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P. Eduardo Perales Pons SCJ

  

EL PADRE DEHON

HOMBRE DE OBLACIÓN

 

Commissione Generale pro Beatificazione di p. Dehon

Curia Generale SCJ

Roma - 2004

 

EL P. LEÓN DEHON HOMBRE DE OBLACIÓN

  Eduardo Perales Pons, scj

Valencia, julio 2004

Sabemos que el lenguaje, sometido a la influencia de los cambios culturales, está en constante mutación. Palabras que, cincuenta años atrás, fueron usuales y tenían un significado para las gentes de entonces, hoy se encuentran aparcadas en el estacionamiento del desuso. ¿Ocurrió algo así con la palabra oblación? Es posible. Y en la familia dehoniana es urgente recuperar el frecuente uso y el espléndido contenido de una palabra que pertenece a la esencia misma de nuestro carisma fundacional.

Hay que tener presente que la Congregación nació con el nombre de Oblatos del Corazón de Jesús, lo que quería decir que cuantos pertenecieran al Instituto tenían que vivir la oblación, ya que de lo contrario el nombre no correspondería a la realidad. El número 6 de las actuales constituciones dice así: „Al fundar la Congregación de los Oblatos, Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús, el Padre Dehon quiso que sus miembros unieran de una manera explícita su vida religiosa y apostólica a la oblación reparadora de Cristo al Padre por los hombres”. Es evidente, por tanto, que la oblación pertenece a la esencia de nuestra Congregación, pues en ella tenemos nuestro carisma. En la constitución 30, se afirma que „nuestro Instituto es un instituto apostólico (…) que ha recibido del Fundador algunas orientaciones apostólicas que caracterizan su misión en la Iglesia”. Y, como perteneciente a esta misión, pone en primer lugar „en espíritu de oblación y de amor, la adoración eucarística (…) En todo esto, él tiene la preocupación constante de que la comunidad humana, santificada por el Espíritu Santo, se transforme en ofrenda agradable a Dios” (Cst 31).

Escribiendo san Pablo a los efesios, resume en dos breves líneas cuanto ha de ser nuestra vida dehoniana: „Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma” (Ef 5,1-2). Lo propio de un hijo es salir al padre, imitarle, parecerse a él, ser como él. Dios es nuestro Padre y, como hijos queridos, hemos de imitarle. Hay otro Hijo, Cristo, que vivió en el amor al Padre y a los hombres. Y el amor lleva, por su propia naturaleza, a entregarse, a darse. Es lo que constituyó la vida de Cristo, oblación y víctima de suave aroma. Oblación y entrega ha de ser nuestra vida. De sobra sabemos que, una vez hecha nuestra donación a Dios, no rara vez recuperamos lo entregado. Y Dios, que conoce la masa de que estamos hechos, no nos lo impide; permite nuestra infidelidad a la palabra dada y, no obstante, sigue sintiendo ternura por nosotros (cf. Sal 102, 13-14).

Antes de proceder al estudio de la oblación como la vivió y enseñó el P. León Dehon, es oportuno recordar algunas nociones fundamentales para entender correctamente cuanto se dice y lee. Hay unos cuantos términos que aparecen frecuentemente en nuestro lenguaje, sea escrito, sea hablado, cuyo significado, con sus matices, es importante tener en cuenta. Vamos a partir de lo que significan según el diccionario de la Real Academia Española, tomando la acepción que coincide o se acerca más al contenido que le damos en la familia dehoniana.

De la oblación dice que es la ofrenda y sacrificio que se hace a Dios. Oblato designa la persona ofrecida a Dios. Oblación, como buena parte de las palabras que usamos, deriva del latín; del verbo offero, compuesto de ob y fero. Como es irregular, cuando estudiamos latín nos enseñaron a aprenderlo en los cuatro tiempos que enunciábamos: offero, obtuli, oblatum, offerre. Y significa ofrecer, entregar. Por eso vamos a ver una serie de palabras que tienen algún parentesco con estos verbos: ofrenda, entrega, inmolación, víctima, donación, disponibilidad, abandono, dedicación.

La inmolación es la acción y efecto de inmolar.

Inmolar es sacrificar una víctima, ofrecer una cosa en reconocimiento a la divinidad, y, en su forma pronominal, inmolarse, es dar la vida, la hacienda, el reposo, etc., en provecho u honor de una persona o cosa.

La ofrenda es un don que se hace a Dios o a los santos, para implorar su auxilio o una cosa que se desea; y también para cumplir con un voto u obligación.

En el ámbito de la oblación, aparece a menudo la palabra abandono, que significa la acción o efecto de abandonar o abandonarse. Y abandonar es entregar, confiar algo a una persona o cosa. Abandonarse es entregarse a la voluntad de Dios en todo cuanto nos acontece: en la enfermedad y en la muerte, en el dolor y en la consolación, en lo próspero y en lo adverso. El abandono es el reconocimiento de la sabiduría, bondad, providencia, amor que Dios siente por nosotros. Viviendo el abandono se vive la disponibilidad.

La disponibilidad significa la cualidad o condición de disponible, y está disponible todo aquello de que se puede disponer libremente o está pronto para usarse o utilizarse.

La dedicación significa acción y efecto de dedicar o dedicarse. Dedicar es emplear, destinar, aplicar.

En todas estas palabras apreciamos un movimiento de donación: distinguimos una persona que entrega o se entrega, y otra persona, en nuestro caso, Dios, que recibe la entrega; una que pierde la propiedad de algo al entregarlo, y otra, Dios, que empieza a poseer lo que le entregaron; una que renuncia a la capacidad de disponer de algo, mientras que la otra, Dios, adquiere tal capacidad. En este contexto espiritual y religioso, se entiende perfectamente lo que para el P. Dehon significaron el ecce venio y el ecce ancilla. Eran la expresión de la actitud normal y correcta de quien ha hecho entrega total de sí mismo a Dios; de quien ya no dispone de sí mismo, de su vida, de su actividad, de sus decisiones. De ahí que en el Directorio espiritual escribiera el P. Dehon: „En estas palabras: Ecce venio…, Ecce ancilla…, se encierra toda nuestra vocación, nuestro fin, nuestro deber, nuestras promesas” (I, §3).

¿De dónde provienen y qué recuerdan a la familia dehoniana las expresiones Ecce venio y Ecce ancilla? La primera, Ecce venio, se encuentra en la carta a los Hebreos. El autor acaba de recordar que es imposible que la sangre de los animales ofrecidos en sacrificio quite los pecados, „por eso, al entrar en este mundo, dice Cristo: No has querido sacrificio ni ofrenda, pero me has formado un cuerpo; no has aceptado holocaustos ni sacrificios expiatorios. Entonces yo dije: Aquí vengo (ecce venio), oh Dios, para hacer tu voluntad” (Heb 10,5-7). El Ecce venio de Cristo condensa sus disposiciones y expresa su oblación al Padre, por la que está dispuesto siempre a cumplir su voluntad. Las palabras Ecce ancilla son más familiares para los cristianos. Expresan la disponibilidad de María ante el anuncio del ángel. Se manifiesta dispuesta a colaborar con la voluntad de Dios para que se realice el proyecto divino de salvación por medio de la encarnación del Hijo de Dios. Se entrega a Dios, hace su oblación para cooperar a la salvación del hombre: „He aquí (ecce ancilla) la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

Santo Tomás establece una distinción entre sacrificio y oblación: „Se dice con propiedad que hay sacrificio cuando se hace algo en las cosas ofrecidas a Dios, como cuando los animales eran muertos o quemados … y esto lo indica el mismo nombre, ya que el sacrificio es así llamado porque el hombre hace algo sagrado. Se llama empero oblación cuando se ofrece algo a Dios, aunque no se haga nada en el don, como cuando se dice ser ofrecidos los denarios o los panes del altar, en los que no se hace nada. Luego todo sacrificio es oblación, pero no toda oblación es sacrificio” (Sto. Tomás, STh, II-II,85,3, ad3). No hay sacrificio sin mutación de la ofrenda; en cambio, la oblación no supone mutación alguna.

En el sacrificio distinguimos dos cosas: en primer lugar, la materia sensible del sacrificio, sin la cual no puede realizarse sacrificio alguno. En la carta a los hebreos leemos: „Todo sumo sacerdote, por haber sido instituido para ofrecer oblaciones y sacrificios, necesariamente debe tener algo que ofrecer” (Heb 8,3). Quien ofrece, algo ofrece. Es un absurdo decir que se ofrece, careciendo de materia sensible, no disponiendo de la ofrenda. Nunca la nada puede ser don. Los nombres de víctima y hostia, que son sinónimos, indican la materia destinada al sacrificio. La materia sensible del sacrificio es expresión del afecto interior con el que el hombre quiere y debe consagrarse a Dios.

En segundo lugar, la acción sacrificial o el rito sacrificial, en el que diferenciamos dos aspectos correlacionados: la oblación y la inmolación. Llamamos oblación al hecho de desprenderse de un objeto entregándolo a otra persona. Hay «oblación cuando se ofrece algo a Dios, aunque no se haga nada en el don» (Sto. Tomás, STh, II-II,85,3, ad3). Hemos recordado que todo sumo sacerdote está instituido para ofrecer dones y sacrificios. Ofrecer equivale a sacrificar. Y es el elemento esencial del sacrificio. De ahí que: „Procede de la razón natural que el hombre use de algunas cosas sensibles, ofreciéndoselas a Dios como signo de la debida sujeción y honor, según la semejanza de aquellos que ofrecen algo a sus dueños para reconocer su dominio” (Sto Tomás, STh, II-II,85,1).

La inmolación era, entre los romanos, el acto por el cual se esparcía la harina sagrada, o los granos de trigo tostados con sal-la salsa mola-, sobre las cabezas de las víctimas que se querían ofrecer a la divinidad. (Mola, significa muela de molino, harina tostada y espolvoreada de sal, de que usaban en los sacrificios. Salsa mola significa harina sagrada. Immolo significa derramar la salsa mola sobre la víctima antes de degollarla; también significa inmolar, sacrificar). Inmolar es sinónimo de ofrecer en sacrificio, de sacrificar, y tratándose de víctimas animales, de «matar», «degollar» para el sacrificio. La inmolación expresa una idea genérica de mutación en orden al sacrificio.

En la cruz, Cristo se ofreció como verdadero sacerdote en verdadero sacrificio. De todos los elementos sacrificiales que intervinieron en el rito sacrificial de este sacrificio, Cristo no pudo poner más que la oblación, la aceptación voluntaria y el ofrecimiento libre de aquellos sufrimientos; oblación interior que se traslucía en una oblación sensible de sus mismos padecimientos exteriores, no en cuanto eran infligidos por sus verdugos, sino en cuanto eran libremente aceptados por él (cf. Mt 20,28; Mc 10,45; Lc 22,19 ss; Jn 10,17 ss). Por eso dice san Pablo: „Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado” (1Cor 5,7) incruentamente en la última Cena y cruentamente en la cima del Calvario, y agrega: „Haced del amor la norma de vuestra vida, a imitación de Cristo que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios” (Ef 5,2). En la carta a los Hebreos leemos: „Por haber cumplido la voluntad de Dios, y gracias a la ofrenda que Jesucristo ha hecho de su cuerpo una vez para siempre, nosotros hemos quedado consagrados a Dios” (Heb 10,10).

Todos los cristianos, y con mayor razón los dehonianos, debemos inmolarnos espiritualmente con Cristo: „Os pido, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que os ofrezcáis como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Este ha de ser vuestro auténtico culto” (Rom 12,1). „Así, pues, ofrezcamos a Dios sin cesar por medio de él un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que bendicen su nombre. No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente, porque en tales sacrificios se complace Dios” (Heb 13,15-16). San Pedro escribe: „Acercándoos a él, piedra viva rechazada por los hombres, pero escogida y preciosa para Dios, también vosotros, como piedras vivas, vais construyendo un templo espiritual dedicado a un sacerdocio santo, para ofrecer, por medio de Jesucristo, sacrificios espirituales agradables a Dios” (1Pe 2,4-5).

El sacerdote ministerial inmola y ofrece la Víctima del sacrificio eucarístico, junto con los sacrificios espirituales propios y de los fieles, sacerdotes bautismales, que por las manos del sacerdote y junto al sacerdote ministerial ofrecen la Víctima inmolada y sus propios sacrificios espirituales.

Cualquiera que lea cuanto acabamos de exponer busca una explicación al hecho de que alguien viva entregado, inmolado, abandonado. ¿Por qué entregarse, ofrecerse, inmolarse, abandonarse?, ¿por qué perder la capacidad de decidir de su futuro, por qué vivir abandonado a la voluntad de Dios? En el amor a Dios encontramos la respuesta. Quien vive la oblación en su más genuino significado está motivado por el amor a Dios, que explica su vida de oblación. Se ha ofrecido, inmolado y abandonado a Dios porque lo ama. Quien ama se entrega, se da, se ofrece. La oblación es consecuencia natural del amor, como lo expresa san Pablo: „Ahora, en mi vida mortal, vivo creyendo en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” (Gál 2,20). Quien dice que ama y no se entrega, con su conducta desmiente cuanto afirma.

Claro está que entendemos el amor como ese sentimiento que nos centra en el otro, en el amado, al que se le hace el bien, se le desea el bien, se complace en su bien, y cuyo mal se comparte. El auténtico amor se dirige y mira hacia fuera; es, como escribe José Ortega y Gasset, „un acto centrífugo del alma, que va hacia el objeto en flujo constante y lo envuelve en cálida corroboración, uniéndonos a él y afirmando ejecutivamente su ser” (Estudios sobre el amor, cap.1). De centrífugo califica al amor, es decir, el amor es un salir de sí. En el amor abandonamos nuestra quietud para emigrar hacia el otro, nos ponemos en el camino que lleva al otro. Amar es recorrer la distancia que separa al yo del tú. Podemos decir que en el amor se vive volcado hacia, vaciado en, existiendo para, estando con. Y en ese caminar hacia el otro, el que ama hace „un entregamiento y una cesión de todos sus bienes en el que es amado, desposeyéndose a sí de sí mismo, y poniendo en la posesión desto y de toda su alma a la otra parte” (Fray Luis de León, Cantar de cantares, c.7). La medida del amor nos la da el valor subjetivo de lo que se entrega.

¿Cómo surge el amor? Santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, que entendieron no poco del amor divino y también del humano, nos ofrecen su experiencia de la génesis del amor. Teresa recomienda „que siempre que se piense de Cristo nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos lo mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene; que amor saca amor” (Libro de la Vida, c.22,14). Para ella, una persona que se detiene a considerar las manifestaciones del amor que Dios siente por ella termina amando a Dios; porque el amor de Dios saca y provoca el amor correspondiente del hombre. La vida nos dice que quien ama es amado; quien da amor lo recibe; que amor con amor se paga. Ciertamente hay casos en que la persona que ama no encuentra correspondencia. ¿Tal vez porque la persona amada no se detiene a considerar el amor recibido?, ¿o quizás porque la persona amada ha sido incapacitada para amar, parcial o totalmente? Quien no ha conocido el amor, quien ha experimentado la falta de cariño, sobre todo en la primera etapa de la vida, encuentra menos facilidad para ejercitar el amor.

Sobre la génesis del amor, también san Juan de la Cruz tiene su experiencia, que nos transmite en dos breves frases, condensación sin duda de lo que aprendió en su relación con Dios y con los hombres: „Un amor enciende otro amor” (Cántico espiritual, c.13,12). Estas palabras evocan la vigilia pascual, en que los asistentes nos vamos dando el fuego recién bendecido, encendiendo con el fuego de nuestra vela la del hermano en la fe, que está a nuestro lado. Vale la pena tomar parte en la procesión que es la vida, encendiendo con nuestro amor el amor, tal vez apagado, del hermano. La otra frase se encuentra en una carta que dirigió a la superiora de una comunidad, concluyendo: „Adonde no hay amor, ponga amor y sacará amor” (Carta 27). Juan de la Cruz debía andar muy convencido de la eficacia del amor, cuando afirma tajantemente que, poniendo amor donde no lo hay, sacará amor. Siendo así, se comprende el consejo que daba un veterano sacerdote: „Nunca pidas que te amen. Ama y serás amado”.

Se dice que la palabra manía, entre otros significados, tiene el de afición exagerada por algo. Una manía común en los dehonianos debería ser la de amar a Dios -si en tal amor pudiera haber exageración-, porque el ejercicio del amor desarrolla la facultad de amar, y tal crecimiento nos conducirá al correspondiente crecimiento en la vida de oblación. Se puede decir que tanto vives la oblación a Dios cuanto vives el amor a Dios.

Como la palabra oblación no se usa en el lenguaje ordinario, cuando se escucha las primeras veces corremos el riesgo, como hemos recordado al comenzar este trabajo, de atribuirle un significado erróneo. No es la oblación algo reservado a las personas que han recorrido un largo trecho de su camino hacia Dios. La oblación debería ser normal en todo ser humano, no sólo cristiano, si admitimos que la ley de Dios es para todo hombre: creyente, agnóstico o ateo. Y digo esto porque el mandamiento más importante de la ley, según Jesús, es: „Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22,17). Un amor de esa calidad lleva a la persona a la entrega u oblación de sí misma a Dios. Por tanto, teniendo en cuenta el mandamiento divino del amor intenso a Dios, todos los seres humanos estamos llamados a vivir la oblación como algo natural.

Teniendo en cuenta que el P. Dehon fue iniciado en la vida de fe ya en sus primeros años, es muy posible que en esa etapa de su vida hubiera ya algunos rasgos de la espiritualidad que lo caracterizó. La acción de la gracia, los acontecimientos personales y familiares, la instrucción que recibía y los ejemplos que veía, fueron modelando su persona en todas sus dimensiones.

A sus veintidós años lo encontramos ya en Roma, iniciando los estudios que lo prepararán al sacerdocio. Era el curso 1865-1866. Al describir el estado de su alma, aparece implícita y explícitamente la oblación. „Nuestro Señor se adueñó muy pronto de mi interior, y allí creó las disposiciones que debían ser la nota dominante de mi vida, no obstante mis debilidades: la devoción a su Sagrado Corazón, la humildad, la conformidad a su voluntad, la unión con él, la vida de amor. Este debía ser mi ideal y mi vida para siempre. Nuestro Señor así me lo indicaba y por aquí me conducía continuamente. De este modo me preparaba para la misión a que me destinaba para la obra de su Corazón” (NHV 3,48).

Característica dominante en la vida espiritual del P. Dehon es su unión con Cristo. Es algo normal, natural, puesto que Cristo y León se han hecho amigos, y la amistad, que es amor recíproco e intenso, tiene como efecto la unión de los amigos. La unión es uno de los efectos del amor más comentado por cuantos sobre él escriben. La intensidad y la frecuencia del ejercicio del amor une al amante con el amado, y más aún cuando ambos son amantes y amados, es decir, en el caso de la amistad. San Juan de la Cruz escribe: „Donde es de saber que el amor nunca llega a estar perfecto hasta que emparejan tan en uno los amantes, que se transfiguran el uno en el otro, y entonces está el amor todo sano” (CE c 11,12). „Verse de tal manera unido con la cosa que ama que enquanto es posible de ambos dos se haga uno” (Fray Luis de León).

Sólo lleva unos meses en Roma cuando vive este deseo o propósito: „Con él quiero practicar la unión con su Padre, con actos frecuentes de amor, de adoración, de acción de gracias, de oblación, de obsequio, de abandono, de anonadamiento de mí mismo, de desprendimiento de las criaturas” (NHV 3,50). León Dehon se hace uno con Cristo por el amor y nos invita a cuantos compartimos su carisma a vivir en unión con Cristo. En las Constituciones actuales leemos: „Al fundar la congregación de los Oblatos, Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús, el Padre Dehon quiso que sus miembros unieran de una manera explícita su vida religiosa y apostólica a la oblación reparadora de Cristo al Padre por los hombres. Esta fue su intención específica y original y el carácter propio del Instituto, el servicio que tiene que prestar a la Iglesia” (Cst 6). Posteriormente, fundada ya la Congregación, insistirá con frecuencia en la vida de unión con Cristo.

En diciembre de 1867, antes de recibir el subdiaconado, hace los ejercicios espirituales. „Yo seguía los temas ordinarios de los ejercicios, y encontraba en ellos luces para mis necesidades del momento. La santa humanidad de Jesús, santificada por la unión hipostática y por la infusión de los dones más excelentes, es el modelo de nuestra santidad y de nuestra unión con Dios. La oblación de sí mismo y su intercesión constante desde el seno de su madre es el modelo de nuestra intercesión por oficio a favor de toda la Iglesia” (NHV 3,121). Una nota que revela la autenticidad de la religión que practica el P. Dehon es su tendencia a centrarse siempre en Dios, en Cristo. Él es el modelo de nuestra santidad, el modelo de nuestra intercesión.

El P. Dehon es providencialista cien por cien. Ve la mano de Dios actuando discreta y constantemente en su vida. Refiriéndose al año 1867, escribe: „Aquel año fue verdaderamente uno de los mejores de mi vida. Me parece que Nuestro Señor me hizo hacer entonces mi noviciado de vida religiosa y que él mismo fue el maestro. Hoy me parece entender el motivo: en esa misma época comenzaba en Alsacia esa querida comunidad que estaría tan unida a nosotros y que desempeñaría, respecto a nosotros, un papel muy maternal. Nuestras primeras Madres tomaron el velo el 21 de noviembre de 1867. También ellas hacían su noviciado. Sin duda que Nuestro Señor, en su bondad, se complacía en preparar las dos Obras al mismo tiempo. Las luces que él me daba en mis oraciones de aquel año eran tan conformes a nuestra vocación de Sacerdotes-Oblatos del Corazón de Jesús, que mis notas de entonces podrían servir de tema para un Directorio espiritual de la Obra. ¡Qué agradecido debería estar a Nuestro Señor apreciando mejor hoy la bondad que me manifestó entonces! Él me conducía poco a poco a la unión habitual con su divino Corazón” (NHV 3,124). En el camino que conduce al hombre hasta Dios, no es aquél el protagonista, es Dios: „él me conducía”. Por entonces aún faltaba un decenio para comenzar la Congregación; no obstante, la vida interior del P. Dehon, las luces que recibía en su oración constituían, sin saberlo él, el ámbito espiritual que caracterizaría la que él llamaría su Obra. Y es, sin duda, esa interioridad del P. Dehon la que los dehonianos hemos de observar, estudiar y tratar de reproducir. La constitución 26 nos lo recuerda: „Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús, vivimos hoy en nuestro Instituto la herencia del Padre Dehon. Somos religiosos consagrados al Señor por los votos, con un enfoque espiritual reconocido por la Iglesia, el del Fundador. En su seguimiento y por gracia especial de Dios, estamos llamados en la Iglesia a buscar y llevar, como lo único necesario, una vida de unión a la oblación de Cristo”.

El día de Navidad de 1867, reflexionando sobre la oblación de sí mismo, escribe: „Jesús, en el pesebre, ofrece a su Padre un sacrificio de expiación, un sacrificio de adoración. Él alegra el cielo ofreciendo satisfacción a la justicia divina, Gloria in excelsis Deo, y levantando a los hombres de su caída, pax hominibus. Seamos una víctima perpetua” (NHV 3,152). El Hijo de Dios no pierde el tiempo; y apenas hace su aparición en el escenario de la humanidad, ya vive la oblación, ofrece a su Padre un sacrificio que tendrá doble efecto: efecto en Dios, que será glorificado; efecto en los hombres, que gozarán de la paz de Dios.

En el verano de 1884 hace sus ejercicios espirituales, al término de los cuales escribe sus propósitos, „que me hubieran hecho santo, si los hubiera cumplido bien siempre: espíritu de fe, de religión; recogimiento, atención a la letra de las oraciones; santa misa preparada, recogida; acción de gracias fervorosa; confianza, sencillez respecto a Dios; puro amor, intención pura, oblación constante; unión con el Corazón de Jesús; vigilancia, firmeza, actividad ordenada; celo y caridad en relación con mi prójimo; conversación edificante; modestia de los ojos, del espíritu; mortificación del cuerpo,… Hoc fac et vives (haz esto y vivirás) (Lc 10,28) (NHV 8,75). Vemos que no se queda corto a la hora de hacer propósitos. Y vemos también que su humildad le capacita para reconocer que no siempre los ha cumplido; el humilde no cierra los ojos a la realidad propia. Si es auténticamente humilde es igualmente confiado en Dios, porque, como san Pablo, reconoce que „de todo me siento capaz, pues Cristo me da la fuerza” (Flp 4,13).

En Circular del año 1887, expone así el fin de la Congregación: „Las constituciones de la Sociedad expresan así el fin de la Obra: 'Los Sacerdotes de la Sociedad del Corazón de Jesús tienen como fin procurar la mayor gloria de Dios: 1. Por una devoción especial al Sagrado Corazón de Jesús, que se esforzarán en consolar reparando las injurias que se le hacen y ofreciéndose a El como víctimas de su beneplácito, en el espíritu de reparación y de amor que es su carácter distintivo. 2. Por su santificación personal… 3. Por el celo de la salvación de las almas…'” (Lettere circolari, Notice historique, n. 435). La gloria de Dios es la razón de ser de toda criatura. El P. Dehon lo subraya, al tiempo que nos recuerda que para la consecución de ese fin, como religiosos dehonianos, disponemos de la oblación que hemos de vivir „como víctimas de su voluntad”. La palabra víctima impresiona un tanto, evocando sacrificios sangrientos. El sentido queda claro con la expresión ”su voluntad„. El que se ha ofrecido a Dios, el oblato, se entrega totalmente a la voluntad de Dios para hacer cuanto a él le plazca, dejando de lado su propia voluntad.

En Coronas de amor I, en una meditación sobre el amor de abandono, escribe: „En el verdadero amor, uno se entrega totalmente a la persona amada. No se limita a resignarse, va más allá: se alegra de estar a disposición de aquel a quien ama; se entrega a él en todo y para todo. La unión sería incompleta, no existiría totalmente, si no dejara absorber su voluntad por la de aquel que ama. Nuestro Señor no se limitó a resignarse a la voluntad de su Padre; quiso lo que fue voluntad de su Padre, y lo quiso con alegría. Él dijo con alegría el Surgite, eamus: Levantaos, vamos. Cargó con la cruz con alegría: Cum gaudio sustinuit crucem. En Egipto, en Nazaret, no se limitó a resignarse a la voluntad de su Madre o a la de san José, sino que quiso lo que ellos querían; más aún, quiso lo que ellos deseaban” (Coronas de amor I, med. 15). La resignación a la voluntad de Dios no entrega a Dios más que una voluntad vencida, una voluntad que, consiguientemente, no se ha rendido en un principio y que no cede más que cuando se ha visto superada. La resignación tiene un tinte negativo de conformidad con algo irremediable. Es evidente que para el P. Dehon la oblación por amor no puede vivirse resignadamente, sino que se hace siempre con alegría. La resignación es algo pasivo; el amor, en cambio, es activo; en la resignación hay tristeza; en el amor, gozo.

Escribiendo sobre la Pasión del Señor, afirma que ella nos enseña especialmente el abandono: „En la meditación de los sufrimientos de Cristo se sacarán las fuerzas necesarias para practicar el abandono en las pruebas de la vida. La contemplación de su Pasión acrecienta nuestro amor a él. Y es precisamente el amor el que transforma en alegría lo que, sin él, sería amargura” (Coronas de amor I, m. 15). Vivir abandonado a la voluntad de Dios cuando ésta coincide con la nuestra o nos pide algo que es agradable a la naturaleza es cosa fácil. En cambio, en las pruebas de la vida, la persona tiene que estar mejor dotada de la fuerzas necesarias, que se hallan precisamente en la capacidad de amar a Dios que ha logrado la persona. El diez de febrero de 1886 escribe: „Abandono: es el fruto de la fe y de la confianza en Dios. Nada hay que honre tanto a Nuestro Señor, nada hay más indicado para honrarlo y contentarlo. Abandono especial para la obra fundada. El Sagrado Corazón ha permitido las pruebas, y él hará que salgamos de ellas cuando guste” (Notes quotidiennes, III,1886, 10 feb.). Tengamos presente que, cuando escribe estas líneas, ya ha tenido lugar el Consummatum est. „El santo abandono: ¿No es acaso propio de una víctima el ponerse totalmente, sin reserva ni preocupación por el porvenir, a disposición de aquel al que se ha ofrecido? Sí, ahí encontramos el ecce venio (Sal 39,8 y Heb 10,7), el voto de abandono que Nuestro Señor hizo hacer a sus víctimas privilegiadas, Margarita María, la Madre Sta. Teresa de Jesús, etc. Divino Corazón de Jesús, dame este espíritu” (Notes quotidiennes, III,1886, 4 marzo).

El P. Dehon había recorrido ya muchas etapas de su largo trayecto espiritual cuando vive motivado únicamente por el amor. Vive la presencia amorosa de Dios. Viviendo en el amor y por el amor, ha descubierto que el amor es el secreto de la vida. Pueden existir otros motivos para vivir las distintas realidades de la vida; pero reconoce que el amor es el más sublime, noble e insuperable. „Los dos motivos más nobles que indican ordinariamente los escritores espirituales para animar a las personas a darse a Dios en la vida religiosa son éstos: dedicarse a cuanto conduce a la perfección y ofrecerse con cuanto se tiene como holocausto perpetuo. Tales motivos son excelentes; pero hay otro que los contiene y añade algo más, es el de ofrecerse a Nuestro Señor por amor dedicando su vida a amarle y hacerle amar. De este modo se imita lo que puede ser imitado en la oblación de Nuestro Señor” (Coronas de amor I, m. 23). Ha tenido que progresar y avanzar mucho para llegar a descubrir y vivir así la realidad del amor. Este estado de ánimo nos recuerda lo que afirma san Juan de la Cruz en el Cántico espiritual: „Mi alma se ha empleado / y todo mi caudal en su servicio; / ya no guardo ganado, / ni ya tengo otro oficio, / que ya sólo en amar es mi ejercicio. (…) Como si dijera: que ya todos estos oficios están puestos en exercicio de amor de Dios; es a saber, que toda la habilidad de mi alma y cuerpo, memoria, entendimiento y voluntad, sentidos interiores y exteriores y apetitos de la parte sensitiva y espiritual, todo se mueve por amor y en el amor, haciendo todo lo que hago con amor, y padeciendo todo lo que padezco con sabor de amor” (Canción 28, 8).

La vida se puede vivir con disposiciones o actitudes muy distintas. La vida de oblación debe reunir las disposiciones de Jesús, según el P. Dehon. Tales disposiciones son las que dignifican de modo especial nuestra oblación, y con ellas se consigue la mayor gloria de Dios. „Ofreciéndose a Nuestro Señor con las disposiciones de corazón que él tenía al ofrecerse a su Padre, se le da el mayor gozo y la mayor gloria posible. Por medio de esta ofrenda nos unimos a él, a su Corazón, y porque él es toda la gloria de su Padre, se añade a esta gloria todo cuanto la debilidad humana puede añadir. (…) Nada le gusta tanto a Dios como ser amado” (Coronas de amor I, m. 23). Hay quienes tratan de averiguar cómo agradarán más a Dios. El P. Dehon da la respuesta: lo que más satisface a Dios es el amor de los hombres. Y sabemos que Dios se siente amado cuando amamos a nuestro prójimo, sobre todo al más débil.

El pensamiento del P. Dehon, en los textos que veremos a continuación, se puede resumir con estas palabras: el hombre necesita un ambiente, un clima espiritual que crea con sus actos, sus convicciones, sus propósitos, su vida. Nosotros hemos de respirar el aire de la oblación y, para ello, nada mejor que esa renovación frecuente de nuestra oblación. Por otra parte, toda nuestra vida ha de ser ofrecida a Dios. Ahora bien, lo que ofrecemos a Dios tiene que ser de primera calidad. Ahí tenemos un motivo muy elevado para nuestro trabajo en mejorar y dignificar nuestra vida, que hemos hecho objeto de nuestra oblación a Dios. Una vez más es oportuno recordar que en la medida en que crezcamos en el amor a Dios y éste constituya el motivo de nuestras acciones, nuestra vida se va haciendo más digna de ser ofrecida a Dios. ”La oblación diaria de sí mismo al Sagrado Corazón: esta oblación está fijada por nuestras Constituciones y por el acto de oblación que añadimos a nuestros votos. Es la ofrenda diaria, cordial y sincera, de nosotros mismos, de nuestras acciones, de nuestros trabajos, de nuestros sufrimientos, en espíritu de sacrificio y de inmolación, para la reparación al Corazón de Jesús y por la salvación de las almas. Conviene renovar mentalmente varias veces durante el día la oblación hecha por la mañana„ (Souvenirs XV). „Renovamos cada mañana la oblación de nuestra jornada al Sagrado Corazón de Jesús y abandonamos a Jesús, por medio de María, el valor satisfactorio de nuestras oraciones y de nuestras obras para que él disponga a su gusto. Conviene, por tanto, que las acciones así ofrecidas, sean realizadas con especial empeño y fervor, y que los sacrificios exigidos por la Regla y la Divina Providencia sean aceptados generosamente” (Lettere circolari, Nous avons tenu, 121).

Me parece oportuno trasladar aquí las Constituciones SCJ que tratan de la oblación. Nos pueden servir para la meditación, el estudio y la oración.

„Al fundar la congregación de los Oblatos, Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús, el Padre Dehon quiso que sus miembros unieran de una manera explícita su vida religiosa y apostólica a la oblación reparadora de Cristo al Padre por los hombres. Esta fue su intención específica y original y el carácter propio del Instituto, el servicio que tiene que prestar a la Iglesia” (6).

„Llamados a servir a la Iglesia en la Congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús, nuestra respuesta supone una vida espiritual:

- un común acercamiento al misterio de Cristo, bajo la guía del Espíritu, y

- una atención especial a todo aquello que, en la inagotable riqueza de este misterio, corresponde a la experiencia del Padre Dehon y de nuestros mayores” (16).

„Como discípulos del padre Dehon, quisiéramos hacer de la unión a Cristo en su amor al Padre y a los hombres, el principio y el centro de nuestra vida” (17).

„Vivimos nuestra unión a Cristo con nuestra disponibilidad y nuestro amor a todos, especialmente a los humildes y a los que sufren. En efecto, ¿cómo comprender el amor que Cristo nos tiene, si no es amando como él, en obra y de verdad?” (18).

„Con San Juan, vemos en el Costado abierto del Crucificado el signo de un amor que, en la donación total de sí mismo, vuelve a crear al hombre según Dios. Contemplando el Corazón de Cristo, símbolo privilegiado de ese amor, somos consolidados en nuestra vocación. En efecto, estamos llamados a insertarnos en este movimiento del amor redentor, dándonos por nuestros hermanos con Cristo y como Cristo” (21).

„Implicados en el pecado, pero participantes de la gracia redentora, nosotros, mediante el servicio de nuestras diversas tareas, queremos vivir en comunión con Cristo, presente en la vida del mundo, y, en solidaridad con él y con toda la humanidad y la creación, ofrecernos al Padre, como hostia viva, santa, agradable a Dios” (22).

„La vida reparadora será vivida a veces mediante la ofrenda de los sufrimientos sobrellevados con paciencia y abandono, incluso en la oscuridad y la soledad, como una eminente y misteriosa comunión con los sufrimientos y la muerte de Cristo para la redención del mundo” (24).

„En su seguimiento (del Padre Dehon) y por gracia especial de Dios, estamos llamados en la Iglesia a buscar y llevar, como lo único necesario, una vida de unión a la oblación de Cristo” (26).

„Para el Padre Dehon, pertenece a esta misión, en espíritu de oblación y de amor, la adoración eucarística, como un auténtico servicio a la Iglesia; también es propio de esta misión el ministerio entre los pequeños y los humildes, los obreros y los pobres, para anunciarles la insondable riqueza de Cristo. Con relación a este ministerio, el Padre Dehon da una gran importancia a la formación de los sacerdotes y de los religiosos. La actividad misionera es para él una forma privilegiada del servicio apostólico. En todo esto, él tiene la preocupación constante de que la comunidad humana, santificada por el Espíritu Santo, se transforme en ofrenda agradable a Dios” (31).

„La vida de oblación, suscitada en nuestros corazones por el amor gratuito del Señor, nos configura con la oblación de aquel que, por amor, se entregó totalmente al Padre y totalmente a los hombres” (35).

„Jesús se sometió por amor a la voluntad del Padre: disponibilidad particularmente patente en su atención y su apertura a las necesidades y aspiraciones de los hombres. Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra (Jn 4,34). A ejemplo de Cristo, por la profesión de obediencia queremos hacer el sacrificio de nosotros mismos a Dios, y unirnos de manera más estable a su voluntad salvadora” (53).

„Para el Padre Dehon, el Ecce venio define la actitud fundamental de nuestra vida, hace de nuestra obediencia un acto de oblación y configura nuestra existencia con la de Cristo, para la redención del mundo y para la gloria del Padre” (58).

„Nos ponemos con frecuencia a la escucha de la Palabra de Dios. Contemplamos el amor de Cristo en los misterios de su vida y en la vida de los hombres; robustecidos por nuestra adhesión a él, nos unimos a su oblación por la salvación del mundo. Así podemos recibir el espíritu de sabiduría y de revelación, para descubrir y conocer verdaderamente a Cristo Señor y la esperanza a que nos llama” (77).

„Llamados a participar diariamente en el sacrifico de la nueva Alianza, nos unimos a la oblación perfecta que Cristo presenta al Padre, a fin de participar en ella con el sacrificio espiritual de nuestra vida” (81).

„La autoridad y la obediencia, en la corresponsabilidad, son dos aspectos complementarios de la misma participación en la oblación de Cristo, al servicio del bien común” (109).

Como dehonianos, nuestra vida se conforma a la de Cristo, que vivió enteramente para el Padre y para los hombres. „Mi sustento es hacer la voluntad del que me ha enviado hasta llevar a cabo su obra de salvación” (Jn 4,34). Al tratar de la misión y el cometido del Hijo, el Concilio Vaticano II nos recuerda: „Vino, por tanto, el Hijo, enviado por el Padre, quien nos eligió en él antes de la creación del mundo y nos predestinó a ser hijos adoptivos, porque se complació en restaurar en él todas las cosas (cf. Ef 1,4-5 y 10). Así, pues, Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia realizó la redención. (…) La obra de nuestra redención se realiza cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado (1Cor 5,7)” (LG 3). Cristo cumplió con su programa, y nos invita a cumplir con el nuestro, detallado en nuestras Constituciones: búsqueda y realización de la voluntad de Dios.

1. Configurados con Cristo, buscamos la voluntad del Padre respecto a nosotros y al mundo.

„La vida de oblación, suscitada en nuestros corazones por el amor gratuito del Señor, nos configura con la oblación de aquel que, por amor, se entregó totalmente al Padre y totalmente a los hombres. Esta vida nos lleva a buscar cada día con más fidelidad junto con el Señor pobre y obediente, la voluntad del Padre respecto a nosotros y al mundo. La vida de oblación nos hace atentos a las llamadas que el Padre nos dirige por medio de los acontecimientos pequeños y grandes y de las expectativas y realizaciones humanas” (Cst 35).

2. Buscamos ante todo y a través de todo el Reino de Dios y su justicia.

„Por nuestra manera de ser y de obrar, por nuestra participación en la construcción de la ciudad terrena y la edificación del Cuerpo de Cristo, debemos dar a entender eficazmente que es el Reino de Dios y su justicia lo que ante todo y a través de todo debe buscarse (cf. Mt 6,33)” (Cst 38).

3. Intentamos liberar al hombre de todo lo que hiere su dignidad y amenaza la verdad, la justicia, el amor y la libertad.

„Sabemos que el mundo de hoy está empeñado en un intenso esfuerzo de liberación: liberación de todo lo que hiere la dignidad del hombre y amenaza la realización de sus aspiraciones más profundas: la verdad, la justicia, el amor, la libertad (cf. GS 26-27). Pero bajo todas estas reivindicaciones se oculta una aspiración más profunda y más universal: las personas y los grupos sociales están sedientos de una vida plena y de una vida libre, digna del hombre… El mundo moderno aparece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio. El hombre sabe muy bien que está en su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado y que pueden aplastarle o salvarle. Por ello, se interroga a sí mismo (GS 9)” (Cst 37).

  

El Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1330), da a la Eucaristía, entre otros nombres, el de ”Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también santo sacrificio de la misa, „sacrificio de alabanza” (Hch 13,15; cf Sal 116,13.17), sacrificio espiritual (cf 1P 2,5), sacrificio puro (cf Mal 1,11) y santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza„.

La Iglesia celebra en la misa el memorial de la vida, muerte y resurrección de Cristo. Y se integra sin cesar en el sacrificio único de Jesucristo, presentando por ministerio del sacerdote el sacrificio de Cristo y ofreciéndose a sí misma con él. De este modo, la Iglesia se convierte „en Cristo, en víctima viva” para alabanza de Dios.

Porque puede hacer bien detenerse unos minutos en la parte central de la Eucaristía, reproducimos a continuación las partes de las cinco plegarias eucarísticas en que aparece la oblación que de Cristo hacemos a Dios:

Plegaria eucarística I: „Por eso, Padre, nosotros, tus siervos, y todos tu pueblo santo, al celebrar este memorial de la muerte gloriosa de Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor; de su santa resurrección del lugar de los muertos y de su admirable ascensión a los cielos, te ofrecemos, Dios de gloria y majestad, de los mismos bienes que nos has dado, el sacrificio puro, inmaculado y santo, pan de vida eterna y cáliz de eterna salvación. Mira con ojos de bondad esta ofrenda y acéptala, como aceptaste los dones del justo Abel, el sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe, y la oblación pura de tu sumo sacerdote Melquisedec. Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia, hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición”.

Plegaria eucarística II: „Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo, te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación, y te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia”.

Plegaria eucarística III: „Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras esperamos su venido gloriosa, te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo. Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu”.

Plegaria eucarística IV: „Por eso, Padre, al celebrar ahora el memorial de nuestra redención, recordamos la muerte de Cristo y su descenso al lugar de los muertos, proclamamos su resurrección y ascensión a tu derecha; y mientras esperamos su venido gloriosa, te ofrecemos su Cuerpo y su Sangre, sacrificio agradable a ti y salvación para todo el mundo. Dirige tu mirada sobre esta Víctima que tú mismo has preparado a tu Iglesia”.

Plegarias V a b c: „Dirige tu mirada, Padre santo, sobre esta ofrenda; es Jesucristo que se ofrece con su Cuerpo y con su Sangre y, por este sacrificio, nos abre el camino hacia ti. Señor, Padre de misericordia, derrama sobre nosotros el Espíritu del Amor, el Espíritu de tu Hijo”.

El P. Dehon, inspirado por Dios, vivió la oblación „como lo único necesario” (cf. Cst 26). En la escala de valores de todo dehoniano, la oblación es el valor que caracteriza su vida. Entregado a Dios, vive inmolado, abandonado, disponible para cuanto disponga la voluntad divina. Puede hacer suyas las palabras de santa Teresa de Jesús en su poesía Vuestra soy: „Veis aquí mi corazón, / Yo le pongo en vuestra palma, / Mi cuerpo, mi vida, mi alma, / Mis entrañas y afición; / Dulce Esposo y redención, / Pues por vuestra me ofrecí, / ¿Qué mandáis hacer de mí?

Toda nuestra vida - pensamientos, acciones, sentimientos, proyectos - ha de tener su origen y principio en la unión a Cristo en su amor al Padre. Y hacia esa unión han de tender todos nuestros actos (cf. Cst 17). Es una exigencia de nuestra correspondencia al amor que Cristo nos mostró. Mientras vivimos en esta carne, queremos vivir de la fe en el Hijo de Dios, que nos amó hasta entregarse por nosotros (cf. Gál 2,20).

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