Amigos que colaboran con nosotros a veces nos preguntan, ¿en qué consiste su espiritualidad, con qué espíritu, con qué inspiración trabajan ustedes?
Es difícil expresar una espiritualidad en palabras. Lo que sigue es un intento de respuesta.
Vivimos en un mundo que es incompleto. Un mundo donde se ha perdido la armonía y la integridad. El relato de la creación, en efecto una especie de reflejo de los proyectos de Dios con la creación, nos narra como el Espíritu de Dios llevaba a armonía el caos original. Y Dios vio que todo estaba bien.
Bajo el impulso del Espíritu suceden en realidad muchas cosas buenas en nuestro mundo. Pero también quedan todavía muchos rincones oscuros, donde el Espíritu no ha penetrado todavía. Donde no ha penetrado la luz. El hombre no vive en armonía con su ambiente. Le cuesta vivir en paz con sus semejantes. Vive varias veces sin paz consigo mismo. Nuestro mundo todavía es un mundo caótico.
Un mundo donde la falta de paz del hombre consigo mismo, con sus cohermanos, con su ambiente, lleva a un crecimiento de violencia en la sociedad. Tanto síquicamente, como moral y corporalmente.
Violencia en el hogar, en el lugar del trabajo, en el tráfico, entre culturas y naciones. Violencia también por parte de la lluvia de ideas, que la sociedad de consumo, los medios de comunicación y la propaganda lanzan en contra del hombre.
Al mundo de hoy falta enormemente la reconciliación: la reconciliación del hombre consigo mismo, con sus semejantes, con su ambiente. Y como cristianos agregamos a esto: la reconciliación también con Dios como fuerza inspirante detrás de todas estas formas de reconciliación.
Pues bien, como Sacerdotes del Sagrado Corazón queremos, junto con muchas personas de buena voluntad, trabajar por la reconciliación.
En todas partes donde podamos y con los medios que estén a nuestro alcance.
En concreto queremos tener corazón y manos, ir en ayuda de personas que sufren una u otra forma de violencia, y que por consiguiente no pueden ser sí mismas en plena libertad, llegar a ser hombres según los proyectos de Dios.
El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, dice la Escritura. Allí donde esta imagen fue dañada, queremos actuar sanando. Queremos levantar de nuevo al hombre herido.
Esta es nuestro actual concepto de amor y reparación. Un concepto que caracteriza nuestra original espiritualidad, pero que ahora debe ser expresado con otras palabras.
Nuestro Padre Ludo Loyens, que en paz descanse, lo llamaba palear, o cavar buscando vida.
Pues la resurrección debe hacerse ahora, no solamente en la otra vida. El Señor resucitado quiere que los hombres se levanten ahora de su situación de falta de libertad y servidumbre.
La fuente y la fuerza de nuestro actuar tratamos de encontrarla donde Jesús de Nazaret, quien dijo: He venido para que tengan la vida y la tengan en abundancia.
Esta palabra de Jesús fue dirigida especialmente a personas que tenían su preferencia: el hombre que vive sin paz consigo mismo, que no tiene voz en la sociedad, que está presionado y excluido, que se siente abandonado por Dios.
A todos ellos Jesús quería revelar la asombrosa bondad del Corazón de Dios.
Por eso pasaba en todas partes sanando y perdonando, daba a la gente una identidad y un lugar en la sociedad. Así los llevaba a reconciliarse consigo mismo, con los demás y con Dios.
El conocido autor espiritual, Anselmo Grün, acentúa mucho en su último libro Imagines de Jesús que Jesús por parte de Dios vino en primer lugar para reconciliarnos con nosotros mismos. Pues esta es la necesaria condición de llegar a reconciliarse con los demás. Quién vive sin paz consigo mismo, vive también sin paz con los demás. Quien no encuentra su propio camino, tampoco encuentra el camino hacia los otros.
Cuando decimos que Jesús vino para salvarnos, significa que viene a liberarnos de todo lo que nos esclaviza, de todo lo que nos impide llegar a ser sanos, íntegros y a sanar a otros. Y la causa de esto último está varias veces en nosotros mismos. Estamos llenos de sentimientos de culpa, de que no podemos deshacernos, no podemos aceptar a nosotros mismos tal como somos, el pasado con sus frustraciones nos juega en contra, nos aflige, dependemos demasiado de lo que otros piensan y esperan de nosotros. Etc.
Pienso aquí en lo que Roger Burggraeve escribe sobre lo que llama la salvación o liberación al nivel de la responsabilidad en primera persona ( Amor a manera propia, Acco, 2000).
Comentando la bien conocida parábola del buen Samaritano, anota que todos los tres, el sacerdote, el levita, el Samaritano, estaban caminando cada uno a su propio destino, según su propio proyecto. Son la imagen de cada persona que trata de realizar su existencia. Cada persona está movida desde dentro para tener éxito en la vida. Es empujada para realizar una vida feliz y exitosa.
Roger Burggraeve llama esto la responsabilidad en primera persona, es decir la responsabilidad que tengo conmigo mismo, para desarrollarme lo mejor posible a mi mismo. Sin embargo, la condición de poder tener esta responsabilidad es que sea bastante libre, que, suficientemente autónomo, pueda ser mi mismo. En otras palabras: que no esté amarrado, que no esté entregado a influencias ajenas dentro y fuera de mí, que me impiden ser mi mismo de manera libre.
Salvación, liberación al nivel de responsabilidad en primera persona significa que vuelva a encontrar mi bloqueada o dañada libertad. Que recibo de nuevo suficiente aire y energía para disponer de mi mismo.
Pues bien, como cristianos creemos que podemos reencontrar nuestra libertad personal no solamente por medio de una u otra terapia, sino también y especialmente por lo que llamo la gracia de la fe.
Una gracia que se nos da por medio de Jesús, el Señor resucitado, que llamamos nuestro Salvador y Redentor.
Esta gracia consiste en que creo que hay Alguien que me ama sin condiciones. Alguien que no pone condiciones a su amor. Que me toma tal como soy, con mis buenas y menos buenas cualidades, con mis posibilidades y mis heridas recibidas. Para caminar desde allí junto conmigo hacia una existencia llena de sentido y de logros.
Quizás es esta la más profunda y más hermosa experiencia que pueda experimentar una persona: la experiencia de saberse amada sin condiciones, no a causa de tus talentos o tu dinero, sino solamente a causa de lo que eres y esto a pesar tus limitaciones, tus debilidades, tus fracasos.
Tal experiencia te da alas, te da el deseo y la energía de ser por tu parte gratuitamente bueno para otros. Te lleva en contacto con Dios como fuente de amor y te hace así de nuevo libre para hacer el bien.
Es esto lo que como creyentes entendemos por salvación. Creer en este amor sin condiciones trae consigo una confianza fundamental con respecto al futuro. Uno aprende a vivir en entrega, en abandono, venga lo que venga.
Se podría compararlo con el vivo sentimiento de seguridad y confianza de un niño, que es deseado y amado por su padre o madre tal como es. O, como una jovencita de dieciséis años lo expresaba durante un encuentro de jóvenes con Cardenal Godefrido Danneels:
¿Qué es creer para mí?- Que estoy en manos de Alguien que me cuida, que es mi padre. Que puedo estar alegre y llena de esperanza, porque me lleva Alguien que es más grande que yo, suceda lo que suceda.
Creer en este amor incondicional te ayuda a ser clemente, misericordioso, ser imparcialmente bueno para con tu prójimo. Sean imparcialmente buenos como su padre en el cielo es imparcialmente bueno (Mateo 5,48).
Es la base de la auténtica reconciliación contigo mismo y con los otros.
Como Sacerdotes del Sagrado Corazón acentuamos por eso fuertemente este amor incondicional y por consiguiente fiel del Corazón de Dios, así, como nos fue revelado en la persona y en la vida de Jesús de Nazaret.
Confianza, entrega, clemencia, misericordia son palabras claves de nuestra espiritualidad de Sacerdotes del Sagrado Corazón.
Martín Lutero King dijo una vez: Quién no tenga nada por qué está dispuesto a morir, tampoco tiene algo por qué vivir. Jesús estaba dispuesto a morir por lo que ha vivido.
Como Sacerdotes del Sagrado Corazón vemos su amor hasta el extremo (Juan 13,1) expresado típicamente en su costado traspasado en la cruz. Cuando allí dio su espíritu, al mismo tiempo dio también el buen Espíritu al que lo quiera seguir en su camino. Así como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva. Con esto quería decir que los que creyeran en Él, recibirían el Espíritu ( Juan 7,39).
En su tiempo nuestro Fundador, el Padre León Dehon, trataba de seguir el camino de Jesús defendiendo lo que él llama al hombre pequeño y humilde: jóvenes, trabajadores de fábricas y del campo, en una palabra hombres vulnerables.
Se empeñaba en establecer estructuras sociales que reconozcan los derechos de esta gente. Amor y justicia andaban para él naturalmente de la mano.
Quería romper estructuras de vida que enferman, así que los hombres puedan llegar a ser íntegros y sanos, así como el Creador lo había deseado. Quería abrirles los ojos, liberarles de una existencia sin sentido, ayudarlos a descubrir el camino que lleva a las posibilidades de la vida. Por eso encontraba muy importante la formación integral de la gente. „Une tête bien faite” era para él de una importancia primordial. Formar gente que ponen su libertad conquistada al servicio del prójimo y de la sociedad.
Otro aspecto muy importante para el P. Dehon fue la unión. Una de las palabras claves de su espiritualidad fue: Sint Unum. Con esto se refiere a una palabra de Jesús: Que todos puedan ser una sola cosa, así como tú y yo somos una sola cosa: yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser perfectamente uno y que así el mundo pueda darse cuenta de que tú me enviaste (Juan 17,21).
Vivir en unión con los demás es un testimonio de Dios que él mismo es unión, alianza: Padre, Hijo, y Espíritu, y que ha querido hacer una alianza con los hombres.
Por eso la alianza es un concepto importante para cristianos. Y no solamente para los cristianos, también para cada persona. Los hombres son seres completamente relacionados los unos con los otros. Pueden desarrollarse solamente gracias a relaciones.
Viviendo relacionada y unida una sociedad puede dar sentido a personas que se sienten excluidas y no tomadas en cuenta.
Jean Vanier, el fundador de las „Comunidades del Arca”, dijo referente a esto: El tesoro más grande de la humanidad es la relación en sentido de unión..
Y Martín Buber, un teólogo de renombre, escribió: Cuanto más una sociedad conquista y posee, está comprando y vendiendo„cosas”, tanto más se arriesga a olvidar que la unión es el verdadero tesoro de la humanidad.
En un tiempo como el nuestro, marcado por un individualismo y una fragmentación muy fuerte, la unión es un concepto muy actual.
A nivel personal nos estimula a dar atención y preocupación por cada persona, quien sea él o ella, de cualquier color de piel, raza, lengua o religión que sea.
A nivel social acentúa la importancia de las diferentes asociaciones y organizaciones que nacen de la libre iniciativa y de todo lo que puede sacar a las personas de su aislamiento.
Para nosotros, seguidores del P. Dehon, es importante en nuestro tiempo seguir los caminos evangélicos de reconciliación y alianza en función de las necesidades y esperanzas del hombre de hoy.
Así los Sacerdotes del Sagrado Corazón están en todo el mundo trabajando en terrenos muy diversos:
- defendiendo todo lo que pueda fomentar la fraternidad y la unión entre los hombres,
- restituyendo al hombre en su dignidad, luchando por la justicia social, especialmente cooperando a la realización de un mundo más humano,
- estar presente en el mundo de los pobres y de los marginados, prófugos, drogadictos y ex prisioneros,
- como misionero hacer trabajo de desarrollo, con preferencia en los sectores más pobres,
- dedicarse a la formación integral de la juventud en escuelas y centros de reflexión, acentuando la formación de la conciencia en un tiempo como la nuestra en el que son discutidos los valores humanos y cristianos.
Para poder resistir en todas estas tareas tratamos, como seguidores del Padre Dehon de abrirnos al Espíritu del Señor resucitado:
- por un contacto meditativo con las Escrituras,
- por la celebración diaria de la Eucaristía, donde el Señor resucitado nos comunica su entrega hasta el extremo en los signos de pan y vino,
- por un momento diario de adoración donde presentamos las necesidades de los hombres delante del Señor,
- por una atención particular y preocupación por la hospitalidad y la cordialidad en nuestra vida comunitaria. Donde hay dos o más reunidos en mi Nombre, allí estoy Yo en medio de ellos.
Así procuramos en nuestros esfuerzos, en nuestra oración y en nuestra vida comunitaria, a cumplir lo que más gustaba a Jesús: una unión intensa con Dios su Padre, una dedicación radical al hombre quebrado, una acogida de cada persona en la comunidad de mesa del Reino de Dios.
Para nosotros estas tres cosas coinciden en el mismo Espíritu.
Para terminar:
Como ves acentuamos nosotros como Sacerdotes del Sagrado Corazón fuertemente la humanidad de nuestro Dios cuyo Hijo se hizo hombre. El hombre toca el corazón de Dios. Nada humano nos puede ser extraño. Por consiguiente para nosotros significa también que servir al hombre, es servir a Dios, y servir a Dios, es servir al hombre.
Por eso tratamos, como dice nuestra Regla de vida: de testimoniar proféticamente el amor y de ser servidores de la reconciliación del hombre y del mundo en Cristo (n° 7).
P. Albert Van der Elst, scj
Traducción: P. Egidio Driedonkx scj con corrreciones del P. Alejandro Bastiaanse scj