P. Juan María de la Cruz, SCJ
P. Evaristo Martínez
de Alegría, scj
Nuestro protagonista, el P. Juan, nace en S. Esteban de los Patos (Ávila), el 25 de septiembre de 1891. Fue el primero de quince hermanos y al ser bautizado recibe el nombre de Mariano. Le dieron el mismo nombre que a su padre, quien junto con su esposa doña Emérita, se esforzaron en darle una educación cristiana sólida y segura, a través de una fe viva y de una práctica comprometida de la vida cristiana.
Su familia cuidaba la iglesia y su padre, por la tarde, al volver de las tareas del campo, dirigía novenas y rosarios porque no tenían sacerdote en aquella pequeña comunidad. Por esto, nos dice uno de sus hermanos, muy pronto la llamada del Señor encontraría respuesta en el que todos conocían como Marianito. Fue a los diez años que hizo su elección: responder con toda generosidad a la vocación que sentía profundamente hacia el sacerdocio.
Primero fue su párroco quien le formará en las primeras letras. Después fue alumno externo del Seminario de Ávila. Más tarde ingresará en él para estudiar Filosofía y Teología. Su vida en el Seminario, recuerdan sus compañeros y superiores, fue ejemplar, ya que era
“modelo
en todo, distinguiéndose por su profunda humildad, siendo además
un joven de talento extraordinario”.
Una de las características que le acompañaron durante toda su vida fue que, a pesar de una vida austera, sacrificada, de oración y trabajo,
“era
muy jovial, se divertía con todos sin romper nunca la armoníaentre
los compañeros. Era
un santito”.
Pero tenía una preocupación: no es que no tuviese claro y decidido servir al Señor, sino que buscaba una vida de mayor interioridad y diálogo con el Señor. Parecía que el ministerio en la parroquia le alejaba de su ideal. La primera experiencia la va a hacer llamando a la puerta de los PP. Dominicos de Santo Tomás de Ávila “donde no pudo estar mucho tiempo a causa de su poca salud”. Era el curso 1913-14. Y seguía buscando.
Las
parroquias de Hernansancho, Villanueva de Gómez, San Juan de la
Encinilla, Santo Tomé de Zabarcos, Sotillo de las Palomas fueron
la pequeña parte del Pueblo de Dios que la Iglesia de Ávila
le confió. Eran pobres y poco pobladas, pero ricas en raíces
cristianas.
Pero
en aquella década de 1920 estaba formándose unatempestad
que asolará las gentes y tierras de España, tan violenta
que la Iglesia quedará maltrecha y desarbolada al perder, como testigos
de su fe, incontables hijos e hijas: un innumerable número de cristianos
laicos junto con unos 6.832 más entre obispos, sacerdotes, religiosos
y religiosas. Reconocerse como cristiano en aquellos días costaba
, muy caro, casi siempre la vida. (datos de 1960).
El
23 de mayo de 1916 D. Mariano se encamina a Hernansancho. Hace un par de
meses lo había ordenado sacerdote Mons. Joaquín Beltrán
y Asensio. Allí va a desarrollar una intensa labor pastoral. Se
basó en una presencia humilde, sencilla, de oración y adoración
al Santísimo prolongada en las heladoras noches abulenses, por la
mortificación corporal y sus desvelos por despertar en sus parroquianos
la fe, el culto, sobre todo la confesión, la devoción eucarística
y mariana, el alejamiento de la blasfemia, y enmarcado todo dentro de una
caridad y servicios exquisitos.
Ya
lo hemos dicho más veces. Eran pueblos muy pobres en aquellas parameras
desoladas. Y el cura del pueblo vive de lo que sus fieles le dan para vivir.
Sus antiguos feligreses, hoy muy ancianos, recuerdan que D. Mariano nunca
pedía nada, ni siquiera pasaba el cestillo. Sus parroquianos lo
veían extraño. El les contestaba:
“sería
algo así como convertir a la iglesia en una sucursal de banco”.
Su
puerta siempre estaba abierta, de día y de noche, para los necesitados,
losenfermos, quien lo necesitase...
Cuentan
en el pueblo de Hernansancho que, en cierta ocasión, hubo una riña
feroz en el pueblo, que acabó con derramamiento de sangre. El asesino
dejó por tierra a varias personas. El párroco, D. Mariano,
acudió para asistir a los heridos en medio de los tiros. El agresor
comentaba a uno de sus amigos en Peñalba, un pueblo vecino, en un
banquete de bodas que se estaba celebrando:
“En
tu pueblo he dejado tirados por tierra unos cabritos. Al Curanome
ha dado la gana matarlo porque es un Santo”.
Un sacerdote amigo suyo, con quien se veía a menudo, comentaba:
“Era
un sacerdote ejemplar..., pero varias veces me repitió: ‘Estoy contento,
pero te confieso que estoy viviendo fuera de mi centro, me pesa mucho la
vida parroquial. Y por otra parte estoy tan fastidiado por mi estado de
salud, que si no fuese por la obediencia ya habría tomado otro camino:
mi inclinación irresistible es la vida religiosa’”.
En
esta búsqueda pasó a la diócesis de Vitoria (1921-1922),
donde durante casi un año desempeñó el cargo de capellán
de los Hermanos de las Escuelas Cristianas en Nanclares de Oca. Estando
allí pide a su Obispo poder ingresar en la Orden de los Carmelitas
Descalzos. Lo obtuvo y comienza su Noviciado en Larrea (Vizcaya).
Una
vez más su salud lo traiciona.No
resiste las exigencias de una vida que, por aquel entonces, era muy ascética,
muy dura, pero que deseaba abrazar, una vida íntima de contemplativo.
Volvió
a Ávila. Durante
dos años (1923-1924) se encarga de las parroquias de Santo Tomé
de Zabarcos y Sotillo de las Palomas. Su paso por ellas fue breve, pero
muy fecundas las huellas que allí dejó.
D.
Mariano vivía un profundo amor y devoción al sacramento de
la Eucaristía. Por esta razón aprovechaba cualquier momento
para acercarse al sagrario de las iglesias de los pueblos o ciudades por
donde pasaba.
En
Madrid era la iglesia de las Religiosas Reparadoras a la que acudía
con frecuencia. Corría el año 1925 y, un día, se encontró
allí con el P. Guillermo Zicke. Este religioso era el fundador de
la Provincia de Sacerdotes del Corazón de Jesús (PP. Reparadores)
en España. Entablaron amistad y Mariano le desveló su búsqueda,
su inquietud de corazón que no reposaba, que no acertaba con el
lugar al cual Dios le llamaba. El P. Zicke le habló de su congregación,
la del P. León Dehon, del proyecto que lo inspiraba, del estilo
de su vida... El caso es que Mariano entró en la pequeña
familia de la que el P. Guillermo era “padre”. Al hacerse religioso reparador
se convirtió en nuestro P. Juan. Para más señas Juan
María de la Cruz. Recordaba así en su nuevo nombre como religioso
dos de sus grandes amores: Santa María y San Juan de la Cruz, de
Ávila como él.
El
31 de octubre de 1926, solemnidad de Cristo Rey, el P. Juan hizo su profesión
religiosa en “espíritu de amor, de oblación, de reparación”.
Este proyecto inspirado en las actitudes, las palabras y los hechos de
Jesús le animará e iluminará en los últimos
diez años de su existencia, de trabajo y ministerio apostólicos.
El
P. Dehon fundando la Congregación le había dado como primer
nombre “Oblatos (Víctimas) del Sagrado Corazón”. El P. Juan
María de la Cruz celebraría esta vocación ya encontrada
de Oblato-Víctima, en el sacrificio supremo el 23 de agosto de 1936,
y del que su vida, como religioso reparador, sería un vía
crucis escondido y sereno.
El
P. Guillermo nos dejó este testimonio acerca del P. Juan:
“Puedo
asegurar que mientras yo era Superior en Puente la Reina lo admití
como postulante en nuestra Congregación. Siendo ya profeso, mostró
deseos de perfeccionarse más en la vida contemplativa, solicitando
el propio ingreso -con permiso de los superiores- en la Orden de los Trapenses.
Y como banco de prueba estuvo en el monasterio de Cóbreces, del
que volvió al poco tiempo a la Congregación por motivos de
salud”.
Estuvo
un año en Novelda (Alicante) después de hacer el Noviciado
de la mano del P. Maestro y la Comunidad que le acompañaba. Allí,
en nuestro colegio, el único colegio que queda de los fundados en
tiempos del P. Dehon, desempeñó el cargo de profesor de religión
y a la vez atendía las necesidades de la iglesia adjunta en el ministerio
sacerdotal.
Era
un hombre de profunda vida interior y enamorado de los santos, en modo
particular de los mártires. En 1927 tuvo la ocasión de visitar
la ciudad de Roma. De ella lellamaron
la atención las catacumbas de S. Calixto y otros lugares históricos
que conservan la memoria de los mártires. Era difícil arrancarlo
deallí, como testimonia años
después uno de sus acompañantes, ya mayor, que recordaba
con viveza aquel santo padre español..
Ya
de vuelta, tuvo la suerte de pasar por Lourdes e incluso la alegría
de poder acercarse a la Gruta. María era la otra gran atracción.
Por ella era capaz de recorrer muchos caminos y pasar por no siempre fáciles
sendas en busca de los santuarios y ermitas de la Virgen tan extendidos
por la geografía de España. Estas eran algunas de las cosas
que contaba a los seminaristas de Puente la Reina, cuando volvía
a casa después de sus viajes en búsqueda de ayudas y vocaciones.
En
búsqueda del pan con tanto amor...
“Mis
caminos no son vuestros caminos”.Es la encrucijada del P. Juan ante la
que va a tener que poner en marcha aquella oblación e inmolación
con cuyo espíritu hiciera su profesión religiosa un año
antes. EnPuente la Reina, su nueva
comunidad, se irá cumpliendo esa preparación lenta, íntima
y profunda en la que el Espíritu va a ir modelando su vida..., y
su muerte en aquel agosto sangriento y fratricida de 1936.
Su
tarea consistía en salir de casa, en pasar fuera de ella períodos
largos, de renunciar al “seguro” de una vida regular y fraterna en la casa
religiosa.
El
Seminario de Puente vivía momentos de esperanza porque tenía
muchos seminaristas, pero había una extrema pobreza por falta de
medios. El P. Guillermo conocía muy bien al P. Juan y pensó
que era la persona adecuada para como hombre de Dios, celoso en su apostolado
y despierto salir por los caminos de Navarra y el País Vasco en
búsqueda de colaboración y ayuda económica. También
tenía como objetivo crear una red de amigos del Seminario con el
fin de poder servir mejor a la Iglesia y en un futuro a misiones como la
de Camerún de la que él procedía y que se tuvo que
abandonar al ser expulsados, por alemanes, en la Primera Guerra Mundial.
De
nuevo es su Superior, el P. Guillermo, quien nos comenta:
“Lo
que en verdad podría parecer una cosa contradictoria, aquíse
hacía realidad por el mero hecho de que el P. Juan era un hombre
de santa obediencia poniendo en práctica el espíritu de abnegación
y sacrificio que es propio de la Congregación de los Sacerdotes
del Corazón de Jesús, inmolándose, día a día,
en aras del puro amor por Nuestro Señor y por las almas que le son
más queridas”.
Y
para hacernos ver la talla de este “frailico”, como decían en Puente
la Reina, sigue contando:
“Para
que una vida de tanto trajín y llena de distracciones no le hiciese
mella a su vida religiosa y de unión con Dios, procuraba ante todo
trazarse un plan de vida, o un reglamento particular, y para que todo fuese
sujeto a la santa obediencia, y de este modo hacerlo meritorio para el
cielo, lo presentaba antes de salir a su Superior, con el fin de que lo
sellara con su firma y visto bueno”.
También
nuestro P. Juan dejó esa estela del “buen olor de Cristo” entre
todos cuantos tuvieron ocasión de conocerlo: sacerdotes a los que
ayudaba en su ministerio sacerdotal (era muy buen predicador y le gustaba
celebrar el ministerio de la reconciliación -penitencia-), religiosos
(en sus casas se alojaba siempre que podía y allíse
podía observar su humildad, su espíritu de oración
y mortificación) y tantos cristianos laicos con los que compartía
la caridad y la ternura del Corazón de Cristo en sus problemas y
necesidades “como llama de Amor viva”. En todos ellos el recuerdo es siempre
el mismo: “Era un santo”.
Durante sus viajes, se preocupaba mucho y estaba siempre en guardia ante lo que creía que era ofensa a Dios y a las buenas costumbres. Ocurrió varias veces en albergues y posadas. Pedía que fuesen retirados cuadros o imágenes “subidas de tono”. Los compraba, sin preocuparle nunca el valor de los mismos, para luego hacerlos desaparecer.
Uno
de sus compañeros más cercanos nos cuenta que
“no
perdía para nada el fervor en estos viajes, sino que al contrario
se aprovechaba de esta oportunidadpara
hacer apostolado difundiendo la devoción a la Adoración real
y perpetua del Santísimo Sacramento, así como la devoción
al Amor misericordioso”.
Y
otro añade también su preocupación por la animación
vocacional:
“Favoreció
las vocaciones para nuestro Instituto, de tal modo que varios Padres de
nuestra Congregacióndeben
su vocación al Siervo de Dios”.
A
pesar una vida tan ajetreada y viajera, de encuentro con tantas personas
y gentes diversas:
“conservó
siempre el primitivo fervor del noviciado. Y por eso hacía lo imposible
por participar en los retiros de su comunidad el Primer Viernes de mes,
dando cuenta a sus superiores de sus gestiones. Se puede decir que el Siervo
de Dios fue una providencia para la Congregación. En los tiempos
libres de su búsqueda de ayuda lo empleaba en estar recogido ante
el Señor y hacer sus prácticas de piedad”,
Así
nos lo atestiguan cuantos lo conocieron, especialmente los religiosos y
religiosas de distintos Institutos.
La
Iglesia española se convertirá en un enemigo fundamental
a combatir. Quizás fue el más fácil porque no ofreció
resistencia. Anarquistas, socialistas, comunistas, intelectuales y dirigentes
anticlericales la culparon, junto con empresarios y Ejército, de
todos los males de la situación social de los obreros y los campesinos,
así como del evidente retraso respecto a una Europa abierta, plural
y desarrollada.
No
era fácil caminar en aquella sociedad en la que las leyes y la propaganda
intentaron relegar en la sacristía a los sacerdotes. Era habitual
la burla a costa de la Iglesia. Las dificultades y situaciones que tuvieron
que encontrar fueron muy duras aun dentro del espacio en que se movía
el P. Juan, Navarra y el País Vasco (Vaticano español llamaban
al segundo) dados los radicalismos, y las leyes que a todos obligaban.
Tampoco
es extraño que, en el ambiente cristiano y religioso surgieronideas
como las de “cruzada”, “martirio”. Así, de hecho lo vivían
muchos sacerdotes y religiosos, incluido el P. Juan que así se expresaba
cuando hablaba en comunidad o a los alumnos de este tema, comentando lo
que le iba tocando vivir en aquellos días.
Nos
cuenta uno de sus alumnos un caso que ilustra su convicción y su
entusiasmo para con el martirio:
“Había
sucedido que un hijo de mi abuela, religioso capuchino misionero en China,
había sido hecho prisionero por los comunistas. Enterado del disgusto
de mi abuela, al Siervo de Dios le faltó tiempo para ir a su casa
para animarla y consolarla, y recuerdo que sus palabras fueron de felicitación,
siendo más o menos éstas: ‘Su hijo es un mártir. ¡Oh!,
ojalá tuviese yo la misma suerte de ser perseguido y morir por Cristo”.
Los
años que preceden al 18 de julio de 1936, fecha de inicio de la
Guerra Civil, van a ser “fuertes” para un hombre como el P. Juan que seguía,
imperturbable, su ministerio sacerdotal y religioso y una callada obra
de educador en el Seminario y entre los mismos compañeros.
El
P. Zicke nos cuenta que,
“siendo
de carácter especulativo y dotado de dones espirituales, había
dado pruebas de una preparación doctrinal nada común. En
las reuniones de los padres de casa para resolver casos de moral y dogmáticos,
‘dejaba a todos admirados por las citas completas de los Santos Padres
que hacía de memoria’. Es verdad, -añade-, que no tenía
mucho sentido práctico para ser profesor entre los muchachos, especialmente
para tenerlos disciplinados e interesar a sus pequeños alumnos.
No obstante estaban contentos con él en los recreos y paseos porque
les contaba relatos interesantes, de un modo muy vivo y cercano y les enseñaba
cantos graciosos”.
Su paso por el Seminario dejó entre los alumnos el recuerdo de un hombre de piedad y de fervor admirables. Al P. Juan se le podía encontrar en su habitación o en la capilla. La celebración de sus Misas siempre tenía el peligro de cansar a sus pequeños e inquietos monaguillos, por lo que en muchas ocasiones, como el mismo San Felipe Neri, les invitaba a que le dejaran solo con su Señor, en ese diálogo mudo de adoración y de amor, propio de los que profundamente viven el misterio de Amor encerrado en la eucaristía.
“Una
vez, en mi casa, hablando conmigo, con su madre y mi marido, pronosticó
la próxima revolución y manifestó el deseo de morir
mártir. Decía a mi marido: ‘Mira, Víctor, ¡feliz
el que tenga la suerte de derramar la sangre por nuestro Señor!’”.
“Y
van a ser las circunstancias, donde se muestra la mano de Dios que guía,
las que condujeron al P. Juan, precisamente en aquel año crucial,
del lugar tranquilo y seguro que era Navarra a la región de Cuenca,
en la que el peligro se presentó enseguida amenazador”, como señala
la Positio super martirio, la mejor fuente documentada de esta pequeña
historia, de la que hemos ido recogiendo textos y testimonios a lo largo
de estas páginas.
Cuenca
tiene un nombre inolvidable en su Serranía, el Santuario de Garaballa.
Fue abandonado por los PP. Trinitarios y los PP. Reparadores lo recibieron
del Obispo de aquella ciudad como sede del futuro Noviciado y lugar de
descanso y reposo.
Es
el lugar al que, a principios de julio, llega el P. Juan para restablecer
su frágil salud y descansar de sus trabajos y correrías,
disfrutando de la tranquilidad y sosiego de aquellos parajes casi olvidados
del ‘mundanal ruido’ que diría Fray Luis de León.
“Pero
la gente del pueblo, aunque bastante ruda e inculta en cosas de religión,
en un principio no se portaba mal con los recién llegados, pero
conforme iban las cosas en aquel año, mostrábanse más
y más indiferentes y frías, hasta que después de las
segundas elecciones de mayo (1936) se trocó en franca hostilidad,
salvo raras excepciones”.
Este
fue el clima de “reposo y tranquilidad” con el que se encontró el
P. Juan... Aun así, en este breve período,no
le faltaron momentos en los que pudo manifestar su celo y coraje por las
cosas de Dios, no teniendo ningún problema, tal como estaban las
cosas, para reprochar a un campesino sus blasfemias, o abrir una iglesia
un día festivo, tocar las campanas y celebrar la Eucaristía,
porque el cura había huido o estaba escondido. Sonaba muy fuerte
aquel salmo que dice: “El celo de tu casa me devora”...
Vistas
como estaban las cosas, el superior de Garaballa, alertados por amigos
y por el paso de tropas y milicianos por la zona ese mismo día reunió
a sus religiosos y les dijo que debían partir inmediatamente en
distintas direcciones para proteger su vida.
Al
P. Juan le tocó el camino de Valencia. Dejó el hábito
y se vistió con una chaqueta usada y grande. Por esta razón
será conocido y llamado por sus compañeros de cárcel
con el apelativo cariñoso de “P. Chaquetón”.
¿Por
qué Valencia? Allí no era conocido de nadie por lo que se
pensó que pudiera pasar más desapercibido en la previsible
“caza de curas”. Sí que hubo semejante “caza” y fue despiadada y
cruel. En agosto, en toda España, hubo un total de 2077 asesinados,
entre ellos diez obispos.Uno de
los dirigentes de esta barbarie injustificable José Díaz,
uno de los dirigentes de la sección española de la III Internacional,se
mire desde donde se mire el acabar con la vida de otro ser humano, decía
precisamente en Valencia:
“En
las provincias que dominamos, la Iglesia ya no existe. España ha
sobrepasado en mucho la obra de los soviets, porque la Iglesia, en España,
está hoy día aniquilada”.
En
Valencia, de 1200 sacerdotes diocesanos, 327 serán asesinados. Sin
haberlo previsto había ido a parar al lugar más arriesgado.
Esto nos cuenta uno de sus compañeros:
“Traté
con él en 1936 y conozco los sentimientos del Siervo de Dios, preparado
para aceptar lo que Dios quisiera por la salvación de la Patria.
Tenía una fe ciega en el triunfo de la causa de Dios, aun cuando
se tuviera que sufrir un gran castigo por los pecados sociales. Su entusiasmo
y su fe la comunicaba a cuantos se le acercaban animándolos ante
los grandes peligros que iban a tener que aguantar”.
Trató
de contactar con una colaboradora del P. Lorenzo Cantó que vivía
cerca de la iglesia de los Santos Juanes, como punto de referencia en su
huida.
Esta
iglesia, situada junto a la Lonja (estupendo modelo de gótico civil)
y el Mercado Central (obra modernista de hierro, cristal y cerámica
de los años veinte también notable), es uno de los monumentos
artísticos característicos de la ciudad ya desde los albores
de la Reconquista. Sus muros y naves contienen huellas del paso de los
siglos y del arte. Su decoración es barroca, y sus frescos fueron
pintados por Palomino, hoy prácticamente desaparecidos por el incendio.
“El
Siervo de Dios se encontró con que tenía que pasar por delante
de la misma, mientras se estaba dando a las llamas, dentro del edificio
a un montón de objetos sacros amontonados al centro del mismo. Como
recuerdan muchos testigos en el proceso, de todos era conocido el celo
del Siervo de Dios que, unido a su temperamento fuerte e impulsivo, no
le permitía el quedarse de brazos cruzados ante las ofensas a Dios
y la profanación de las iglesias”
.
Y
se le oye murmurar en voz alta que lo que está pasando es demasiado.
Un
abogado, compañero de cárcel, lo cuenta del modo siguiente:
“Cuando
el Siervo de Dios fue llevado a la cárcel eran los últimos
días de julio de 1936 o los primeros de agosto siguiente; estaba
encerrado en una celda de la cuarta galería si no recuerdo mal.
Lo
conocí por este motivo: me dijeron que hacía poco había
entrado un sacerdote, porque había protestado públicamente
por el incendio de la iglesia de los Santos Juanes.
Esto
picó mi curiosidad y quise informarme directamente por él
mismo, porque se me hacía muy difícil creer que, alguien
tuviese tanto coraje o fuera tan ingenuo como para asumir tan dramáticas
consecuencias.
Efectivamente
se lo pregunté, y él mismo me dijo que, al ver el incendio
de la iglesia de los Santos Juanes, hablando consigo mismo, pero en voz
alta, había dicho éstas o parecidas palabras:
-
¡Qué horror! ¡Qué crimen! ¡Qué sacrilegio!”.
Al
oír estas palabras alguien de los que acaso participaban en el incendio
o estaban contentos por ello, le dijo:
-¡Tú
eres un “carca”!
Expresión
equivalente a: “Tú eres un hombre de derechas o tradicionalista”.
A lo que el Siervo de Dios respondió:
-
Yo soy un sacerdote.
Razón
por la cual procedieron a su arresto”.
Él
mismo escribirá, desde la cárcel, en la fiesta de S. Lorenzo,
al Superior General SCJ, P. Lorenzo Philippe, con motivo de su onomástico
felicitándole y comunicándole su detención:
“Aquí
me tiene Reverendísimo Padre, detenido desde hace casi tres semanas,
con ocasión de proferir algunas frases de protesta por el horrendo
espectáculo de las iglesias quemadas y profanadas. ¡Dios sea
bendito! ¡Hágase en todo su divina voluntad! Me alegro mucho
de poder sufrir algo por Él, que tanto sufrió por mí,
pobre pecador”.
Un
día antes escribía al alcalde de Garaballa:
“Desde
el mismo día en que llegué a Valencia, me hallo detenido
en la Cárcel Modelo de esta ciudad, con otros muchos sacerdotes,
religiosos y seglares. Pero gracias a Dios estoy tranquilo y resignado
a lo que la Divina Providencia disponga de mí. Ocupo la celda 476,
cuarta galería.”
El
P. Juan, o el P. Chaquetón, no iba a pasar desapercibido. Los testimonios
directos “nos dan una idea bien precisa de la fidelidad del Siervo de Dios,
durante su detención, a su sacerdocio y a las mismas prácticas
de la vida religiosa que él quiso prolongar en los días dolorosos
de su prisión”.
Tenemos
un testimonio silencioso, pero de un significado extraordinario, una preciosa
herencia: la pequeña agenda que se encontró en un bolsillo
de los pantalones el día de la exhumación de sus restos.
Agujereada
por las balas y manchada de la sangre del P. Juan, conserva anotado el
horario que había escrito, como programa diario de vida: el ‘horario
que seguía en la cárcel y en que aparecen todos los actos
prescritos por nuestra Regla’ (comenzaba
a las cinco de la mañana y acababa a las nueve de la noche). Recorriéndolo
sorprende y destaca la fidelidad del P. Juan. No se deja condicionar por
la amarga realidad de la cárcel y la trágica previsión
de una muerte vecina, cada vez más cercana al hacerse normal, por
la tarde, un oscuro ritual de prisioneros a los que se hace salir de sus
celdas sin volver nunca más.
Se
le ocurrió trazar un “Vía crucis” sobre los muros de la celda.Estuvo
a punto de costarle la celda de castigo. Este hecho nos habla, por una
parte, de su fidelidad a los pequeños detalles y costumbres de su
congregación religiosa, y por otrade
una meditación compartida con la cruz a cuestas en la oblación
reparadora al Padre, en las largas horas de soledad e incertidumbre compartidas
con el Cristo crucificado para dar Vida y vencer a la Muerte.
Sabemos
que no hizo absolutamente nada por ocultar su identidad de sacerdote. Tenía
clara conciencia de que no estaba en la cárcel por sus ideas políticas,
sino por ser sacerdote y sabía que si iba a ser fusilado era por
esta causa. Así, en el poco tiempo de su prisión comenzó
a manifestar, sencilla, llana y valientemente, entre sus compañeros
de cárcel su ser Religiosoy
Sacerdote. Para ellos se la estaba jugando.
Y
así podemos verlo en el patio de la cárcel dirigiendo en
voz alta el Rosario,
“...y
puesto que estábamos vigilados por los centinelas con los fusiles,
que nos insultaban y amenazaban, se impuso la conveniencia de no hacer
la oración para evitar el provocarles. Algún sacerdote -que
bien pudo ser él-, dijo que nada hubiera estado mejor que el morir
rezando, y así continuamos con nuestra oración...
Recuerdo
haberlo visto todos los días en el patio de la cárcel rezar
con su libro de oraciones, durante una hora u hora y media. Se le veía
tanto rezar que alguno decía:
‘Algún
día, al P. Chaquetón, lo matarán como a un pajarito’”.
Se
podría pensar que esto era una especie de desafío, de insolencia,
pero como dice otro compañero sacerdote, también preso:
“No
tengo ninguna noticia que intentara ninguna práctica para recuperar
su libertad y estoy convencido con relación a esta suposición
que nunca habría hecho nada incompatible con su estado sacerdotal.
En su permanencia en la prisión no hubo nada de insolente o provocatorio
que pudiera justificar su muerte”.
Y
otro testigo de aquellos días dirá:
“Ejercía
su ministerio con los que se lo solicitaban, animaba a la gente, pero esto
lo hacía comprendida aquella moderación que era consustancial
a su carácter sacerdotal. En absoluto puede decirse que tuviese
un gesto de insolencia, más bien todo lo contrario”.
Estaba
encarcelado hasta el fontanero de la cárcel. Fue él quien
libró al P. Juan de ir a la celda de castigo. Esta es la imagen
que él tenía del Siervo de Dios:
“Se
comportaba siempre como un sacerdote dignísimo. Si se encontraba
en el patio y oía el sonar de las horas, rezaba con quienquiera
que fuese las oraciones. Algo que lo sorprendí en muchas ocasiones.
Otras veces yo mismo lo vi rezar en la celda. Con ninguno lo vi comportarse
descortés”.
“...Tuve
la suerte de conocerlo y tratarle, al poco tiempo de ingresar un servidor
en la cárcel, 22 de julio de 1936. A todos nos edificó desde
el primer día por su piedad y devoción. Rezábamos
juntos el breviario durante el primer mes de cárcel, cuando teníamos
tres horas de recreo por la mañana y tres por la tarde, en el patio,
donde teníamos recreo los presos de la 4ª galería, él,
el Rvdo. P. Recaredo de los Ríos (compañero
en la ceremonia de beatificación pero de nombre Ricardo de los Ríos
Fabregat) y un servidor; el segundo era salesiano y mártir también.
Ya pudimos observar el gran fervor religioso con que rezaba. Era muy frecuente
en él ponerse de rodillas en medio del patio, a pesar de no faltar
quien, por razón de circunstancias, le aconsejara omitiera aquellas
señales externas de devoción; pero él contestaba que
no había que tener respeto humano alguno; que entonces más
que nunca había que confesar a Cristo, y que había que imitar
a los mártires de los primeros siglos que, rezando y de rodillas,
se preparaban para el martirio.
Hacia
las once de la mañana nos reuníamos un buen grupo de presos,
para rezar en común las Letanías de los Santos, y los días
festivos, rezar y leer en público la Santa Misa (entonces aún
no teníamos la suerte de celebrar en la cárcel); el P. Juanito,
como así le llamábamos, nunca faltaba.
Por
la tarde, cada sacerdote solía reunirse con un pelotón de
presos para rezar el Santo Rosario; el P. Juanito tenía un grupo
escogido, y no sólo rezaba con ellos el Rosario sino otras oraciones
y hacía con los mismos lectura espiritual. Solía ir de grupo
en grupo, cuando terminaban los rezos en común y animar a todos
en la virtud y amor de Dios. Era verdaderamente celoso.
Un
día, al bajar al patio, me dijo que había tenido una gran
alegría: aquella mañana había recibido a Jesús
Sacramentado. Un profesor del Seminario había ingresado uno de aquellos
días, en la cárcel, y había llevado consigo el Santísimo
Sacramento; pero el P. Juanito no paró hasta que consiguió
la Sagrada Comunión. Aún más: consiguió que
el mencionado profesor le dejara un día el Santísimo Sacramento,
y fue para él un día celestial.
Al
mes de estar en la cárcel nos recluyeron en las celdas, y sólo
salíamos por secciones, una hora por la mañana y otra por
la tarde, al patio. Como yo vivía en un piso distinto al suyo, ya
no pude acompañarle, pero a todos nos dejó una impresión
profunda de su gran santidad y virtud.
Pocos
días después supimos que había salido de la cárcel:
no sabíamos que había salido por el martirio. Fue de los
primeros que de la Cárcel Modelo de Valencia dieron su vida por
Dios y por España. Dichoso él, que alcanzó la palma
del martirio. ¡Dichosa su Congregación que se siente hoy glorificada
por tan excelso mártir! ...”
Estamos,
por tanto, en la noche del 23 de agosto de 1936.El
Padre iba a aceptar la oblación total del P. Juan en los campos
de Silla. En una finca llamada El Sario, en el lugar conocido como La Coma.
Se parecía a aquel huerto de Getsemaní, lleno de olivos,
que Jesús conoció. Testigos de lo que iba a suceder fueron
las estrellas de una noche de verano, los otros nueve compañeros
asesinados, los faros de las camionetas que iluminan la acequia y el muro
a lo largo del cual, ritual repetido centenares de veces y clásico,
fueron colocadas las víctimas en fila. Y fusiladas. Y antes maltratos.
Así lo denuncian los testimonios médicos sobre sus restos,
reconocidos, exhumados y traslados en 1940 a Puente la Reina, para que
estuviese entre aquellos seminaristas a los que había dedicado una
gran parte de su vida, de servicio y ministerio apostólicos.
Dejemos
que sea el P. Lorenzo Cantó, su superior en Garaballa, también
encarcelado en Valencia (ya antes había padecido en México
la misma situación, durante la persecución de Calles de la
que consiguió huir para volver a España) poco tiempo después
de él pero dejado en libertad, y pudiendo ejercer su ministerio
en aquella Iglesia en las catacumbas,el
que nos cuente el encuentro con los restos del P. Juan Mª de la Cruz:
“Me
presenté al juez municipal, preguntando si el día 23 de agosto
del año 36, habían sido ejecutados diez presos, en el término
de Silla. La respuesta fue afirmativa, añadiendo que fue requerido
para hacerse cargo de diez cadáveres que aparecieron en la carretera
de Madrid, pero en el territorio de Silla, y fueron trasladados por los
mismos verdugos hasta el cementerio municipal. Me dijo más. Hubo
intención de sacar fotografías de los cadáveres, pero
se abstuvo por temor. Quise entonces cerciorarme definitivamente y entonces
le describí cómo era el P. Juan y cómo iba pobremente
vestido. El Sr. Juez me dijo que ciertamente había sido fusilado
en la fecha señalada. Añadió que cuando el sepulturero
enterró el cadáver del P. Juan, todosaquellos
verdugos estaban conformes en afirmar que aquél era el cadáver
de un cura y que les replicó que para ellos todos eran curas”.
Y
otro de los testigos, el P. Belda, nos cuenta:
“Deseo
añadir que me encuentro entre los pocos testigos de la exhumación
y que, como muestra y fuerza de su valor, se puede aducir el hecho de que
sobre sus despojos se han encontrado: la Cruz de la Profesión, el
escapulario de la Congregación perforado por dos tiros. Y además,
una agenda, también atravesada por varios tiros, en la que aparece
escrito el horario que seguía en la cárcel y en el que aparecen
todos los actos prescritos por nuestra Regla”.
En
ocasiones son voces que gritan en el desierto, en quienes viven la fe con
audacia entre los conflictos de estos tiempos; y llegan a ser temerarios,
pagando con la propia vida el testimonio de una verdad que no deja en paz
tanto al creyente de ayer como al de hoy.
Hay
un texto de Elie Wiesel, víctima de los campos de concentración
nazis por el solo hecho de ser de raza judía, que habla del profeta.
En nuestro caso podemos aplicarlo perfectamente a tantos miles y miles
de testigos, de todas las latitudes y confesiones cristianas, de los que
Juan Pablo II, encarecidamente, ha pedido que no se pierda su memoria:
“Es
espejo de su tiempo, y ciertamente vive fuera del tiempo; está siempre
despierto, siempre vigilante; nunca está indiferente, y menos que
nada ante la injusticia, divina o humana, en cualquier momento o cualquier
lugar en que pueda anidarse. Mensajero de Dios junto al hombre, a veces
hace de mensajero del hombre ante Dios. Hombre inquieto e inquietante,
siempre espera una señal, una llamada. Con frecuencia,perseguido,
se encuentra solo, también cuando se dirige a las masas, cuando
habla con Dios o consigo mismo, cuando describe el futuro o evoca el pasado.
Pensamos en los diversos mártires del nazismo y del fascismo, de
los regímenes dictatoriales del Latinoamérica, o de los países
sujetos al comunismo estalinista. Son los que tienen la audacia de caminos
no pisados que recorren sin ningún orgullo, conscientes de su fragilidad
y de los riesgos que corren, fuertes de su fe en la Verdad que hace libres”.
El
P. Juan fue caminando por las sendas de su experiencia espiritual, religiosa
y sacerdotal, aparentemente serena hasta el momento de su martirio, como
otros muchos religiosos y sacerdotes de su época. Pero también
eran conscientes de lo que se estaba gestando para la Iglesia y para ellos
en España.
A
lo largo de estas líneas hemos puesto de relieve su estilo y modo
de vivir que hacían que, alrededor de su bien reconocida humilde
figura, se fuera dibujando la aureola la fama de “santo”.
Su
objetivo era servir a Dios, según el diseño que se le iba
desvelando a lo largo de la vida hasta la elección definitiva del
servicio en la vida religiosa, en una Congregación que, por proyecto
y carisma, correspondía a su vivo y ardiente deseo de “amor, inmolación
y reparación”.
Su comportamiento
en la vida espiritual lo describe muy bien el P. Zicke:
”Puedo decir por mi conocimiento personal que su piedad brillaba por el amor extraordinario al Santísimo Sacramento y a la Santísima Virgen. [...] El tema favorito de sus predicacionese instrucciones era el amor misericordioso del Sagrado Corazón. Visitaba los santuariosde la Virgen aun a costa de grandes sacrificios. El Breviario lo recitaba con extrema escrupulosidad. [...]En la celebración de la Santa Misa empleaba más tiempo del ordinario, particularmente en el momento de la Consagración. [...] En muchas ocasiones manifestó su celo por la gloria de Dios”.
“si
se celebraba alguna función religiosa y no había predicador,
especialmente en las fiestas de la Sma. Virgen, a petición de la
Comunidad (en la que solía hospedarse) se proponía él
mismo. Y sucedía que, aunque sin preparación alguna, conmovía
a los oyentes con gran admiración de todos. Alguna vez en que se
le hacía notar su facilidad de palabra en el púlpito, solía
decir que cuando se ama mucho a la Virgen María, no se necesita
una gran preparación. En Roma lo recuerdan todavía por su
amor a María Sma. donde aun sin conocer el italiano hablaba y predicaba
sobre Ella”.
Un
Padre Sacramentino, que lo conoció cuando en sus viajes se hospedaba
en su comunidad, después de haber recordado tantos y tantos ejemplos
edificantes dice:
“Ahora,
después de haber tenido noticia de su martirio me doy cuentade
que el P. Juan era un sacerdote de quien según la conocida
frase paulina se podría decir que no era él, sino que
era Cristo quien vivía en Él”.
Un
recuerdo que es una fotografía. Otro de los testimonios de última
hora nos lo ofrece su Superior y compañero del Santuario de Garaballa
de aquel mes de Julio del 36, en la serenidad de aquellas soledades con
nubarrones en ciernes:
“Era
admirable el entusiasmo con que hablaba del martirio, previendo claramente
cuanto se avecinaba, enfervorizándonos a todos de tal modo que ya,
desde entonces no se hablaba de otras cosas que del martirio”.
Era
Cristo, que vivía en él, quien lo iba preparando a dar testimonio
de la verdad y salir con la cruz a cuestas, camino de una tapia cualquiera
en los alrededores de Silla, para ser crucificado como el Maestro, fuera
de la ciudad. No a la luz del día sino a la de unos faros que, entre
olivos, desdibujaba su sombra alargada sobre el muro.
Hacer
memoria de estos testigos de la fe es poner, en medio de nuestra sociedad,
rendida a un materialismo desencantador y a un agnosticismo creciente,
unas pistas en el camino que nos hablan de que es posible vivir los valores
del Evangelio e ir construyendo el Reino de Dios, “el Reino del Corazón
de Jesús en las almas y en las sociedades”,
como decía el P. Dehon, fundador de los PP. Reparadores (Sacerdotes
del Corazón de Jesús).
Las
grandes e inhumanas persecuciones religiosas y políticas del siglo
XX, no hay que tener vergüenza en llamar a las cosas por su nombre,
han dejando su triste recuerdo por toda la tierra en tantos hermanos, cristianos
o no, humillados, aplastados y asesinados. Anosotros
nos toca gritar: “¡Nunca más!” y hacerlos presentes, imitar
su fe, compartir su fortaleza, vivir su amor, creer y esperar, porque el
Señor estará con nosotros hasta el fin de los tiempos.
“Porque
mediante el testimonio admirable de tus santos fecundas sin cesar a tu
Iglesia con vitalidad siempre nueva, dándonos así pruebas
evidentes de tu amor Ellos nos estimulan con su ejemplo en el camino de
la vida y nos ayudan con su intercesión”.
Sólo
el Señor y los interesados conocen los frutos de la intercesión
del P. Juan Mª. de la Cruz. La hoja “Corazón ardiente” desde
hace muchos años, va anotando con fidelidad las gracias recibidas,
pero no conocemos más que de oídas otras que, durante su
vida, en modo particular cuando recorría incansable casas, caseríos,
pisos en el País Vasco o Navarra, iba dejando como agradecido recuerdo
a sus colaboradores.
Concluyendo
estas líneas, uno de los testigos del Proceso, probablemente el
único todavía vivo y con una memoria feliz, el P. Ignacio
Belda, me contaba que, en Pamplona, en una familia muy conocida suya, los
Sres. Ferrer, habiendo ido en cierta ocasión el P. Juan a solicitar
su ayuda, como era habitual cada cierto tiempo, la salió a la puerta
la esposa, nerviosa, diciendo que en aquel momento no podían atenderle:
“Mi
marido se está afeitando y preparando para ir a la clínica
de S. Miguel, donde tenemos a la hija muy grave pues dentro de unas horas
van a hacerle una traqueotomía, lo siento de verdad”.
El
P. Juan salió corriendo hacia la clínica que se encontraba
entonces a las afueras, probablemente repitiendo también:
“¡Señor,
la que tú amas está enferma!”...
Y
ante el asombro de enfermeras y médicos, sin hacer caso alguno a
la situación de aislamiento y observación en que estaba la
muchacha, la movió nerviosamente y le dijo:
“¡Habla!”.
Y
desde aquella hora con maravilla de los médicos y alegría
de sus padres, la niña volvió a hablar.
Presencia
vida del misterio de Cristo en la Iglesia, ejemplo y testigos de una fe
vivida y comprometida, recordándonos que amigos del Señor
como son, junto a Él continúan intercediendopor
nosotros, estos son los santos, nuestro P. Juan Mª de la Cruz