dar un paseo fuera de la ciudad. Y mientras paseaban, se encontraron con un campesino que estaba arando, pero ellos no lograban entender lo que estaba haciendo.

"¿Qué tipo de trabajo es éste?" se preguntaban. "Un individuo que va hacia adelante y hacia atrás todo el día, agitando el suelo con largos surcos. ¿Por qué destruirá un individuo un prado tan bonito?"

Después, en la tarde, pasaron los dos de nuevo por el mismo sitio, y esta vez vieron al campesino esparciendo semillas de trigo en los surcos.

"Este lugar no es para mí", dijo uno de los hermanos. "La gente aquí se comporta de un modo irracional. ¡Yo me vuelvo a casa!" Y volvió a su ciudad.

Pero el otro hermano permaneció en aquel lugar, y algunas semanas después, vio un cambio maravilloso. Una vegetación verde y tierna comenzó a cubrir el campo con una armonía de colores que no había imaginado nunca. Inmediatamente escribió a su hermano diciéndole que volviese deprisa para ver este crecimiento maravilloso. Así, el hermano volvió de la ciudad y también él quedó admirado por el cambio. Y mientras los días pasaban, veían la tierra verde transformarse en un campo dorado de grano maduro. Y fue entonces cuando comprendieron el porqué de los trabajos del campesino.

Después el grano creció, y una vez maduro, el campesino vino con una hoz y comenzó a cortarlo. Entonces el hermano que volvió de la ciudad no podía creer lo que veían sus propios ojos: "¿Qué está haciendo este imbécil?" exclamó. "Durante todo el verano ha trabajado duro para hacer crecer ese grano, ¡y ahora lo destruye con sus propias manos! Realmente está loco. Ya tengo bastante. Me vuelvo a mi ciudad."

Pero el otro hermano era más paciente. Se quedó donde estaba, siguió observando al campesino que recogía el grano y lo colocó en el granero. Vio cómo separaba con atención la cáscara y con cuánto cuidado se quedaba con el resto. Y se llenó de estupor cuando comprendió que, habiendo esparcido un saco de semillas, el campesino ahora podía cosechar todo un campo de grano. Sólo entonces comprendió plenamente que siempre había actuado con inteligencia.

"Y así pasa también con las obras de Dios", dijo el rabino. "Nosotros mortales vemos sólo los comienzos de su plan. No podemos comprender el proyecto completo y el fin último de su creación. Debemos tener fe en su Sabiduría" (The Book of Virtue, "We understand so Little", p. 774-775).

¡Nosotros comprendemos tan poco! Debemos tener fe en la sabiduría de Dios. Debemos ser pacientes, fieles y estar en una atenta escucha de su voz: ¡Ven y sígueme!

 

En el Corazón de Cristo,
P. Virginio Bressanelli, scj
Superior general