Un Santo al azar

P. Juan María de la Cruz, SCJ

 

P. Juan María de la Cruz, SCJ

- Mariano García Méndez -

P. Evaristo Martínez de Alegría, scj



Una entre tantas historias de santos

Altas tierras que rodean la ciudad de Ávila, entre grandes bloques de granito que afloran como manos desgastadas que se abren al cielo, en horizontes recortados de veranos muy fuertes y de inviernos sin piedad. Solar de la vieja Castilla que ha sido cuna de “cantos y de santos”. Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz son los prototipos. Pero ésta es tierra de recios cristianos. Las familias, numerosas, de labradores y ganaderos serán cuna y surco, por una parte de tantos creyentes de a pie, austeros y anónimos, y por otra de figuras que los acontecimientos y la misma vida, les han hecho brotar como don y regalo de Dios a su Iglesia convirtiéndose en Evangelio hecho realidad cotidiana.

Nuestro protagonista, el P. Juan, nace en S. Esteban de los Patos (Ávila), el 25 de septiembre de 1891. Fue el primero de quince hermanos y al ser bautizado recibe el nombre de Mariano. Le dieron el mismo nombre que a su padre, quien junto con su esposa doña Emérita, se esforzaron en darle una educación cristiana sólida y segura, a través de una fe viva y de una práctica comprometida de la vida cristiana.

Su familia cuidaba la iglesia y su padre, por la tarde, al volver de las tareas del campo, dirigía novenas y rosarios porque no tenían sacerdote en aquella pequeña comunidad. Por esto, nos dice uno de sus hermanos, muy pronto la llamada del Señor encontraría respuesta en el que todos conocían como Marianito. Fue a los diez años que hizo su elección: responder con toda generosidad a la vocación que sentía profundamente hacia el sacerdocio.

Primero fue su párroco quien le formará en las primeras letras. Después fue alumno externo del Seminario de Ávila. Más tarde ingresará en él para estudiar Filosofía y Teología. Su vida en el Seminario, recuerdan sus compañeros y superiores, fue ejemplar, ya que era 

“modelo en todo, distinguiéndose por su profunda humildad, siendo además un joven de talento extraordinario”.

Una de las características que le acompañaron durante toda su vida fue que, a pesar de una vida austera, sacrificada, de oración y trabajo, 

“era muy jovial, se divertía con todos sin romper nunca la armoníaentre los compañeros. Era un santito”.

Pero tenía una preocupación: no es que no tuviese claro y decidido servir al Señor, sino que buscaba una vida de mayor interioridad y diálogo con el Señor. Parecía que el ministerio en la parroquia le alejaba de su ideal. La primera experiencia la va a hacer llamando a la puerta de los PP. Dominicos de Santo Tomás de Ávila “donde no pudo estar mucho tiempo a causa de su poca salud”. Era el curso 1913-14. Y seguía buscando.

Un buen cura en pueblos recios

El 18 de marzo de 1916 fue ordenado sacerdote en Ávila. En las oraciones de aquel día se dice “imitad las cosas que tratáis” y así, siguiendo las huellas de Jesús de Nazareth, dedicó varios años de su vida al ministerio parroquial en pequeños pueblos de la provincia en los que, a pesar del paso del tiempo, aún quedan recuerdos de aquel sacerdote, “poquita cosa” físicamente pero un hombre de Dios en medio de aquellas gentes castellanas, castigadas por la pobreza, la situación política y la falta de horizontes. 

Las parroquias de Hernansancho, Villanueva de Gómez, San Juan de la Encinilla, Santo Tomé de Zabarcos, Sotillo de las Palomas fueron la pequeña parte del Pueblo de Dios que la Iglesia de Ávila le confió. Eran pobres y poco pobladas, pero ricas en raíces cristianas. 

Pero en aquella década de 1920 estaba formándose unatempestad que asolará las gentes y tierras de España, tan violenta que la Iglesia quedará maltrecha y desarbolada al perder, como testigos de su fe, incontables hijos e hijas: un innumerable número de cristianos laicos junto con unos 6.832 más entre obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas. Reconocerse como cristiano en aquellos días costaba , muy caro, casi siempre la vida. (datos de 1960).

El 23 de mayo de 1916 D. Mariano se encamina a Hernansancho. Hace un par de meses lo había ordenado sacerdote Mons. Joaquín Beltrán y Asensio. Allí va a desarrollar una intensa labor pastoral. Se basó en una presencia humilde, sencilla, de oración y adoración al Santísimo prolongada en las heladoras noches abulenses, por la mortificación corporal y sus desvelos por despertar en sus parroquianos la fe, el culto, sobre todo la confesión, la devoción eucarística y mariana, el alejamiento de la blasfemia, y enmarcado todo dentro de una caridad y servicios exquisitos. 

Ya lo hemos dicho más veces. Eran pueblos muy pobres en aquellas parameras desoladas. Y el cura del pueblo vive de lo que sus fieles le dan para vivir. Sus antiguos feligreses, hoy muy ancianos, recuerdan que D. Mariano nunca pedía nada, ni siquiera pasaba el cestillo. Sus parroquianos lo veían extraño. El les contestaba: 

“sería algo así como convertir a la iglesia en una sucursal de banco”. 

Su puerta siempre estaba abierta, de día y de noche, para los necesitados, losenfermos, quien lo necesitase... 

Cuentan en el pueblo de Hernansancho que, en cierta ocasión, hubo una riña feroz en el pueblo, que acabó con derramamiento de sangre. El asesino dejó por tierra a varias personas. El párroco, D. Mariano, acudió para asistir a los heridos en medio de los tiros. El agresor comentaba a uno de sus amigos en Peñalba, un pueblo vecino, en un banquete de bodas que se estaba celebrando:

“En tu pueblo he dejado tirados por tierra unos cabritos. Al Curanome ha dado la gana matarlo porque es un Santo”.

Horizontes del Espíritu
Las negras nubes de la violencia, la sangre, la sinrazón y la muerte comenzaban a aparecer en el horizonte. Y en medio de “tiros” y pobreza y hambre y brutalidad, la llamada de Dios aún continuaba haciéndose presente en la vida de Mariano. Buscaba otra respuesta.

Un sacerdote amigo suyo, con quien se veía a menudo, comentaba: 

“Era un sacerdote ejemplar..., pero varias veces me repitió: ‘Estoy contento, pero te confieso que estoy viviendo fuera de mi centro, me pesa mucho la vida parroquial. Y por otra parte estoy tan fastidiado por mi estado de salud, que si no fuese por la obediencia ya habría tomado otro camino: mi inclinación irresistible es la vida religiosa’”.

En esta búsqueda pasó a la diócesis de Vitoria (1921-1922), donde durante casi un año desempeñó el cargo de capellán de los Hermanos de las Escuelas Cristianas en Nanclares de Oca. Estando allí pide a su Obispo poder ingresar en la Orden de los Carmelitas Descalzos. Lo obtuvo y comienza su Noviciado en Larrea (Vizcaya).

Una vez más su salud lo traiciona.No resiste las exigencias de una vida que, por aquel entonces, era muy ascética, muy dura, pero que deseaba abrazar, una vida íntima de contemplativo.

Volvió a Ávila. Durante dos años (1923-1924) se encarga de las parroquias de Santo Tomé de Zabarcos y Sotillo de las Palomas. Su paso por ellas fue breve, pero muy fecundas las huellas que allí dejó.

D. Mariano vivía un profundo amor y devoción al sacramento de la Eucaristía. Por esta razón aprovechaba cualquier momento para acercarse al sagrario de las iglesias de los pueblos o ciudades por donde pasaba. 

En Madrid era la iglesia de las Religiosas Reparadoras a la que acudía con frecuencia. Corría el año 1925 y, un día, se encontró allí con el P. Guillermo Zicke. Este religioso era el fundador de la Provincia de Sacerdotes del Corazón de Jesús (PP. Reparadores) en España. Entablaron amistad y Mariano le desveló su búsqueda, su inquietud de corazón que no reposaba, que no acertaba con el lugar al cual Dios le llamaba. El P. Zicke le habló de su congregación, la del P. León Dehon, del proyecto que lo inspiraba, del estilo de su vida... El caso es que Mariano entró en la pequeña familia de la que el P. Guillermo era “padre”. Al hacerse religioso reparador se convirtió en nuestro P. Juan. Para más señas Juan María de la Cruz. Recordaba así en su nuevo nombre como religioso dos de sus grandes amores: Santa María y San Juan de la Cruz, de Ávila como él.

El 31 de octubre de 1926, solemnidad de Cristo Rey, el P. Juan hizo su profesión religiosa en “espíritu de amor, de oblación, de reparación”. Este proyecto inspirado en las actitudes, las palabras y los hechos de Jesús le animará e iluminará en los últimos diez años de su existencia, de trabajo y ministerio apostólicos.

El P. Dehon fundando la Congregación le había dado como primer nombre “Oblatos (Víctimas) del Sagrado Corazón”. El P. Juan María de la Cruz celebraría esta vocación ya encontrada de Oblato-Víctima, en el sacrificio supremo el 23 de agosto de 1936, y del que su vida, como religioso reparador, sería un vía crucis escondido y sereno.

El P. Guillermo nos dejó este testimonio acerca del P. Juan: 

“Puedo asegurar que mientras yo era Superior en Puente la Reina lo admití como postulante en nuestra Congregación. Siendo ya profeso, mostró deseos de perfeccionarse más en la vida contemplativa, solicitando el propio ingreso -con permiso de los superiores- en la Orden de los Trapenses. Y como banco de prueba estuvo en el monasterio de Cóbreces, del que volvió al poco tiempo a la Congregación por motivos de salud”.

Estuvo un año en Novelda (Alicante) después de hacer el Noviciado de la mano del P. Maestro y la Comunidad que le acompañaba. Allí, en nuestro colegio, el único colegio que queda de los fundados en tiempos del P. Dehon, desempeñó el cargo de profesor de religión y a la vez atendía las necesidades de la iglesia adjunta en el ministerio sacerdotal.

Era un hombre de profunda vida interior y enamorado de los santos, en modo particular de los mártires. En 1927 tuvo la ocasión de visitar la ciudad de Roma. De ella lellamaron la atención las catacumbas de S. Calixto y otros lugares históricos que conservan la memoria de los mártires. Era difícil arrancarlo deallí, como testimonia años después uno de sus acompañantes, ya mayor, que recordaba con viveza aquel santo padre español..

Ya de vuelta, tuvo la suerte de pasar por Lourdes e incluso la alegría de poder acercarse a la Gruta. María era la otra gran atracción. Por ella era capaz de recorrer muchos caminos y pasar por no siempre fáciles sendas en busca de los santuarios y ermitas de la Virgen tan extendidos por la geografía de España. Estas eran algunas de las cosas que contaba a los seminaristas de Puente la Reina, cuando volvía a casa después de sus viajes en búsqueda de ayudas y vocaciones.

En búsqueda del pan con tanto amor...

“Mis caminos no son vuestros caminos”.Es la encrucijada del P. Juan ante la que va a tener que poner en marcha aquella oblación e inmolación con cuyo espíritu hiciera su profesión religiosa un año antes. EnPuente la Reina, su nueva comunidad, se irá cumpliendo esa preparación lenta, íntima y profunda en la que el Espíritu va a ir modelando su vida..., y su muerte en aquel agosto sangriento y fratricida de 1936. 

Su tarea consistía en salir de casa, en pasar fuera de ella períodos largos, de renunciar al “seguro” de una vida regular y fraterna en la casa religiosa.

El Seminario de Puente vivía momentos de esperanza porque tenía muchos seminaristas, pero había una extrema pobreza por falta de medios. El P. Guillermo conocía muy bien al P. Juan y pensó que era la persona adecuada para como hombre de Dios, celoso en su apostolado y despierto salir por los caminos de Navarra y el País Vasco en búsqueda de colaboración y ayuda económica. También tenía como objetivo crear una red de amigos del Seminario con el fin de poder servir mejor a la Iglesia y en un futuro a misiones como la de Camerún de la que él procedía y que se tuvo que abandonar al ser expulsados, por alemanes, en la Primera Guerra Mundial.

De nuevo es su Superior, el P. Guillermo, quien nos comenta: 

“Lo que en verdad podría parecer una cosa contradictoria, aquíse hacía realidad por el mero hecho de que el P. Juan era un hombre de santa obediencia poniendo en práctica el espíritu de abnegación y sacrificio que es propio de la Congregación de los Sacerdotes del Corazón de Jesús, inmolándose, día a día, en aras del puro amor por Nuestro Señor y por las almas que le son más queridas”. 

Y para hacernos ver la talla de este “frailico”, como decían en Puente la Reina, sigue contando:

“Para que una vida de tanto trajín y llena de distracciones no le hiciese mella a su vida religiosa y de unión con Dios, procuraba ante todo trazarse un plan de vida, o un reglamento particular, y para que todo fuese sujeto a la santa obediencia, y de este modo hacerlo meritorio para el cielo, lo presentaba antes de salir a su Superior, con el fin de que lo sellara con su firma y visto bueno”.

Huellas que llevan a Dios
Muchos han sido lo religiosos que han pedido limosna, ayuda, dinero, puerta a puerta, pueblo a pueblo, para alimentar y educar a tantos niños de sus seminarios. Muchas veces, a los ojos de los hombres, se les calificaba como de incultos o raros. Pero vivían de Dios y llevaban a Dios a la gente. Eran humildes Hermanos legos de los que muchos han sido canonizados o beatificados por la caridad y el amor del Señor que han sabido compartir con ricos y pobres, sabios e ignorantes. Hombres de Dios, conocidos, estimados y esperados en ciertas épocas a su paso por los pueblos. Mendigos por amor de Dios, hermanos que compartían la Palabra y la oración con todos. 

También nuestro P. Juan dejó esa estela del “buen olor de Cristo” entre todos cuantos tuvieron ocasión de conocerlo: sacerdotes a los que ayudaba en su ministerio sacerdotal (era muy buen predicador y le gustaba celebrar el ministerio de la reconciliación -penitencia-), religiosos (en sus casas se alojaba siempre que podía y allíse podía observar su humildad, su espíritu de oración y mortificación) y tantos cristianos laicos con los que compartía la caridad y la ternura del Corazón de Cristo en sus problemas y necesidades “como llama de Amor viva”. En todos ellos el recuerdo es siempre el mismo: “Era un santo”.

Durante sus viajes, se preocupaba mucho y estaba siempre en guardia ante lo que creía que era ofensa a Dios y a las buenas costumbres. Ocurrió varias veces en albergues y posadas. Pedía que fuesen retirados cuadros o imágenes “subidas de tono”. Los compraba, sin preocuparle nunca el valor de los mismos, para luego hacerlos desaparecer. 

Uno de sus compañeros más cercanos nos cuenta que 

“no perdía para nada el fervor en estos viajes, sino que al contrario se aprovechaba de esta oportunidadpara hacer apostolado difundiendo la devoción a la Adoración real y perpetua del Santísimo Sacramento, así como la devoción al Amor misericordioso”.

Y otro añade también su preocupación por la animación vocacional: 

“Favoreció las vocaciones para nuestro Instituto, de tal modo que varios Padres de nuestra Congregacióndeben su vocación al Siervo de Dios”.

A pesar una vida tan ajetreada y viajera, de encuentro con tantas personas y gentes diversas:

“conservó siempre el primitivo fervor del noviciado. Y por eso hacía lo imposible por participar en los retiros de su comunidad el Primer Viernes de mes, dando cuenta a sus superiores de sus gestiones. Se puede decir que el Siervo de Dios fue una providencia para la Congregación. En los tiempos libres de su búsqueda de ayuda lo empleaba en estar recogido ante el Señor y hacer sus prácticas de piedad”, 

Así nos lo atestiguan cuantos lo conocieron, especialmente los religiosos y religiosas de distintos Institutos.

Por cañadas oscuras tú me guías

El 14 de abril de 1931 se proclama en España la República. La nubes negras que se veían en el horizonte se están convirtiendo en una tempestad. Al final se desata en las grandes ciudades y en los centros industriales. Se pretendió un cambio moderado de la sociedad y de la política. Pero las cosas se fueron de las manos y darán paso a los radicalismos más cerrados de las ideologías de izquierda y de derecha. 

La Iglesia española se convertirá en un enemigo fundamental a combatir. Quizás fue el más fácil porque no ofreció resistencia. Anarquistas, socialistas, comunistas, intelectuales y dirigentes anticlericales la culparon, junto con empresarios y Ejército, de todos los males de la situación social de los obreros y los campesinos, así como del evidente retraso respecto a una Europa abierta, plural y desarrollada.

No era fácil caminar en aquella sociedad en la que las leyes y la propaganda intentaron relegar en la sacristía a los sacerdotes. Era habitual la burla a costa de la Iglesia. Las dificultades y situaciones que tuvieron que encontrar fueron muy duras aun dentro del espacio en que se movía el P. Juan, Navarra y el País Vasco (Vaticano español llamaban al segundo) dados los radicalismos, y las leyes que a todos obligaban.

Tampoco es extraño que, en el ambiente cristiano y religioso surgieronideas como las de “cruzada”, “martirio”. Así, de hecho lo vivían muchos sacerdotes y religiosos, incluido el P. Juan que así se expresaba cuando hablaba en comunidad o a los alumnos de este tema, comentando lo que le iba tocando vivir en aquellos días. 

Nos cuenta uno de sus alumnos un caso que ilustra su convicción y su entusiasmo para con el martirio:

“Había sucedido que un hijo de mi abuela, religioso capuchino misionero en China, había sido hecho prisionero por los comunistas. Enterado del disgusto de mi abuela, al Siervo de Dios le faltó tiempo para ir a su casa para animarla y consolarla, y recuerdo que sus palabras fueron de felicitación, siendo más o menos éstas: ‘Su hijo es un mártir. ¡Oh!, ojalá tuviese yo la misma suerte de ser perseguido y morir por Cristo”.

Los años que preceden al 18 de julio de 1936, fecha de inicio de la Guerra Civil, van a ser “fuertes” para un hombre como el P. Juan que seguía, imperturbable, su ministerio sacerdotal y religioso y una callada obra de educador en el Seminario y entre los mismos compañeros. 

El P. Zicke nos cuenta que,

“siendo de carácter especulativo y dotado de dones espirituales, había dado pruebas de una preparación doctrinal nada común. En las reuniones de los padres de casa para resolver casos de moral y dogmáticos, ‘dejaba a todos admirados por las citas completas de los Santos Padres que hacía de memoria’. Es verdad, -añade-, que no tenía mucho sentido práctico para ser profesor entre los muchachos, especialmente para tenerlos disciplinados e interesar a sus pequeños alumnos. No obstante estaban contentos con él en los recreos y paseos porque les contaba relatos interesantes, de un modo muy vivo y cercano y les enseñaba cantos graciosos”.

Su paso por el Seminario dejó entre los alumnos el recuerdo de un hombre de piedad y de fervor admirables. Al P. Juan se le podía encontrar en su habitación o en la capilla. La celebración de sus Misas siempre tenía el peligro de cansar a sus pequeños e inquietos monaguillos, por lo que en muchas ocasiones, como el mismo San Felipe Neri, les invitaba a que le dejaran solo con su Señor, en ese diálogo mudo de adoración y de amor, propio de los que profundamente viven el misterio de Amor encerrado en la eucaristía.

Una malograda Betania

Corre el negro año de 1936. En uno de sus viajes tiene ocasión de visitar a su madre, a uno de sus hermanos y su cuñada. Esta recuerda que: 

“Una vez, en mi casa, hablando conmigo, con su madre y mi marido, pronosticó la próxima revolución y manifestó el deseo de morir mártir. Decía a mi marido: ‘Mira, Víctor, ¡feliz el que tenga la suerte de derramar la sangre por nuestro Señor!’”.

“Y van a ser las circunstancias, donde se muestra la mano de Dios que guía, las que condujeron al P. Juan, precisamente en aquel año crucial, del lugar tranquilo y seguro que era Navarra a la región de Cuenca, en la que el peligro se presentó enseguida amenazador”, como señala la Positio super martirio, la mejor fuente documentada de esta pequeña historia, de la que hemos ido recogiendo textos y testimonios a lo largo de estas páginas.

Cuenca tiene un nombre inolvidable en su Serranía, el Santuario de Garaballa. Fue abandonado por los PP. Trinitarios y los PP. Reparadores lo recibieron del Obispo de aquella ciudad como sede del futuro Noviciado y lugar de descanso y reposo.

Es el lugar al que, a principios de julio, llega el P. Juan para restablecer su frágil salud y descansar de sus trabajos y correrías, disfrutando de la tranquilidad y sosiego de aquellos parajes casi olvidados del ‘mundanal ruido’ que diría Fray Luis de León.

“Pero la gente del pueblo, aunque bastante ruda e inculta en cosas de religión, en un principio no se portaba mal con los recién llegados, pero conforme iban las cosas en aquel año, mostrábanse más y más indiferentes y frías, hasta que después de las segundas elecciones de mayo (1936) se trocó en franca hostilidad, salvo raras excepciones”. 

Este fue el clima de “reposo y tranquilidad” con el que se encontró el P. Juan... Aun así, en este breve período,no le faltaron momentos en los que pudo manifestar su celo y coraje por las cosas de Dios, no teniendo ningún problema, tal como estaban las cosas, para reprochar a un campesino sus blasfemias, o abrir una iglesia un día festivo, tocar las campanas y celebrar la Eucaristía, porque el cura había huido o estaba escondido. Sonaba muy fuerte aquel salmo que dice: “El celo de tu casa me devora”...

Subamos a Jerusalén

Serán también las circunstancias también las que obliguen al P. Juan a tomar la ruta hacia Valencia. El 18 de julio tuvo lugar el llamado Alzamiento Nacional que desencadenó la Guerra Civil y con ella “una persecución religiosa que llegó hasta el exterminio”.

Vistas como estaban las cosas, el superior de Garaballa, alertados por amigos y por el paso de tropas y milicianos por la zona ese mismo día reunió a sus religiosos y les dijo que debían partir inmediatamente en distintas direcciones para proteger su vida.

Al P. Juan le tocó el camino de Valencia. Dejó el hábito y se vistió con una chaqueta usada y grande. Por esta razón será conocido y llamado por sus compañeros de cárcel con el apelativo cariñoso de “P. Chaquetón”.

¿Por qué Valencia? Allí no era conocido de nadie por lo que se pensó que pudiera pasar más desapercibido en la previsible “caza de curas”. Sí que hubo semejante “caza” y fue despiadada y cruel. En agosto, en toda España, hubo un total de 2077 asesinados, entre ellos diez obispos.Uno de los dirigentes de esta barbarie injustificable José Díaz, uno de los dirigentes de la sección española de la III Internacional,se mire desde donde se mire el acabar con la vida de otro ser humano, decía precisamente en Valencia: 

“En las provincias que dominamos, la Iglesia ya no existe. España ha sobrepasado en mucho la obra de los soviets, porque la Iglesia, en España, está hoy día aniquilada”.

En Valencia, de 1200 sacerdotes diocesanos, 327 serán asesinados. Sin haberlo previsto había ido a parar al lugar más arriesgado. Esto nos cuenta uno de sus compañeros: 

“Traté con él en 1936 y conozco los sentimientos del Siervo de Dios, preparado para aceptar lo que Dios quisiera por la salvación de la Patria. Tenía una fe ciega en el triunfo de la causa de Dios, aun cuando se tuviera que sufrir un gran castigo por los pecados sociales. Su entusiasmo y su fe la comunicaba a cuantos se le acercaban animándolos ante los grandes peligros que iban a tener que aguantar”.

Trató de contactar con una colaboradora del P. Lorenzo Cantó que vivía cerca de la iglesia de los Santos Juanes, como punto de referencia en su huida.

Esta iglesia, situada junto a la Lonja (estupendo modelo de gótico civil) y el Mercado Central (obra modernista de hierro, cristal y cerámica de los años veinte también notable), es uno de los monumentos artísticos característicos de la ciudad ya desde los albores de la Reconquista. Sus muros y naves contienen huellas del paso de los siglos y del arte. Su decoración es barroca, y sus frescos fueron pintados por Palomino, hoy prácticamente desaparecidos por el incendio.

“El Siervo de Dios se encontró con que tenía que pasar por delante de la misma, mientras se estaba dando a las llamas, dentro del edificio a un montón de objetos sacros amontonados al centro del mismo. Como recuerdan muchos testigos en el proceso, de todos era conocido el celo del Siervo de Dios que, unido a su temperamento fuerte e impulsivo, no le permitía el quedarse de brazos cruzados ante las ofensas a Dios y la profanación de las iglesias”

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“Entre zarzas y espinas”
Un curioso desconocido y malvestido. Ni siquiera era un huertano. Uno de los tantos huidos que buscaban en la ciudad acomodo en aquellos días, los últimos de julio de 1936, se acerca y se mete entre la gente para ver, aparentemente uno de tantos. 

Y se le oye murmurar en voz alta que lo que está pasando es demasiado.

Un abogado, compañero de cárcel, lo cuenta del modo siguiente: 

“Cuando el Siervo de Dios fue llevado a la cárcel eran los últimos días de julio de 1936 o los primeros de agosto siguiente; estaba encerrado en una celda de la cuarta galería si no recuerdo mal. 

Lo conocí por este motivo: me dijeron que hacía poco había entrado un sacerdote, porque había protestado públicamente por el incendio de la iglesia de los Santos Juanes. 

Esto picó mi curiosidad y quise informarme directamente por él mismo, porque se me hacía muy difícil creer que, alguien tuviese tanto coraje o fuera tan ingenuo como para asumir tan dramáticas consecuencias.

Efectivamente se lo pregunté, y él mismo me dijo que, al ver el incendio de la iglesia de los Santos Juanes, hablando consigo mismo, pero en voz alta, había dicho éstas o parecidas palabras: 

- ¡Qué horror! ¡Qué crimen! ¡Qué sacrilegio!”. 

Al oír estas palabras alguien de los que acaso participaban en el incendio o estaban contentos por ello, le dijo: 

-¡Tú eres un “carca”! 

Expresión equivalente a: “Tú eres un hombre de derechas o tradicionalista”. A lo que el Siervo de Dios respondió: 

- Yo soy un sacerdote.

Razón por la cual procedieron a su arresto”.

Él mismo escribirá, desde la cárcel, en la fiesta de S. Lorenzo, al Superior General SCJ, P. Lorenzo Philippe, con motivo de su onomástico felicitándole y comunicándole su detención: 

“Aquí me tiene Reverendísimo Padre, detenido desde hace casi tres semanas, con ocasión de proferir algunas frases de protesta por el horrendo espectáculo de las iglesias quemadas y profanadas. ¡Dios sea bendito! ¡Hágase en todo su divina voluntad! Me alegro mucho de poder sufrir algo por Él, que tanto sufrió por mí, pobre pecador”. 

Un día antes escribía al alcalde de Garaballa: 

“Desde el mismo día en que llegué a Valencia, me hallo detenido en la Cárcel Modelo de esta ciudad, con otros muchos sacerdotes, religiosos y seglares. Pero gracias a Dios estoy tranquilo y resignado a lo que la Divina Providencia disponga de mí. Ocupo la celda 476, cuarta galería.”

Sin Domingo de Ramos

Celda 476, cuarta galería... casi el título de una película. Una película con poco blanco y mucho de negro, rodada en ritmo rápido, con un tiempo de verano agobiante valenciano, en el hacinamiento de acontecimientos y personas que el odio de una guerra y de un embrutecimiento fraticida va a llenar celdas, galerías y patios. Cada atardecer, un aviso prostituido de ¡Libertad!, iba dejando puestos vacíos que todos sabían iban a ocuparse en las muchas moradas de la eternidad.

El P. Juan, o el P. Chaquetón, no iba a pasar desapercibido. Los testimonios directos “nos dan una idea bien precisa de la fidelidad del Siervo de Dios, durante su detención, a su sacerdocio y a las mismas prácticas de la vida religiosa que él quiso prolongar en los días dolorosos de su prisión”.

Tenemos un testimonio silencioso, pero de un significado extraordinario, una preciosa herencia: la pequeña agenda que se encontró en un bolsillo de los pantalones el día de la exhumación de sus restos. 

Agujereada por las balas y manchada de la sangre del P. Juan, conserva anotado el horario que había escrito, como programa diario de vida: el ‘horario que seguía en la cárcel y en que aparecen todos los actos prescritos por nuestra Regla’ (comenzaba a las cinco de la mañana y acababa a las nueve de la noche). Recorriéndolo sorprende y destaca la fidelidad del P. Juan. No se deja condicionar por la amarga realidad de la cárcel y la trágica previsión de una muerte vecina, cada vez más cercana al hacerse normal, por la tarde, un oscuro ritual de prisioneros a los que se hace salir de sus celdas sin volver nunca más.

Se le ocurrió trazar un “Vía crucis” sobre los muros de la celda.Estuvo a punto de costarle la celda de castigo. Este hecho nos habla, por una parte, de su fidelidad a los pequeños detalles y costumbres de su congregación religiosa, y por otrade una meditación compartida con la cruz a cuestas en la oblación reparadora al Padre, en las largas horas de soledad e incertidumbre compartidas con el Cristo crucificado para dar Vida y vencer a la Muerte.

Sabemos que no hizo absolutamente nada por ocultar su identidad de sacerdote. Tenía clara conciencia de que no estaba en la cárcel por sus ideas políticas, sino por ser sacerdote y sabía que si iba a ser fusilado era por esta causa. Así, en el poco tiempo de su prisión comenzó a manifestar, sencilla, llana y valientemente, entre sus compañeros de cárcel su ser Religiosoy Sacerdote. Para ellos se la estaba jugando. 

Y así podemos verlo en el patio de la cárcel dirigiendo en voz alta el Rosario,

“...y puesto que estábamos vigilados por los centinelas con los fusiles, que nos insultaban y amenazaban, se impuso la conveniencia de no hacer la oración para evitar el provocarles. Algún sacerdote -que bien pudo ser él-, dijo que nada hubiera estado mejor que el morir rezando, y así continuamos con nuestra oración... 

Recuerdo haberlo visto todos los días en el patio de la cárcel rezar con su libro de oraciones, durante una hora u hora y media. Se le veía tanto rezar que alguno decía:

‘Algún día, al P. Chaquetón, lo matarán como a un pajarito’”.

Se podría pensar que esto era una especie de desafío, de insolencia, pero como dice otro compañero sacerdote, también preso: 

“No tengo ninguna noticia que intentara ninguna práctica para recuperar su libertad y estoy convencido con relación a esta suposición que nunca habría hecho nada incompatible con su estado sacerdotal. En su permanencia en la prisión no hubo nada de insolente o provocatorio que pudiera justificar su muerte”.

Y otro testigo de aquellos días dirá: 

“Ejercía su ministerio con los que se lo solicitaban, animaba a la gente, pero esto lo hacía comprendida aquella moderación que era consustancial a su carácter sacerdotal. En absoluto puede decirse que tuviese un gesto de insolencia, más bien todo lo contrario”.

Estaba encarcelado hasta el fontanero de la cárcel. Fue él quien libró al P. Juan de ir a la celda de castigo. Esta es la imagen que él tenía del Siervo de Dios: 

“Se comportaba siempre como un sacerdote dignísimo. Si se encontraba en el patio y oía el sonar de las horas, rezaba con quienquiera que fuese las oraciones. Algo que lo sorprendí en muchas ocasiones. Otras veces yo mismo lo vi rezar en la celda. Con ninguno lo vi comportarse descortés”.

Testigos en el calor de la noche
Existe una carta del religioso redentorista P. Tomás Vega, también compañero suyo de cautiverio, que el P. Guillermo Zicke recoge en una biografía que hizo de su hermano de congregación que, entre otras cosas, evoca aquellos días en la prisión y la figura del Siervo de Dios, “glorioso mártir de Jesucristo, Reverendo P. Juan García, compañero mío de cárcel”.

“...Tuve la suerte de conocerlo y tratarle, al poco tiempo de ingresar un servidor en la cárcel, 22 de julio de 1936. A todos nos edificó desde el primer día por su piedad y devoción. Rezábamos juntos el breviario durante el primer mes de cárcel, cuando teníamos tres horas de recreo por la mañana y tres por la tarde, en el patio, donde teníamos recreo los presos de la 4ª galería, él, el Rvdo. P. Recaredo de los Ríos (compañero en la ceremonia de beatificación pero de nombre Ricardo de los Ríos Fabregat) y un servidor; el segundo era salesiano y mártir también. Ya pudimos observar el gran fervor religioso con que rezaba. Era muy frecuente en él ponerse de rodillas en medio del patio, a pesar de no faltar quien, por razón de circunstancias, le aconsejara omitiera aquellas señales externas de devoción; pero él contestaba que no había que tener respeto humano alguno; que entonces más que nunca había que confesar a Cristo, y que había que imitar a los mártires de los primeros siglos que, rezando y de rodillas, se preparaban para el martirio.

Hacia las once de la mañana nos reuníamos un buen grupo de presos, para rezar en común las Letanías de los Santos, y los días festivos, rezar y leer en público la Santa Misa (entonces aún no teníamos la suerte de celebrar en la cárcel); el P. Juanito, como así le llamábamos, nunca faltaba.

Por la tarde, cada sacerdote solía reunirse con un pelotón de presos para rezar el Santo Rosario; el P. Juanito tenía un grupo escogido, y no sólo rezaba con ellos el Rosario sino otras oraciones y hacía con los mismos lectura espiritual. Solía ir de grupo en grupo, cuando terminaban los rezos en común y animar a todos en la virtud y amor de Dios. Era verdaderamente celoso.

Un día, al bajar al patio, me dijo que había tenido una gran alegría: aquella mañana había recibido a Jesús Sacramentado. Un profesor del Seminario había ingresado uno de aquellos días, en la cárcel, y había llevado consigo el Santísimo Sacramento; pero el P. Juanito no paró hasta que consiguió la Sagrada Comunión. Aún más: consiguió que el mencionado profesor le dejara un día el Santísimo Sacramento, y fue para él un día celestial.

Al mes de estar en la cárcel nos recluyeron en las celdas, y sólo salíamos por secciones, una hora por la mañana y otra por la tarde, al patio. Como yo vivía en un piso distinto al suyo, ya no pude acompañarle, pero a todos nos dejó una impresión profunda de su gran santidad y virtud.

Pocos días después supimos que había salido de la cárcel: no sabíamos que había salido por el martirio. Fue de los primeros que de la Cárcel Modelo de Valencia dieron su vida por Dios y por España. Dichoso él, que alcanzó la palma del martirio. ¡Dichosa su Congregación que se siente hoy glorificada por tan excelso mártir! ...”

Estaba contento de sufrir por Jesús

Cuando fundó la Congregación, el P. Dehon la había llamado en principio “Oblatos del Sagrado Corazón”.El P. Juan María de la Cruz celebraría su vocación encontrada de Oblato en la entrega de su vida el 23 de Agosto de 1936. Su vida, como religioso reparador, tuvo mucho de semejante con aquellavía crucis escondida y serena que un tal Jesús recorrió dos mil años atrás.

Estamos, por tanto, en la noche del 23 de agosto de 1936.El Padre iba a aceptar la oblación total del P. Juan en los campos de Silla. En una finca llamada El Sario, en el lugar conocido como La Coma. Se parecía a aquel huerto de Getsemaní, lleno de olivos, que Jesús conoció. Testigos de lo que iba a suceder fueron las estrellas de una noche de verano, los otros nueve compañeros asesinados, los faros de las camionetas que iluminan la acequia y el muro a lo largo del cual, ritual repetido centenares de veces y clásico, fueron colocadas las víctimas en fila. Y fusiladas. Y antes maltratos. Así lo denuncian los testimonios médicos sobre sus restos, reconocidos, exhumados y traslados en 1940 a Puente la Reina, para que estuviese entre aquellos seminaristas a los que había dedicado una gran parte de su vida, de servicio y ministerio apostólicos.

Dejemos que sea el P. Lorenzo Cantó, su superior en Garaballa, también encarcelado en Valencia (ya antes había padecido en México la misma situación, durante la persecución de Calles de la que consiguió huir para volver a España) poco tiempo después de él pero dejado en libertad, y pudiendo ejercer su ministerio en aquella Iglesia en las catacumbas,el que nos cuente el encuentro con los restos del P. Juan Mª de la Cruz:

“Me presenté al juez municipal, preguntando si el día 23 de agosto del año 36, habían sido ejecutados diez presos, en el término de Silla. La respuesta fue afirmativa, añadiendo que fue requerido para hacerse cargo de diez cadáveres que aparecieron en la carretera de Madrid, pero en el territorio de Silla, y fueron trasladados por los mismos verdugos hasta el cementerio municipal. Me dijo más. Hubo intención de sacar fotografías de los cadáveres, pero se abstuvo por temor. Quise entonces cerciorarme definitivamente y entonces le describí cómo era el P. Juan y cómo iba pobremente vestido. El Sr. Juez me dijo que ciertamente había sido fusilado en la fecha señalada. Añadió que cuando el sepulturero enterró el cadáver del P. Juan, todosaquellos verdugos estaban conformes en afirmar que aquél era el cadáver de un cura y que les replicó que para ellos todos eran curas”.

Y otro de los testigos, el P. Belda, nos cuenta: 

“Deseo añadir que me encuentro entre los pocos testigos de la exhumación y que, como muestra y fuerza de su valor, se puede aducir el hecho de que sobre sus despojos se han encontrado: la Cruz de la Profesión, el escapulario de la Congregación perforado por dos tiros. Y además, una agenda, también atravesada por varios tiros, en la que aparece escrito el horario que seguía en la cárcel y en el que aparecen todos los actos prescritos por nuestra Regla”.

¿Un santo para hoy?

Todos los tiempos y lugares tienen “sus santos”. Siempre hay figuras de vida y santidad particularmente elocuentes cuando se quiere oír la leve brisa que se mueve a nuestro lado, a pesar de los innumerables ruidos de la posmodernidad que vivimos. 

En ocasiones son voces que gritan en el desierto, en quienes viven la fe con audacia entre los conflictos de estos tiempos; y llegan a ser temerarios, pagando con la propia vida el testimonio de una verdad que no deja en paz tanto al creyente de ayer como al de hoy.

Hay un texto de Elie Wiesel, víctima de los campos de concentración nazis por el solo hecho de ser de raza judía, que habla del profeta. En nuestro caso podemos aplicarlo perfectamente a tantos miles y miles de testigos, de todas las latitudes y confesiones cristianas, de los que Juan Pablo II, encarecidamente, ha pedido que no se pierda su memoria: 

“Es espejo de su tiempo, y ciertamente vive fuera del tiempo; está siempre despierto, siempre vigilante; nunca está indiferente, y menos que nada ante la injusticia, divina o humana, en cualquier momento o cualquier lugar en que pueda anidarse. Mensajero de Dios junto al hombre, a veces hace de mensajero del hombre ante Dios. Hombre inquieto e inquietante, siempre espera una señal, una llamada. Con frecuencia,perseguido, se encuentra solo, también cuando se dirige a las masas, cuando habla con Dios o consigo mismo, cuando describe el futuro o evoca el pasado. Pensamos en los diversos mártires del nazismo y del fascismo, de los regímenes dictatoriales del Latinoamérica, o de los países sujetos al comunismo estalinista. Son los que tienen la audacia de caminos no pisados que recorren sin ningún orgullo, conscientes de su fragilidad y de los riesgos que corren, fuertes de su fe en la Verdad que hace libres”.

El P. Juan fue caminando por las sendas de su experiencia espiritual, religiosa y sacerdotal, aparentemente serena hasta el momento de su martirio, como otros muchos religiosos y sacerdotes de su época. Pero también eran conscientes de lo que se estaba gestando para la Iglesia y para ellos en España. 

A lo largo de estas líneas hemos puesto de relieve su estilo y modo de vivir que hacían que, alrededor de su bien reconocida humilde figura, se fuera dibujando la aureola la fama de “santo”.

Su objetivo era servir a Dios, según el diseño que se le iba desvelando a lo largo de la vida hasta la elección definitiva del servicio en la vida religiosa, en una Congregación que, por proyecto y carisma, correspondía a su vivo y ardiente deseo de “amor, inmolación y reparación”.

Su comportamiento en la vida espiritual lo describe muy bien el P. Zicke: 

”Puedo decir por mi conocimiento personal que su piedad brillaba por el amor extraordinario al Santísimo Sacramento y a la Santísima Virgen. [...] El tema favorito de sus predicacionese instrucciones era el amor misericordioso del Sagrado Corazón. Visitaba los santuariosde la Virgen aun a costa de grandes sacrificios. El Breviario lo recitaba con extrema escrupulosidad. [...]En la celebración de la Santa Misa empleaba más tiempo del ordinario, particularmente en el momento de la Consagración. [...] En muchas ocasiones manifestó su celo por la gloria de Dios”.

Lo reconocían al partir el pan

Dos características distinguen su fe y su amor: la devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen. Por otra parte su vocación a la vida religiosa en los PP. Reparadores encuentra su contexto adecuado en su amor a la adoración eucarística y por la reparación. Por otra parte sabemos que durante sus viajes de “limosnero”, 

“si se celebraba alguna función religiosa y no había predicador, especialmente en las fiestas de la Sma. Virgen, a petición de la Comunidad (en la que solía hospedarse) se proponía él mismo. Y sucedía que, aunque sin preparación alguna, conmovía a los oyentes con gran admiración de todos. Alguna vez en que se le hacía notar su facilidad de palabra en el púlpito, solía decir que cuando se ama mucho a la Virgen María, no se necesita una gran preparación. En Roma lo recuerdan todavía por su amor a María Sma. donde aun sin conocer el italiano hablaba y predicaba sobre Ella”.

Un Padre Sacramentino, que lo conoció cuando en sus viajes se hospedaba en su comunidad, después de haber recordado tantos y tantos ejemplos edificantes dice: 

“Ahora, después de haber tenido noticia de su martirio me doy cuentade que el P. Juan era un sacerdote de quien ­ según la conocida frase paulina ­ se podría decir que no era él, sino que era Cristo quien vivía en Él”. 

Un recuerdo que es una fotografía. Otro de los testimonios de última hora nos lo ofrece su Superior y compañero del Santuario de Garaballa de aquel mes de Julio del 36, en la serenidad de aquellas soledades con nubarrones en ciernes: 

“Era admirable el entusiasmo con que hablaba del martirio, previendo claramente cuanto se avecinaba, enfervorizándonos a todos de tal modo que ya, desde entonces no se hablaba de otras cosas que del martirio”.

Era Cristo, que vivía en él, quien lo iba preparando a dar testimonio de la verdad y salir con la cruz a cuestas, camino de una tapia cualquiera en los alrededores de Silla, para ser crucificado como el Maestro, fuera de la ciudad. No a la luz del día sino a la de unos faros que, entre olivos, desdibujaba su sombra alargada sobre el muro.

Hacer memoria de estos testigos de la fe es poner, en medio de nuestra sociedad, rendida a un materialismo desencantador y a un agnosticismo creciente, unas pistas en el camino que nos hablan de que es posible vivir los valores del Evangelio e ir construyendo el Reino de Dios, “el Reino del Corazón de Jesús en las almas y en las sociedades”, como decía el P. Dehon, fundador de los PP. Reparadores (Sacerdotes del Corazón de Jesús). 

Las grandes e inhumanas persecuciones religiosas y políticas del siglo XX, no hay que tener vergüenza en llamar a las cosas por su nombre, han dejando su triste recuerdo por toda la tierra en tantos hermanos, cristianos o no, humillados, aplastados y asesinados. Anosotros nos toca gritar: “¡Nunca más!” y hacerlos presentes, imitar su fe, compartir su fortaleza, vivir su amor, creer y esperar, porque el Señor estará con nosotros hasta el fin de los tiempos.

Haciendo camino juntos

La Liturgia romana, siempre precisa y exacta, en el prefacio de la Eucaristía recordando a los Santos proclama: 

“Porque mediante el testimonio admirable de tus santos fecundas sin cesar a tu Iglesia con vitalidad siempre nueva, dándonos así pruebas evidentes de tu amor Ellos nos estimulan con su ejemplo en el camino de la vida y nos ayudan con su intercesión”.

Sólo el Señor y los interesados conocen los frutos de la intercesión del P. Juan Mª. de la Cruz. La hoja “Corazón ardiente” desde hace muchos años, va anotando con fidelidad las gracias recibidas, pero no conocemos más que de oídas otras que, durante su vida, en modo particular cuando recorría incansable casas, caseríos, pisos en el País Vasco o Navarra, iba dejando como agradecido recuerdo a sus colaboradores.

Concluyendo estas líneas, uno de los testigos del Proceso, probablemente el único todavía vivo y con una memoria feliz, el P. Ignacio Belda, me contaba que, en Pamplona, en una familia muy conocida suya, los Sres. Ferrer, habiendo ido en cierta ocasión el P. Juan a solicitar su ayuda, como era habitual cada cierto tiempo, la salió a la puerta la esposa, nerviosa, diciendo que en aquel momento no podían atenderle: 

“Mi marido se está afeitando y preparando para ir a la clínica de S. Miguel, donde tenemos a la hija muy grave pues dentro de unas horas van a hacerle una traqueotomía, lo siento de verdad”. 

El P. Juan salió corriendo hacia la clínica que se encontraba entonces a las afueras, probablemente repitiendo también: 

“¡Señor, la que tú amas está enferma!”... 

Y ante el asombro de enfermeras y médicos, sin hacer caso alguno a la situación de aislamiento y observación en que estaba la muchacha, la movió nerviosamente y le dijo: 

“¡Habla!”. 

Y desde aquella hora con maravilla de los médicos y alegría de sus padres, la niña volvió a hablar.

Presencia vida del misterio de Cristo en la Iglesia, ejemplo y testigos de una fe vivida y comprometida, recordándonos que amigos del Señor como son, junto a Él continúan intercediendopor nosotros, estos son los santos, nuestro P. Juan Mª de la Cruz