Queridos cohermanos:
Tenemos el gusto de entregarles una reflexión que este año sustituirá los habituales mensajes del 14 de marzo y de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Es una reflexión en vista del AÑO DEHONIANO y de la preparación de los Capítulos provinciales y general. La lanzamos desde un lugar especial, muy querido por nuestro Fundador: el “Santuario de la Anunciación y de la Encarnación del Señor” de Loreto (Italia), llamado la “Santa Casa”, porque según una antigua tradición aquí fue reconstruida parcialmente la casa donde Nuestra Señora vivió y recibió, en Nazareth, el anuncio del Ángel.
Es un lugar que el p. Dehon visitó con relativa frecuencia y que siempre evocó con emoción. Aquí estuvo con sus padres, el 31.10.1868, antes de su ordenación sacerdotal; volvió con su Obispo el 14.02.1877, en el momento de discernir definitivamente su vocación religiosa; y de nuevo peregrinó a este lugar el 03.04.1894, para recomendar a la Madre de Dios su Congregación.
Justamente en esta ocasión, desde Loreto, escribió una breve carta al p. Estanislao Falleur en la que revela un secreto, profundamente anclado en su experiencia de Dios, declarando que allí tuvo origen la Congregación en 1877, y que por consiguiente anhela que desde allí ella pueda renovarse vitalmente.
Esta doble afirmación - la memoria de Loreto al origen del proyecto de fundación de la Congregación, y la espera de encontrar allí nueva vida - ha traído hoy a la Comunidad de Roma I-II y otros cohermanos de Italia (IS e IM) y de US, al Santuario de la Santa Casa, para celebrar la Eucaristía en el mismo altar donde el p. Dehon, hace 125 años, el 14.02.1877, durante la Misa y la oración en este lugar, percibió y acogió una gracia especial en relación a lo que sería su proyecto definitivo de vida consagrada al amor y a la reparación del Sagrado Corazón de Jesús, para el servicio del Reino y para la santidad de la Iglesia. Proyecto que comenzó a ser realidad el 28.06.1878, cuando el p. Dehon emitió sus primeros votos.
I. Año Dehoniano
El 125° aniversario de vida religiosa del p. Dehon, y de inicio de nuestra Congregación, constituye para nosotros un don precioso que tenemos que agradecer al Señor, y un tiempo favorable, un “kairós”, a valorar. Por eso consideramos importante vivirlo y celebrarlo como un año particular, que declaramos oficialmente “Año Dehoniano”, a partir de este día 14 de febrero de 2002 hasta el 28 de junio de 2003.
Será un año largo, de 16 meses y medio. Como fecha inicial tomamos aquella que el mismo p. Dehon indicó como origen espiritual del “Proyecto Congregacional” (14.02.1877). Día decisivo de su vida, en el que maduró su discernimiento personal sobre la modalidad de su llamado a la vida religiosa, y día en el que se inspiró acerca de los fundamentos de nuestra Congregación.
Concluiremos el “Año Dehoniano” el 28 de junio de 2003: 125° aniversario del día que el p. Dehon emitió sus primeros votos. Fecha que el mismo p. Dehon reconoce explícitamente como día de la fundación de nuestra Congregación (cf. NHV XIII, 100).
La coincidencia providencial que este año terminará con la solemnidad del Corazón de Jesús y la memoria litúrgica del Inmaculado Corazón de María, pone de manifiesto la unidad entre estas dos vidas, estas dos personas, estos dos corazones, en torno al único proyecto salvífico de Dios. Ambos, Jesús y María, responden con el “Aquí estoy” que posibilita la Encarnación del Hijo de Dios y la realización del diseño de amor de Dios hacia la humanidad. Quedan también de manifiesto las componentes cristocéntrica y mariana de nuestra espiritualidad específica.
Abrimos este “Año Dehoniano” con las mismas palabras del p. Dehon escritas al p. Falleur:
“Es allí (en la Santa Casa) que nació la Congregación en 1877.
Pueda ella reencontrar aquí hoy una nueva vida” (cf. A.D, B. 20/3).
Ambas frases deberían marcar el itinerario personal de fe, de servicio y de esperanza de cada SCJ, durante este año; de modo que hagamos una memoria actualizada de un acontecimiento que se inscribe en la historia de la salvación de muchas personas concretas.
La memoria sola no basta; debe convertirse en profecía de vida nueva a fin de que la Congregación sea hoy útil y significativa para nosotros, para la Iglesia y para el mundo.
II. La Santa Casa de Loreto: “Es allí que nació la Congregación en 1877”
Esta afirmación del p. Dehon nos sorprende. Sabemos que la Congregación nació realmente en Saint-Quentin. Por otra parte el p. Dehon venía pensando en la posibilidad de fundar un nuevo Instituto ya desde diciembre de 1876 (cf. NQT XVI/1900, 34). La decisión la manifiestó explícitamente solo en la primavera de 1877 (cf. NHV XII, 164). Lo hizo hablando ante todo con su Obispo mons. Thibaudier (08.06.1877), de quien recibió su asentimiento oral (25.06.1877) y luego escrito (13.07.1877).
Sobre el tiempo en que el p. Dehon maduró su decisión, y sobre los motivos que lo impulsaron a fundar la Congregación, han escrito mucho sus biógrafos y el mismo p. Bourgeois en el n. 9 de Studia Dehoniana (cf. STD 9, 1978: “Le p. Dehon à Saint-Quentin 1871-1877. Vocation et Mission”).
La peregrinación a Loreto, en este contexto, pasa casi desapercibida, si no fuera por la breve alusión que hemos mencionado arriba. En todo caso, queda siempre como una etapa intermedia, no tanto cronológica, sino de orden espiritual, que debe inscribirse entre aquellas “gracias personales e iluminaciones recibidas para la preparación y la fundación...”, experiencias profundas del Señor diríamos hoy, que p. Dehon recogió siempre con mucha atención y de las que hace alusión en su diario (cf. NQT XLIV/1924, 138).
Para el p. Bourgeois, “la gracia de Loreto puede estar en el inicio de un cierto itinerario, no tanto en vista de una fundación propiamente dicha, sino en función de una entrada en la vida religiosa bajo el signo del Ecce Venio y del Ecce Ancilla” ... “no se trataría de una idea, y aún menos de una decisión de fundar, sino de una habilitación o una orientación más clara acerca de un cierto espíritu, el comienzo real, inconsciente y misterioso, de aquel trabajo progresivo que debía desarrollarse en su alma, en Saint-Quentin, en la primavera de 1877” (cf. STD 9, 1978, 174). Se trata por tanto de reconocer una gracia, ordinaria pero preciosa, en la génesis y la concepción de la Congregación misma, que lo ha llevado a prepararse y a querer fundar “una Congregación ideal de amor y de reparación al Sagrado Corazón de Jesús” (cf. NHV XII, 163).
Loreto como “lugar” donde nació la Congregación ha de verse en la perspectiva de alguna experiencia espiritual que inspira el proyecto de fundación del p. Dehon, no tanto en su origen histórico sino en cuanto a su contenido y al misterio de fe y de vida evangélica que la Santa Casa evoca. Algo que puede estar vinculado a otras experiencias vocacionales del p. Dehon: la de Navidad de 1856 cuando sintió su llamado al sacerdocio, y la de peregrinación en Tierra Santa que confirmó su decisión de ser sacerdote. Loreto está más vinculado con el patrimonio espiritual de la Congregación, y de toda la Familia Dehoniana, que con el surgimiento de la Obra como tal.
En efecto, por lo que a esto se refiere, el p. Dehon ubica en el recinto de la Santa Casa sea el acontecimiento de la Anunciación y Encarnación del Señor que el misterio de la vida escondida de Jesús en Nazareth. Ambos hechos inspiran la espiritualidad dehoniana, convirtiéndose en elementos esenciales de su itinerario de vida religiosa-apostólica SCJ. Los debemos considerar como piedras basilares de nuestro Instituto y de todo el “Proyecto de vida evangélica” del p. Dehon que hoy inspira también las otras vocaciones consagradas y laicales que conforman con nosotros la Familia Dehoniana.
Intentaremos prestarles un poquito de atención, recurriendo a las reflexiones del mismo p. Dehon en el Directorio Espiritual. Es una lectura no literal; sino rápida y libre, saboreando su contenido esencial. De este modo abrimos un capítulo que no queremos agotar ni cerrar. Nos tocará a cada uno ingresar por esta puerta abierta e iniciar un recorrido que será rico, largo y profundo según nuestra intuición y capacidad de avanzar en él, y según el Espíritu nos lo dé a comprender.
1. El Ecce Venio, el Ecce Ancilla y nuestro patrimonio congregacional
Loreto es un lugar simbólico que nos conduce a Nazareth, donde se nos revela el misterio del Señor y donde podemos hacer una experiencia fundante. Allí la fe de la Iglesia nos lleva a conformarnos con la actitud fundamental del Verbo que se encarna, y con la actitud de María, hija primogénita e imagen de la Iglesia, que se asocia plenamente a la obra de su Hijo. El “sí” de María permite la Encarnación del Verbo, hecho de salvación que transforma radicalmente la historia y el destino de la humanidad.
El p. Dehon recoge todo este misterio en el Ecce Venio de Jesús y en el Ecce Ancilla de María. Para él, el Ecce Venio “fue la regla de vida” de Jesús (cf. DSP II, cap. I, 1), y el Ecce Ancilla la actitud que resume toda la vida de María (cf. DSP II, cap. II, 1).
La carta a los Hebreos, poniendo en los labios de Jesús el Salmo 40,7-9: “No te han agradado ni holocaustos ni sacrificios por el pecado, entonces he aquí que dije: Aquí estoy, yo vengo... para hacer, Dios, tu voluntad” (Hb 10,6-7), echa sobre las espaldas de Jesús todo el drama humano y el proyecto de amor de Dios Padre.
El Ecce Venio es una síntesis de la vida y de la obra de Jesús, hecha ofrenda agradable al Padre, sacrificio perfecto, víctima sin mancha, realizado en la plenitud del Espíritu, para purificar nuestras conciencias de las obras que llevan a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios vivo (cf. Hb 9,14).
El sacrificio de Jesús es su adhesión a la voluntad salvífica del Padre. No se resolvió solo en buenas intenciones o principios, sino que implicó el drama de toda su existencia: encarnación y vida filial en la obediencia hasta la pasión, muerte y resurrección. Es una entrega libre, una oblación, por amor al Padre y a los hombres, que realiza en su propio cuerpo, es decir en su condición humana, pasando personalmente por la prueba y el sufrimiento, “para perfeccionar a los que conduciría a la salvación” (cf. Hb 2,10; 2,18; 5,9). De este modo la humanidad, entrando en el movimiento obediencial de Cristo alcanza su perfección y es transformada y penetrada por la santidad divina.
El p. Dehon dedica mucho espacio a hablar del Ecce Venio. No es una actitud pasiva de Cristo: es la fuerza que lo mueve a realizar la obra de la redención, de reconciliación de la humanidad con Dios, de anuncio del Reino, de solidaridad y evangelización de los pobres y de los pequeños; de misericordia hacia los publicanos, pecadores y prostitutas; de enseñanza del pueblo y formación de sus discípulos; de compasión por los enfermos y los que sufren; de entrega a su Iglesia en la Eucaristía... (cf. DSP II, cap. I, 1.2.5).
El “Ecce Ancilla” de María es el signo de su apertura total al diseño divino de la salvación, declarándose disponible a colaborar con él. María, en la obediencia de la fe, siguiendo la tradición bíblica de Abraham, de los profetas y de todos los creyentes, se abandona a Dios, se deja conducir por Él. Acoge su Palabra, creyendo que para Él nada es imposible. De esta manera crea espacio para Dios en su mente, en su corazón, en su cuerpo, en su experiencia de mujer, en sus proyectos y en su historia. Entrega al Señor todo su futuro sin condiciones. No pretende entender más allá de los datos de la fe, dispuesta a procesar en su corazón la Palabra de vida, que toma carne en su propio ser.
Para el p. Dehon el Ecce Ancilla de María equivale a la misma disponibilidad de Jesús en el Ecce Venio. Es una disponibilidad en plena relación con el misterio de la oblación de Jesús; por lo que se convierte en colaboradora primera de la misión de su Hijo. Aceptando la Palabra que se hace carne en ella, María quedará siempre su asociada en calidad de “Sierva del Señor”. Servicio hacia su Hijo que consuma al pie de la cruz, para proseguirlo en el servicio de la Iglesia, de quien es hija mayor y madre a la vez. Como tal comparte la vida, la causa y el destino sea de su Hijo que de la Iglesia, con quien peregrina a lo largo de la historia (cf. DSP II, cap. II, 1).
El n. 6 de nuestras Constituciones, reasume de esta forma el espíritu que el p. Dehon quiere transmitir a sus hijos: “Al fundar la Congregación de los Oblatos, Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús, el p. Dehon quiso que sus miembros unieran de una manera explícita su vida religiosa y apostólica a la oblación reparadora de Cristo al Padre por los hombres. Esta fue su intención específica y original y el carácter propio del Instituto (cf. LG y PC), el servicio para el que fue llamado a prestar en la Iglesia.
En expresión del mismo p. Dehon: En estas palabras: ‘Ecce Venio..., Ecce Ancilla..., se encierra toda nuestra vocación, nuestro fin, nuestro deber, nuestras promesas’ (Dir. I, 3)”.
Acto seguido, el p. Dehon, en el Directorio Espiritual añade; “En todas las circunstancias, en todos los acontecimientos, para el futuro y para el presente, basta el Ecce Venio, siempre que no esté solo en los labios, sino también en la mente y en el corazón. Ecce Venio: “Aquí estoy, yo vengo... para hacer, oh Dios, tu voluntad” (Hb 10,7). Heme aquí pronto a hacer, a emprender, a sufrir lo que tu quieras, lo que tu me pidas” (DSP I, 3).
“El Ecce Venio (Hb 10,7) define la actitud fundamental de nuestra vida... y configura nuestra existencia con la de Cristo, para la redención del mundo y para la gloria del Padre” (Const. 58). “Por su Ecce Ancilla (María), nos incita a la disponibilidad en la fe y es la perfecta imagen de nuestra vida religiosa” (Const. 85).
2. La vida escondida de Nazareth
Para el p. Dehon, la Santa Casa, además de ser testigo de la Encarnación del Verbo, recoge el mensaje profundo de la vida humilde y escondida de Jesús, y de toda la Sagrada Familia, en Nazareth.
Nazareth es un santuario silencioso y humilde, donde Jesús, María y José, en unidad de corazones, enteramente sometidos a la voluntad de Dios, a través de una vida de pobreza, de oración, de silencio, de trabajo y de sacrificio “concurren a la obra de la redención, cada uno de acuerdo a su misión específica” (cf. DSP II, cap. I, 3). “Nazareth es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús; es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio” (Pablo VI, Alocución del 05.01.1964). Para el p. Dehon Nazareth es el lugar y el tiempo donde va tomando cuerpo y expresión concreta el “Ecce Venio” de Jesús, el “Ecce Ancilla” de María, la disponibilidad silenciosa de José.
Nazareth nos sumerge en la realidad de la Encarnación del Verbo, anulando la infinita distancia existente entre Dios y el hombre. En efecto, “el Hijo de Dios, con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre” (GS 22). Poniendo su “casa” entre nosotros dignifica toda nuestra existencia: se hace nuestro prójimo, nuestro vecino; se solidariza con nuestras luchas, dolores, alegrías y esperanzas; comparte nuestra historia; nos conduce a descubrir el valor de todas las cosas, de la vida humana, de las relaciones con los otros, de la situaciones y acontecimientos que plasman la cotidianidad. Pero también asume los condicionamientos de su tiempo, de su geografía y de su cultura. Sometido a una pobreza real, Jesús, como humilde artesano pertenece al mundo del trabajo, con todo lo que eso significa (cf. Laborem Exercens, 26), viviendo de su trabajo. Cabe notar que la visita a Loreto del p. Dehon, en el año 1894, coincide con el tiempo más problemático, pero también más activo de su vida, en el que dio alas a todos sus sueños misioneros y comenzó a desplegar una intensa predicación social.
Nazareth es la propuesta de un proyecto de vida marcado por la búsqueda y la adhesión a la voluntad del Padre: salvar al mundo, sacarlo de la ceguera del pecado, sanar sus heridas, reparar sus males, devolver dignidad a la persona humana y a todas las clases sociales, realizar la obra del Reino y la gloria de Dios. Es un proyecto que tiene una modalidad propia y una pedagogía coherente. Para Jesús implica tomar la condición de servidor, anonadarse, ocuparse de las cosas del Padre, someterse a la autoridad de María y de José, saber esperar la “hora” de Dios. Para María y José implica recorrer un camino desconocido e imprevisible, guardando en la memoria y procesando en el corazón los acontecimientos y la palabra de Jesús, tratando de descubrir en ellos la armonía del plan divino.
Nazareth tiene un lenguaje propio que, según el p. Dehon, el mundo no siempre comprende. Pone en evidencia los criterios desconcertantes del Evangelio, la locura de la cruz, la sabiduría de Dios, no con discursos teóricos, sino a través de la práctica de Jesús.
Finalmente, Nazareth es para el p. Dehon un punto donde conformar y confrontar nuestra vida SCJ personal y congregacional. Por eso, a través de la “recordatio mysteriorum”, nuestro Fundador cada mañana nos invita a peregrinar a Nazareth, para entrar en contacto con el misterio de la Encarnación, que se realiza y se manifiesta en la historia cotidiana de cada persona, del mundo y de la Iglesia (cf. THE 7). Individualmente nos invita a someternos y a conformarnos a la voluntad divina, atentos al diseño concreto de Dios, no empecinándonos por formas, caminos y medios que Dios no quiere.
A la Congregación le recuerda que “en la oscuridad, en el despojo de todo reconocimiento exterior, en la pobreza, en la humildad y en el anonadamiento, ella encontrará protección” (cf. DSP II, cap. I, 3). Nazareth nos llama a la intimidad con Dios, “a una vida oculta con Cristo en Dios” para que cuando Cristo, que es nuestra vida, se manifieste seamos asociados a su gloria (cf. Col 3,3-4).
III. “Pueda (la Congregación) reencontrar aquí hoy nueva vida”
La segunda frase de la carta del p. Dehon al p. Falleur, sobre el significado de la Santa Casa de Loreto, no es menos sorprendente que la primera. Hay en ella cuatro términos que merecen nuestra atención: “re-encontrar” - “aquí” - “hoy” - “nueva vida”.
Nuestro Fundador afirmó con frecuencia su convicción que la Congregación era y permanecería una obra de Dios, que requería generosidad y fidelidad constante y renovada. Por lo tanto volver al origen de su inspiración es reapropiarse de su “gracia fundante”. No es en absoluto volver atrás en el tiempo, sino bajar a las raíces y cimientos mismos del Instituto en busca de lo esencial y carismático, intentando nuevas respuestas de vida.
1. “Re-encontrar”
El reencuentro supone que algo se ha perdido, o que una determinada relación ha sido interrumpida o alterada. En todo caso es siempre la expresión de volver a algo que en su origen era distinto. Es la afirmación de que hay algo que se puede o debe mejorar. Pero es también una invitación a profundizar en el don recibido, que desborda todo alcance histórico. Es un llamado a partir de nuevo, como Abraham, con confianza sin tener la claridad total; esperando contra toda esperanza; dispuesto a sacrificar al mismo hijo de la promesa.
Nos preguntamos por qué el p. Dehon usa esta expresión. Hallamos una respuesta cuando releyendo su historia sabemos que, en ese tiempo (1889-1896), el p. Dehon vive quizás la mayor prueba de su vida, que le hace decir: “Es esta una prueba más dolorosa que la del Consummatum est. ¿Qué hacer? Me siento quebrado” (NQT IV/1889, 86). Son los años en que debe enfrentar difamantes calumnias, dificultades en las relaciones con los Obispos de Soissons, la renuncia al Colegio San Juan y las oposiciones internas de algunos miembros del Instituto con un intento de cisión (cf. Positio, vol. I, pag. 168-247; G. Manzoni, Leone Dehon e il suo messaggio, pag. 301-327).
Son pruebas que el p. Dehon las afronta con entereza, las habla con mucha discreción, las toma como un llamado a la conversión personal y de la obra que tanto ama. Se refugia en el Corazón de Jesús, confiando en su bondad y misericordia. Ahonda en lo que eran las relaciones de la Sagrada Familia en Nazareth. Busca la intimidad, la amistad y la contemplación del Señor (cf. NQT IV/1889, 86-87). El p. Dehon quizás echa de menos el espíritu, la devoción y el entusiasmo de los inicios de la Congregación; un clima de entrega, de identificación carismática y de fraternidad que nosotros podemos entrever en las relaciones del p. Dehon con sus primeros religiosos y con los alumnos del S. Juan (cf. A.D. cartas del p. Grison al p. Dehon, B 21/3, 1885-1886)..
Ciertamente la situación actual de la Congregación es más serena que en aquellos turbulentos años de prueba; sin embargo la palabra “re-encontrar” puede tener hoy para nosotros una fuerza especial. Estamos en las vísperas de los Capítulos Provinciales y del Capítulo General. Si queremos realmente volver a las raíces, tenemos también que hacer una sincera y profunda revisión de vida personal e institucional.
Acostumbramos hacer en cada Capítulo una relación del Status Provinciae / Regionis / Congregationis. En este año jubilar hemos de cumplir esta tarea con particular esmero, en la línea de una verificación de nuestra fidelidad creativa al don carismático que nos fue dado, y en orden a su proyección futura. El Santo Padre, en ocasión del Gran Jubileo, nos enseñó con su ejemplo a “purificar la memoria” para lanzarnos, libres de ataduras, en alto mar: “Duc in altum” (Lc 5,4). Nosotros no podemos no pensar en el futuro de la Congregación, siendo ella una “obra de Dios”. Para esto debemos volver a sus orígenes, bajar hasta sus cimientos y descubrir sus posibilidades aún inéditas, soñando la Congregación como la soñó el p. Dehon.
Es importante en primer lugar encarar la verdad de la Congregación en sus orígenes; en sus logros y fracasos; en sus valores y pecados; en su conformidad con el Evangelio y en lo que no es evangélico; en sus posibilidades reales y en sus limitaciones. Cada Provincia, Región y Distrito tiene cosas para rever y confrontar. Lo mismo ha de entenderse para el Gobierno General. En la realidad total de la Congregación y en sus distintas partes hay hermosos signos del Reino que debemos descubrir, saborear y valorar. Existen también aspectos que hay que mejorar, tentaciones que hay que superar, heridas que hay que sanar, caminos y experiencias que hay que corregir, nuevos horizontes para otear. “La verdad que nos hace libres”(cf. Jn 8,32) y la configuración con el Señor son la garantía de toda renovación que pretende ser fiel a la inspiración inicial (cf. VC 37).
Todo esto lo debemos hacer sin ansiedades, nostalgias o complejos. Nos ha de estimular la mirada puesta en la vida, en la certeza del Reino, en la importancia de un buen testimonio y servicio del Evangelio, en la esperanza que no defrauda, en la confianza en el Corazón de Jesús. Es la invitación de Jesús y de la Iglesia de “navegar mar adentro” y echar las redes (cf. NMI) lo que nos debe mover hacia el re-encuentro con la gracia de los orígenes.
2. “Aquí”
En el altar de la Santa Casa está escrito: “Aquí el Verbo se hizo carne”. Y el p. Dehon nos dice: “Aquí nació la Congregación en 1877. Pueda reencontrar aquí hoy nueva vida”.
Por lo que hemos reflexionado, el “aquí” usado por el p. Dehon no es una simple acotación de lugar. Va más allá de la Santa Casa de Loreto. Se refiere al misterio mismo de la Anunciación y de la Encarnación del Señor, que el Santuario celebra y proclama para todas las generaciones. Misterio traducido en las actitudes del Ecce Venio, del Ecce Ancilla y de cuanto encierra la vida de la Sagrada Familia en Nazareth. Este “tesoro” y conjunto de actitudes, puestos en los cimientos de nuestra Congregación, constituyen parte de su patrimonio específico. Es la parte inspirante y esencial de nuestro carisma desde sus orígenes. Es la surgente de nuestra espiritualidad.
El p. Fundador nos invita, por tanto, a beber de este pozo para encontrar nueva vida y para ser significativos en la Iglesia y en el mundo. Todas las espiritualidades deben referirse esencialmente al misterio de Cristo y deben concretarse en un camino según el Evangelio, bajo la acción del Espíritu. El p. Dehon y nuestros hermanos mayores, que vivieron con intensidad y ejemplaridad nuestro carisma, nos han enseñado a buscar la inagotable riqueza de Cristo en el misterio de su Corazón divino y humano (cf. Const. 16). El Hijo de Dios hecho hombre nos ama con corazón humano (cf. GS 22) y nos revela el amor trinitario de Dios, su solidaridad con la humanidad toda y su obediencia filial, como expresión de entrega al Padre y como camino de reencuentro de la humanidad con Dios.
El Corazón de Jesús es el Verbo encarnado, rostro visible de la interioridad misma de Dios y de sus sentimientos de amor gratuito hacia la humanidad. En su oblación suprema, herido y abierto en la cruz, genera el hombre de corazón nuevo y una nueva comunidad de hermanos.
El p. Dehon leyó el Evangelio en la clave del amor de Dios manifestado en las palabras, gestos, opciones, práctica, vida, muerte y resurrección de Jesús. Cautivado por ese amor no correspondido, intuyó que su respuesta debía pasar por la unión íntima al Corazón de Cristo, asociándose a su oblación reparadora al Padre por los hombres, a través de su vida religioso-apostólica. Ideal que trasmitió a toda su familia espiritual.
De aquí su insistencia sobre la ofrenda de la vida cotidiana, sobre la Adoración Eucarística y sobre un intenso empeño apostólico (espiritual, social, misionero, cultural, educativo, etc.) sostenidos por la unión a Cristo. Estaba convencido que “una vocación tan hermosa (como la nuestra) requiere un grande fervor y una grande generosidad” ... “exige (a su vez) una habitual vida interior y la unión con Jesús” (Testamento Espiritual). De hecho, como Congregación, nos definimos, en primer lugar, por un enfoque espiritual y no por una actividad (cf. Const. 26.30).
Nuestro patrimonio es nuestra espiritualidad y esta modalidad común de acercarnos al misterio de Cristo asociándonos a su oblación reparadora. Esto es nuestro “AQUÍ”, constituido por aquella “experiencia del Espíritu” transmitida por el p. Fundador para ser vivida, custodiada, ahondada y constantemente desarrollada en sintonía con el cuerpo de Cristo en perenne crecimiento” (cf. MR 11). Es la índole propia de nuestro Instituto que trae consigo un estilo particular de santificación y de apostolado, y se expresa con signos y tradiciones características (cf. CIC 578).
Valen para nosotros hoy las palabras de Pablo a su discípulo Timoteo: “Te recomiendo que reavives el don que has recibido ... Conserva lo que se te ha confiado, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros” (2 Tim 1,6.14).
3. “Hoy”
La acción del Espíritu, en la custodia del depósito recibido, no nos remite simplemente al pasado. El Espíritu Santo es “memoria y profecía de Jesús”. Como “memoria” nos lleva a comprender la Palabra del Señor. Él enseña y desentraña lo que Jesús dijo e hizo. Como “profecía” indica la presencia viva y transformante del Señor Resucitado en la historia; da luz y fuerza para que seamos testigos actuales del Evangelio; nos envía y sostiene en la misión, hasta tomar la palabra por nosotros.
El “Hoy” del que hablamos no es por tanto solo un tiempo cronológico, es un “kairós”, un tiempo de gracia bajo la acción del Espíritu. Supone conciencia del Reino que fermenta la historia; cree en un mundo lleno de los gérmenes del Evangelio y rico de posibilidades futuras; enfrenta con esperanza teologal los desafíos del tiempo presente.
El “Hoy” es también una realidad humana frágil, condicionada por nuestros pecados, debilidades, tradiciones reacias al debido cambio. Está sujeto a todas las tentaciones de la época post-moderna, como son: la comodidad engendrada por el materialismo y consumismo, la superficialidad, el egoísmo y el individualismo, la privatización de lo religioso, la pérdida del sentido de la trascendencia y de la memoria cristiana, el relativismo nivelador de todos los valores y expresiones de la libertad...
El “Hoy” es un llamado a la conversión de nuestras vidas; a la actualización de nuestros contenidos teológicos, de nuestro lenguaje, de nuestros signos y gestos, de nuestra forma de plantear los problemas y dar respuesta. Es un llamado a la capacidad de dejar obras muertas o estériles, y a la creatividad de un nuevo estilo y de nuevos espacios en nuestra oración, en nuestras expresiones personales y comunitarias de vida religiosa, en nuestras relaciones y diálogo con los demás, en nuestra forma de testimoniar el Evangelio y de trabajar apostólicamente. Es también un llamado a integrar armónicamente las diferentes dimensiones de nuestro carisma y de nuestra espiritualidad.
El “Hoy” supone nuestro empeño ante los grandes desafíos del tiempo presente a través de la solidaridad con el mundo herido y postrado en el dolor. Supone la defensa y la promoción de la dignidad humana, especialmente de los pobres, de los oprimidos, de las víctimas de las injusticias sociales, de la globlalización y de los mecanismos excluyentes del sistema neoliberal hoy imperante. Supone una actitud definida por la paz, la reconciliación, el perdón, la defensa de la creación. Supone pasión por la verdad y la justicia.
Este es el “Hoy de Dios” que debemos acoger con disponibilidad de corazón, anclados en la indefectible fidelidad de Dios Padre, enraizados en el amor de Cristo. Así nos hablan nuestras Constituciones (cf. nn. 34.144) impulsándonos a repensar y a reformular nuestra misión en nuevas formas de testimonio, de presencia y de servicios. En efecto, interpelados por la realidad cambiante y por los desafíos de nuestra época, debemos constantemente “buscar las modalidades específicas de nuestra inserción en la misión eclesial que nos permitan desarrollar las riquezas de nuestra vocación” (Const. 34).
Reapropiarse del “Hoy” implica para nosotros soñar como el p. Fundador y tener, como él, una mirada crítica y positiva de la realidad actual. Él amó su tiempo y no añoró el pasado. Hasta el fin de su vida el p. Dehon estuvo soñando nuevos horizontes para la Congregación. Basta decir, entre otras cosas, que murió planeando un envío de misioneros clandestinos para Afganistán (cf. A.D. carta al P. Josephus Schulte, sup. prov. NE, 26.03.1923, B 76/6; cartas del P. Octavio Gasparri al P. Dehon, B 98/2, marzo y abril de 1923).
El p. Dehon fue un hombre que amó la vida. Fue irreductiblemente optimista sin dejar de ser realista, y de tener una fuerte conciencia crítica sobre la situación social y política de su época. Se comprometió a fondo sea con los grandes problemas de su tiempo, como con las cosas cotidianas de la Congregación y las necesidades individuales de muchas personas. No se escapó a sus responsabilidades y siempre tuvo tiempo para estudiar, para cultivar su espíritu con las bellezas del arte, de la naturaleza y de la historia, y para viajar, observar, conocer siempre más. Pero el p. Dehon era también un místico, un contemplativo, un hombre de oración. Supo cultivar una auténtica espiritualidad e intimidad con el Señor. De allí su fuerza, su serenidad y su capacidad de perseverar en el camino emprendido sin desánimos. El p. Dehon nos estimula a una actualización constante, que no es solo individual sino que nos afecta como institución.
Desde el punto de vista de los contenidos propios de nuestra espiritualidad y de nuestra historia SCJ, debemos agradecer y valorar mucho el trabajo del Centro Studi, sea por interpretar y publicar nuestras fuentes, como por hacer una lectura actual de nuestro patrimonio espiritual. Es mucho lo que el Centro Studi ha puesto a disposición de toda la Congregación desde que fue fundado y fuertemente impulsado por el p. Bourgeois y por el p. Panteghini.
Es un gran aliciente y motivo de alegría el servicio de las Comisiones de Espiritualidad, de Apostolado, de Justicia y Paz, en las distintas áreas geoculturales SCJ. Lo mismo ha de decirse de las personas ocupadas en ahondar temas dehonianos específicos; particularmente cuando son los jóvenes a hacerlo, con sus estudios y tesis académicos.
Están también haciendo un grande trabajo de renovación y actualización las personas y Provincias / Regiones / Distritos que con osadía arriesgan enfrentar apostólicamente los nuevos desafíos de la evangelización, de la cultura y de la pobreza. De hecho el compromiso de muchos cohermanos en el ámbito misionero y social moviliza las fuerzas de la Congregación y concreta el Ecce Venio y el Ecce Ancilla en nuestros tiempos. Algunas partes de la Congregación se están renovando precisamente por saber redefinir sus opciones apostólicas, y saber volver a la espiritualidad y estrategias del p. Fundador de “ir al pueblo”, de “salir de las sacristías”, de preferir los lugares áridos, donde no hay mucha gratificación, donde otros no quieren ir y donde se arriesga la misma vida.
El “Hoy” de Dios nos pide abrirnos con solidez espiritual y creatividad a las aventuras y sorpresas del Espíritu.
4. “Nueva Vida”
El Santo Padre lanza a toda la Iglesia un enorme desafío: que los creyentes de hoy no solo “hablen” de Cristo sino que lo hagan “ver” a las generaciones de nuestro tiempo (cf. NMI 16). Esto vale para todos, especialmente para los consagrados, llamados a contemplar y a testimoniar el rostro transfigurado de Cristo a través de una existencia transfigurada (cf. VC 35).
En esa perspectiva, junto con el p. Dehon, buscamos hoy en Loreto una renovación vital de nuestra Congregación. Para esto es indispensable volver a la fuente inspiradora, aproximarse siempre más a la intención fundante del p. Dehon, apropiarse de sus contenidos y de su espíritu, actualizar sus expresiones. De este núcleo, bajo el impulso del Espíritu, brotará la novedad, la creatividad y la fecundidad de nuestra vida religiosa dehoniana.
Se trata de revitalizar todos los aspectos constitutivos de nuestra vida religiosa SCJ, como son: la experiencia de fe, la fraternidad, la práctica de los consejos evangélicos, la misión apostólica, el estilo SCJ específico. Son puntos característicos de nuestra forma de ser y de proceder, que hacen de nuestra vida religiosa una respuesta personal al llamado gratuito de Dios, una entrega radical a Él y un servicio generoso a los demás por el Reino.
a. Revitalizar nuestra vida de fe
Es lo primero que debemos cuidar. La vida religiosa, en efecto, es un itinerario de fe marcado por una profunda experiencia de Dios. El modo de percibir la proximidad de Dios y el lugar que le damos a Él en nuestra existencia - como Absoluto, Amigo y Señor -, son el eje constitutivo de la vida religiosa. Son su razón de ser y su fuente primera de renovación.
Vivir como religiosos es radicalizar el camino de la fe, la cual abarca al totalidad de la vida personal y de social. Se traduce en el modo de ser, de pensar, de sentir, de obrar, de relación con los otros, de querer y de proyectar nuestro futuro, de comprometernos con la historia, con el mundo y con las cosas. En el centro de la propia existencia está el Señor a quien se ordena, subordina y relativiza todo lo demás.
En la raíz y en el corazón de toda vida consagrada existe una fuerte experiencia mística de relación con Cristo, con su misterio y con su causa. Dicha experiencia es fruto del dinamismo de la fe. Implica la percepción de la presencia íntima del Señor que penetra el alma y ocupa el centro vital de nuestra existencia; provoca la transformación y la unificación de nuestra persona; suscita una entrega incondicional al Señor; compromete con la causa del Evangelio y la causa de los más pobres y necesitados; infunde pasión por la verdad, la justicia, la solidaridad humana; trae gozo, luz y sentido de vida aún en medio de pruebas, luchas y grandes desafíos. Es una experiencia semejante a la de Jeremías, de todos los profetas y de los apóstoles: “Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir. Me has forzado y has prevalecido... Había en mi corazón un fuego abrasador encerrado en mis huesos” (Jer 20,7-9).
Es una experiencia que se vive con una profunda conciencia de la propia indigencia y vulnerabilidad; pero también con confianza, disponibilidad y abandono bajo la seducción y el atractivo de Cristo y de la misión que nos confía (cf. Lc 5,8-11). Es una experiencia de la gratuidad del amor de Dios que requiere a su vez nuestra gratuidad en la fe. Es la experiencia de Pablo y de p. Dehon, de la que tuvo origen nuestro Instituto (cf. Gal 2,19-20; Const. 2).
Aún en el caso de las vocaciones más empeñadas en la historia, nunca existe el llamado solo para hacer algo. En toda vocación se refleja la experiencia primordial de los Apóstoles de haber sido llamados para estar con Jesús a fin de ser enviados a predicar, a liberar de toda opresión y a sanar (cf. Mc 3,13-15). Acentuar lo que hay que hacer por el Reino, sin una estrecha vinculación con la persona de Cristo, que al servicio pastoral antepone la confesión de la fe y del amor (“¿Quién soy yo para Uds.?” - Mt 16,15; “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” - Jn 21,15) y el “sígueme”, corre el riesgo de vaciar el contenido mismo de la misión.
La experiencia de Dios y la vida de fe han marcado la existencia del p. Dehon, que ha querido infundirlas también en la Congregación. Nosotros, participando de su carisma y de su proyecto de vida evangélica, debemos modelarnos sobre le modelo ideal y absoluto que es el Corazón de Jesús y sobre el mismo p. Dehon, que es nuestro modelo histórico. En el centro está el misterio del Corazón de Jesús, signo del amor trinitario y encarnado de Dios, que nos abre los horizontes de la disponibilidad filial hacia el Padre y de la solidaridad humana, configurándonos con Cristo y asociándonos a su obra de redención en la doble dimensión, la mística y la apostólica.
Por dimensión mística entendemos todo el espacio que el p. Dehon quisiera que sus hijos diesen a la contemplación, a la oración, a la meditación y lectura espiritual de la Palabra, a la adoración eucarística, asegurando el clima, medios necesarios y disciplina personal para vivir por el Señor, con Él y en Él. La dimensión apostólica abarca todas las formas de trabajar en el ámbito pastoral - misionero - social - cultural, que tradicionalmente caracteriza a la Congregación en la construcción del Reino.
Ambas dimensiones deben ser visibles y estimulantes. No siempre lo son. A veces no logramos y no manifestamos una integración real entre la dimensión mística y la apostólica. De este modo nuestro testimonio es menos convincente, nuestro servicio del Reino menos eficaz, y nuestra vida personal y comunitaria menos significativa. A veces estamos demasiado absorbidos por la actividad y nos faltan espacios de intimidad con el Señor. Otras veces existen expresiones de espiritualidad desencarnadas, rutinarias y profesionales; falta la claridad de la profesión de la fe.
Se necesita que la contemplación llegue a ser actitud de vida, de modo que oración y compromiso apostólico (pastoral, misionero, social, cultural) se enriquezcan mutuamente, como lo hemos percibido positivamente en las experiencias sociales presentadas durante la Conferencia General de Recife. Hay quienes en la Congregación distinguen entre los que son más espirituales y los que son más sociales. Es una distinción inadecuada. Deberíamos más bien apuntar a conseguir todos aquella unidad interior que tuvo el p. Dehon, cuya profundidad en la fe lo llevó a ser místico y, a la vez, hombre plenamente comprometido en lo social.
b. Revitalizar nuestra vida fraterna
La vida comunitaria es el primer valor que resucita con el Señor el mismo día de la Pascua. El Resucitado vuelve a reunir a los que el escándalo de la pasión había dispersado (cf. Mc 14,27-28.50; Mc 16,7; Lc 24,33-35).
Es uno de los grandes signos de la vida religiosa. Es una prueba que “la fraternidad que los hombres ansían es posible en Jesucristo” (cf. Const. 65).
La unidad y el “buen espíritu” en el interior del Instituto fueron preocupación y metas constantes del p. Dehon, que quiso que estuviésemos bajo el signo del “Sint Unum”. Al expresar en Loreto, en 1894, su deseo de que aquí la Congregación reencontrara nueva vida, ciertamente tenía presente las disidencias internas que afectaban su unidad y buen espíritu.
Hoy la unidad del Instituto, vista globalmente, es más fuerte. A partir de la renovación conciliar se ha crecido en cuanto a comunicación de noticias, comunión de personas, colaboración en proyectos y condivisión de bienes. Las relaciones son más simples y fraternas. Hay mayor aceptación de las diferencias personales y culturales. Se asume positivamente el pluralismo y se valora más lo propio y lo original de cada parte de la Congregación.
La unidad del Instituto, en su globalidad y en términos de vida comunitaria, encuentra su sostén en la fe: es el Señor quien nos ha llamado a seguirlo comunitariamente, y es Él quien nos hace descubrir la vida fraterna en comunidad como un don. Dicha unidad se fundamenta además en el patrimonio común, formado por la vocación, la misión y una serie de tradiciones que tenemos en común.
Nuestras comunidades religiosas se inspiran en el modelo de la comunidad post-pascual de los discípulos del Señor (cf. Hch 2,42-45; Const. 59), que nos estimula a constituir comunidades fraternas, eucarísticas, misioneras y servidoras del mundo. La revitalización de las mismas habrá que buscarla, por tanto, en la fidelidad a estos términos.
En estos años, el servicio de gobierno nos ha hecho percibir que en la Congregación hay distintos niveles de vivencia fraterna. La calidad de vida fraterna no es uniforme. Los aspectos que más precisan de ser revitalizados son los siguientes: el sentido de fraternidad en algunas provincias; la colaboración de los cohermanos de una misma comunidad en la misión común; la integración de los talentos personales dentro del proyecto comunitario; la profundidad de comunicación y la condivisión de la fe en el interior de la comunidad; el servicio de animación del superior local; el sentido de pertenencia a la Congregación y a la propia Provincia / Región o Distrito.
Nos preocupa seriamente la hipercrítica, la dureza de juicios y de conductas, y la poca cordialidad que existe en alguna parte del Instituto. El p. Dehon fue muy sensible a esto, al punto de mencionarlo con frecuencia. A menudo no se trata de mal espíritu, sino quizás de un excesivo perfeccionismo que desanima y anula algunas personas, y que esteriliza los proyectos comunes. Debemos habituarnos a pensar que muchas cosas se pueden hacer bien de distintas maneras, y que la colaboración con el superior y con lo que se ha decido en la Provincia es más fructuosa que la crítica demoledora o excesiva. La calidez humana, la cordialidad, la alegría de estar juntos, la capacidad de trascender los pequeños malestares comunitarios, deberían ser una nota clara de nuestra dehonianidad.
El sentido de pertenencia es otro de los aspectos que necesita ser reforzado. Es un problema no solo de formación, sino también cultural. Vivimos en un tiempo de pertenencias cortas e inestables. Los lazos de fidelidad en relación a las personas, a las instituciones y a Dios mismo, son humanamente débiles. Además se acepta de poco grado someterse a una ascesis, a una disciplina o a una prueba que se prolonga en el tiempo. La fragilidad en el sentido de pertenencia, dentro de nuestro Instituto, se constata a la hora de estudiar las motivaciones de quienes, por problemas cotidianos o coyunturales, deciden dejar la Congregación. Nos sorprende la falta de motivaciones apropiadas y objetivamente suficientes para tomar esta decisión.
Hay que buscar la pedagogía adecuada y la carga de fe necesaria para que la pertenencia al Instituto se vea en los términos de la Alianza divina. Hemos hecho los votos de seguir a Cristo en comunidad y en la Congregación. Nuestra Alianza incluye tres elementos: la pertenencia al Señor, la mutua pertenencia entre los cohermanos de la comunidad, la pertenencia de todos juntos al Instituto.
Aquí no se trata simplemente de una relación grupal que se resuelve por camaradería. Es una opción de vida en la fe y es una respuesta a un llamado del Señor. Se necesita por tanto ubicar la pertenencia en el mismo vínculo de la profesión religiosa. Se necesita clarificar y fundamentar más la propia identidad, que hoy es un concepto y un hecho cultural también en cambio y en crisis. La identidad ha de ser carismática. Se realiza por la configuración de la propia vida en Cristo, bajo la impronta del carisma congregacional.
La identificación del religioso con la institución es progresiva. Supone el conocimiento de la obra y el aprecio de sus personas, de sus pioneros y del Fundador. Requiere la asimilación de la intención y del espíritu del Fundador. Pide que se hagan propios los sueños de la obra y que se interioricen sus valores, respetando el patrimonio histórico y sus normas, actualizando sus expresiones y la comprensión de su mensaje. Su fruto libre, corresponsable y creativo será el sentido de pertenencia bajo los tres aspectos señalados. Es una opción profunda de entrega al Señor, de comunión con los cohermanos y de disponibilidad al modo de ser y proceder de la familia religiosa.
El problema del frágil sentido de pertenencia requiere hoy, en la Congregación, una adecuada política general de formación de personas y de gobierno. Es un hecho sobre el cual se juega parte de nuestro futuro y que merece ser estudiado en los próximos Capítulos provinciales y general. Un paso importante se ha dado a través de la conciencia del “Nosotros Congregación”, que crece en casi todo el Instituto. Pero eso solo es insuficiente. Por la profesión religiosa pertenecemos a una familia que nos hace partícipes de todos sus bienes (materiales, espirituales, carismáticos), a la cual nos debemos de corazón para que pueda realizar la misión que tiene en la Iglesia. Un fuerte sentido de pertenencia acrecienta la corresponsabilidad y la disponibilidad personal, y garantiza nuestra perseverancia en el Instituto, aún en medio de pruebas, de luchas e inclusive de posibles incomprensiones.
c. Revitalizar la práctica dehoniana de los Consejos Evangélicos
Muchos cohermanos se asombran cuando hablamos de un estilo dehoniano de entender y de practicar los votos religiosos. Sin embargo, cada Congregación tiene su manera propia de expresar la obediencia, la castidad y la pobreza, que le viene de su carisma y de su espiritualidad, y de todo lo que constituye su patrimonio congregacional. Así que podemos decir que nuestra obediencia no es jesuítica, que nuestra pobreza no es franciscana y que nuestra castidad no es eremítica o de una orden de clausura. Los SCJ tenemos un modo original y común de expresar y de acentuar los valores de la consagración religiosa. Lo debemos conocer y promover.
Hallar del “proprium” en la vivencia de los votos caracteriza nuestro discipulado, poniendo en luz nuestra relación personal e irrepetible con el Señor, con los demás y con el mundo. Nuestro estilo lo hemos de buscar en el fin y la misión de nuestro Instituto, en la enseñanza y práctica de nuestro Fundador y nuestros predecesores, en nuestras tradiciones y en nuestra Regla de Vida.
El primer elemento determinante y cualitativo es nuestra asociación a la oblación reparadora de Cristo en su doble dimensión, mística y apostólica.
La Obediencia es el voto típicamente dehoniano. Lleva la impronta del Ecce Venio de Jesús y del Ecce Ancilla de María (cf. Const. 58.85), que determinan la actitud fundamental de nuestra vida. Nos asocia a Cristo, con quien asumimos su causa, su servicio reparador, su disponibilidad filial y absoluta al Padre, su solidaridad con los hombres y su destino pascual. Implica una adhesión radical a la voluntad del Padre, creando espacio para Dios y pasando por “las manos de los hombres” (cf. Lc 9,45). Asume la modalidad del Siervo de Yavé, de la Servidora del Señor y del lavado de los pies de los discípulos. Guiados y sostenidos por el Espíritu nos envía al pueblo y nos mete en los grandes desafíos de nuestro tiempo. Nos hace preferir los lugares donde se nos necesita y donde otros no desean ir. Nos infunde la pasión por la verdad y la justicia y nos hace libres para los demás. Nos hace corresponsables del futuro de la Congregación, de la Iglesia y del mundo. La obediencia desde la fe es para nosotros la forma suprema del amor; nuestro modo de “dar la vida” (cf. Jn 15,13-14).
La pobreza dehoniana está bajo el signo de la comunidad, de la solidaridad y de la Justicia. ¡El signo del Sint Unum! Más que ausencia de bienes, es una renuncia a la administración y al uso individual de los bienes. Nos llama a la comunión de bienes y de proyectos, a la corresponsabilidad en la administración, a cuidar lo que está a nuestra disposición, a poner todo en común con transparencia, a depender del discernimiento comunitario o de la autoridad competente para su uso. Requiere que nos liberemos del ansia de poseer, depositando nuestra confianza de futuro en el Señor. Nuestra seguridad no está en los bienes que tenemos o administramos sino en nuestra capacidad de compartir. Alienta la condivisión internacional de bienes entre las partes de la Congregación. La pobreza dehoniana supone también solidaridad con los pobres y necesitados. Nuestros bienes tienen un fin eclesial y social que va respetado. Nuestro estilo ha de ser sobrio y de trabajo. Hemos de estar abiertos al clamor de los pobres; hemos de preferir la presencia en medios pobres y la evangelización de ellos, dándoles razones para vivir y esperar. Debemos ser justos, formar para la justicia y despertar las conciencias sobre los valores sociales del Evangelio. Estamos llamados a ser solidarios en las luchas que promueven y dignifican la condición humana. Hemos de estudiar y formarnos en la Doctrina Social de la Iglesia. La Pobreza dehoniana nos lleva a ejercer una economía sana, solidaria y justa, atenta a las normas y praxis de la Congregación y a las leyes civiles.
La castidad dehoniana se realiza y expresa a través de lo que el p. Dehon llama “amor puro”, libre de otros intereses o conveniencias. Amor que reafirma la “gratuidad” de Dios y la gratuidad de nuestra consagración. Nos damos sin pretender reconocimientos o algún retorno humano por este don. Implica disponibilidad total para el Reino de Dios, anunciando y testimoniando como realidad presente en la historia, y realidad escatológica en cuanto a su realización plena. A nivel personal implica madurez afectiva, cordialidad y capacidad de acoger a los demás en la pureza de la caridad. Exige un empeño serio con los demás donde se acentúa el primado de la caridad. Nos hace recurrir oportunamente a la soledad, al silencio y a la disciplina personal. Es conciencia crítica acerca de todo lo que enajena o somete la persona humana. Hace de la comunidad religiosa una familia cimentada en la fuerza de la fe. Nos compromete en la construcción de un orden nuevo y de una nueva humanidad a través de actitudes y de acciones cotidianas y concretas. Nos empuja a encarnarnos en la realidad y a saber proponer también los valores contraculturales del Evangelio. Nos hace sentir con la Iglesia y nos empuja a cumplir la misión que tenemos en ella, aceptando lugares y servicios a veces áridos y poco gratificantes. Nos hace creativos en la misión sin disminuir sus contenidos fundamentales. Es un voto que vivimos a la luz del Adveniat Regnum Tuum. Reino que está cercano, que es fundamentalmente “amor”, “gratuidad” y “gracia”.
d. Revitalizar la misión específica de la Congregación en la Iglesia
Participamos de la misión de la Iglesia compartiendo sus inquietudes, logros, pruebas y caminos. Somos un Instituto apostólico que se define a partir de su espiritualidad, heredada del Fundador y reconocida por la Iglesia.
Aunque no hayamos sido fundados en vistas de una obra determinada, tenemos una especificidad apostólica que caracteriza nuestra misión en la Iglesia. El p. Dehon ha marcado algunas orientaciones apostólicas que nuestras Constituciones reconocen como pertenecientes a esa misión. Ellas son: la adoración eucarística como servicio apostólico a la Iglesia; el ministerio entre los pequeños, los humildes, los obreros y los pobres; la actividad misionera; y la formación de los sacerdotes y de los religiosos (cf. Const. 30-31).
Podríamos decir que nuestra especificidad cubre cuatro grandes ámbitos pastorales: el ámbito espiritual, social, misionero y cultural. Es una conciencia que la Congregación tiene con claridad desde la práctica misma de presencia y de servicio en esas áreas. Son de hecho las áreas que visibilizan e identifican mejor la Congregación en el mundo. Los Superiores Generales, desde el p. Philippe en adelante, repetidas veces han llamado la atención acerca de esa especificidad. A modo de ejemplo, el p. Philippe afirma acerca de las misiones que estas no constituyen una obra “añadida” a la Congregación, y que “ningún miembro de la Congregación puede desinteresarse de estas obras, si quiere vivir la vida del Instituto” (cf. LCC vol. II, pag. 132, 12).
El p. Govaart por su parte en 1952 dice: “Este doble apostolado (las obras sociales y las misiones entre paganos) estaba de veras en el espíritu y en el corazón del p. Dehon” (cf. LCC vol. III, pag. 756, 55).
Los grandes momentos históricos de crecimiento y de empuje congregacional han visto marchar juntos los cuatro ámbitos apostólicos señalados. También hoy nuestra tarea de revitalización debe enfocarse en torno a nuestra especificidad y al estilo propio de estar y de trabajar en pastoral. La Congregación tiene muchas parroquias en muchas Provincias / Regiones y Distritos. Es una labor inmensa y necesaria sobre todo donde las Iglesias particulares están más necesitadas. Por otra parte, eso nos hace bien como Congregación para estar anclados en la realidad, junto al pueblo. El mismo p. Dehon asumió parroquias en distintos países (p. ej. Holanda, Brasil, etc...). Debemos cuidar, sin embargo, que sean conducidas según la modalidad de la vida religiosa. No existe solo el modelo pastoral diocesano. Es posible un modelo de gestión pastoral de las parroquias típicamente religioso y dehoniano. Para eso hay que asegurar parroquias grandes donde pueda trabajar una comunidad religiosa; parroquias pobres y de periferia con los grandes desafíos de nuestro tiempo; parroquias con población joven para promover las vocaciones de la Iglesia; parroquias donde se transmita nuestra espiritualidad con sus acentuaciones propias y donde se presten servicios complementarios que no pueden brindar los párrocos diocesanos; parroquias misioneras que exigen movilidad, creatividad y la formación de muchas comunidades de base.
e. Revitalizar nuestro estilo dehoniano
Podemos y debemos hablar también de un estilo dehoniano de ser, de sentir y de proceder que nos es característico. Un estilo que configura una “cultura dehoniana”, la “cultura del corazón”, la “cultura de la cordialidad”.
Es un modo nuestro de educar nuestra mente y nuestra interioridad; sobre todo de educar las actitudes del corazón. Es un modo particular de pensar la historia, de juzgar los acontecimientos, de sentir y afrontar los desafíos emergentes, de situarse frente al mundo, de tratar las personas y de conocer a Dios. Es nuestro modo de ver el mundo, los hechos y las personas con compasión, y de amar con corazón humano.
El p. Dehon, con su destacada personalidad, es el artífice de esta cultura. Su amplitud de horizontes, su sensibilidad humana, su apertura social, su compromiso valiente ante cualquier desafío, su capacidad de diálogo y de comprensión de los jóvenes, su unidad interior, su ansia apostólica, su profunda espiritualidad e intimidad con Dios... configuran un camino, una pedagogía y una forma de ser que han sido transmitidos a la Congregación. Quizás la expresión común de llamarlo el “très bon Père”, esté resumiendo el núcleo esencial de este estilo que llamamos dehoniano. Lo habían percibido muy bien sus alumnos del Colegio San Juan que lo amaban y admiraban. El p. Dehon lo expresa a sus anchas en sus conferencias sociales y en los discursos que ha dirigido a los exalumnos del Colegio.
Hoy, esta cultura la percibe mucha gente que trabaja con nosotros cuando dice descubrir en nosotros algo que no saben definir; pero que nos hace distintos. Hablan a veces de nuestra acogida, dedicación al trabajo, disponibilidad, implicación social. Debemos valorar esta herencia, redescubrirla, recuperarla como forma de tener un corazón de carne y no de piedra; un corazón de buen pastor, de buen samaritano, de servidor de los hermanos. Es una forma sapiencial de vivir y de abordar las cosas, los acontecimientos, el ministerio pastoral, el trabajo, el descanso, el tiempo, la vida comunitaria, las relaciones humanas y el misterio de Dios. Nos permite vivir más encarnados en la realidad sin perder la dimensión trascendental. Nos aproxima al pueblo a quien el p. Dehon nos envía; anula las distancias. Nos ayuda a conseguir la unidad interior y el optimismo que es esperanza teologal.
IV. Propuesta del Gobierno General a cada SCJ
La vida cristiana lleva en su corazón, y tiene como principio y fin, la Encarnación del Verbo. Centrada sobre este misterio es una continua actualización del “sí” que atrajo Dios al mundo. Como Gobierno General desearíamos que este “Año Dehoniano” fuese ocasión de una profunda renovación personal de cada SCJ, bajo el signo del Ecce Venio y del Ecce Ancilla, siguiendo a nuestro Fundador. Quisiéramos que este “Año” nos llevara a todos a renovar con fervor el “sí” inicial de nuestra vocación dehoniana y de nuestra profesión religiosa. El “sí” de María permitió la Encarnación del Verbo; el “sí” de Jesús posibilitó el proyecto de amor de Dios e infundió una nueva vida en el mundo. Muchas cosas de Dios y mucho bien de la humanidad dependen de nuestro “sí”. Quisiéramos que este “Año” nos pusiera en condición de reproducir, con coraje y audacia, la creatividad y la santidad de nuestro Fundador (cf. VC 37). Para eso es necesario centrar decisamente nuestra vida en el Corazón de Cristo. Solo así nuestra vida personal y nuestro Instituto ganarán en significación, en credibilidad y en fecundidad.
No apuntamos, por tanto, a una celebración externa y clamorosa, sino más bien en el orden de la especificidad y de la conversión de cada uno a Cristo, según el programa evangélico del Ecce Venio y del Ecce Ancilla. Con esto no anulamos la posibilidad de alguna celebración comunitaria, y tanto menos el reflejo apostólico, eclesial y social que debe tener nuestra vida. Suponemos que ese fruto lo recogeremos en abundancia si nuestra vida acepta el desafío de volver al fervor inicial, de ser interpelada por nuestro carisma, de ser permeada por la sabiduría del Evangelio y de dejarse guiar por el Espíritu.
Quisiéramos proponerles un itinerario espiritual análogo al que recorrió el p. Dehon entre el 14 de febrero de 1877 y el día de su primera profesión, el 28 de junio de 1878. Fue primero un tiempo de escucha y de discernimiento de su vocación, continuando luego, desde mediados de julio, su año de noviciado; iniciado con un retiro espiritual prolongado del 16 al 31 de julio de 1877.
¡Retomemos también nosotros el camino espiritual de nuestro postulantado, noviciado y primera profesión! ¡Enriquezcamos esa experiencia con lo mucho que luego hemos adquirido y profundizado en orden a la vida religiosa-apostólica y a nuestro carisma!
Proponemos, por tanto, que cada religioso reflexione y ahonde los contenidos de nuestra herencia carismática, a la luz del n. 16 de nuestras Constituciones: ... “un común acercamiento al misterio de Cristo, bajo la guía del Espíritu, y una atención especial a todo aquello que, ... corresponde a la experiencia del Padre Dehon y de nuestros mayores”. Lo que implica:
1. conformarnos a nuestro modelo ideal y absoluto, el Corazón de Jesús, actualizándonos sobre la teología y la espiritualidad del misterio del Corazón de Cristo;
2. fijar particularmente la atención sobre nuestro modelo histórico, el p. León Dehon, releyendo alguna de sus biografías y de los estudios sobre la espiritualidad dehoniana. Esta se entiende plenamente solo conociendo como la vivió el p. Dehon;
3. recuperar la memoria histórica de los cohermanos que nos han precedido y que han encarnado fielmente el espíritu de la Congregación.
Es una invitación a leer y a meditar algo sobre el p. Dehon y sobre nuestra espiritualidad, Leer para asimilar mejor y vivir esos contenidos. Nos ayudará a tener una mayor comprensión de nuestro carisma y a crecer en el sentido de pertenencia, en el marco del “Nosotros Congregación” al servicio de la “Misión”.
Hemos preferido el itinerario individual para no sobrecargar la atención comunitaria que ya deberá ocuparse en los temas propios de los Capítulos provinciales y general. Creemos, sin embargo, que el recorrido espiritual propuesto se inserta plenamente en el objetivo del próximo Capítulo General de reafirmar nuestra especificidad carismática apostólica ante los desafíos de nuestro tiempo y de la refundación de la vida religiosa. Por otra parte, no cabe olvidar que es tarea de cada Provincia / Región / Distrito mantener viva su historia, salvando la memoria de los hechos, fechas y personas que la construyeron.
Algunas preguntas quizás nos pueden ayudar en este itinerario de renovación:
1. ¿Cuáles son los valores más fuertes que han motivado y sostenido al p. Dehon en la fundación, animación y gobierno de la Congregación?
2. ¿Cómo actualizar y expresar “HOY” y “AQUÍ” los valores esenciales de nuestro carisma?
3. ¿Qué aspectos de nuestro carisma y espiritualidad “TU” deberías vivir y testimoniar personalmente con mayor intensidad?
4. ¿Qué opciones o cambios debería hacer “tu Provincia / Región / Distrito”, para ser más significativa, creativa y fecunda apostólicamente en el mundo actual?
V. Un Año de la Familia Dehoniana
En todo lo anterior nos hemos referido directamente a la Congregación por deber de circunstancia: es ella la que celebra los 125 años de fundación, y lo hace en el contexto privilegiado del Capítulo Provincial y General. Sin embargo, este acontecimiento no es ajeno al resto de la Familia Dehoniana. De hecho, al dar a luz los “Oblatos-Sacerdotes del Corazón de Jesús”, el p. Dehon quería que su carisma fuera compartido también por otros sacerdotes, consagrados y laicos.
Por tal motivo invitamos a toda la Familia Dehoniana, especialmente al Laicado Dehoniano, a vivir este “Año Dehoniano” encontrando luz inspiradora y estímulo para su compromiso específico, en el mensaje y en la gracia que brotan de la Santa Casa de Loreto.
Para el Laico se trata de revivir el misterio de la Encarnación en las realidades temporales: en la vida de familia, en el trabajo, en el propio ambiente, en el mundo en general, etc... La actitud del Ecce Venio y del Ecce Ancilla y el modelo de la Sagrada Familia de Nazareth le ofrecen mucha luz en orden a su misión de construir una comunidad humana según el corazón de Dios. Asociándose como dehoniano a la obra del Verbo encarnado en la historia, al laico cristiano se le abren grandes horizontes para traducir en una acción reparadora todo lo que vive, sufre, es, siente y hace. La espiritualidad oblativa y reparadora dehoniana han de ayudarle para que asuma y viva explícitamente todos aquellos valores evangélicos que lo hacen misionero de su propio ambiente. Su contexto vital es también su espacio natural para su actividad espiritual, social, misionera y cultural, que le sugiere su participación en el carisma y espiritualidad del p. Dehon.
Los demás miembros consagrados de la Familia Dehoniana, en sus múltiples y variadas expresiones, fieles a las acentuaciones y modalidades que le sugieren sus propios Estatutos o Constituciones, pueden también vivir un tiempo especial de gracia y de renovación inspirados en el ministerio de la Anunciación y Encarnación del Señor. La referencia común al Corazón de Jesús y a las actitudes fundamentales del Ecce Venio y del Ecce Ancilla, los hace partícipes del proyecto dehoniano de vida según el Evangelio. Ellos también contribuyen a poner en luz aspectos nuevos de este carisma y de esta espiritualidad que el Espíritu ha dado a toda la Iglesia, y que no se agotan en la sola realización histórica de la Congregación.
Todos formamos una Familia porque tenemos un padre y guía espiritual común, el p. Dehon. Tenemos un modo común de abordar el misterio de Cristo desde la perspectiva de su Corazón herido y abierto en la cruz, disponible y solidario, filial y profundamente humano. Vivimos asociados a su oblación reparadora; compartimos la misión de construir su Reino de amor “en las almas y en las sociedades”. Sin embargo, los ámbitos y las modalidades de la misión son distintos, pues deben respetar la vocación específica de cada institución o persona.
Podemos y debemos encontrar espacios comunes de condivisión de la oración y de nuestra vida de fe; de reflexión y formación en torno al patrimonio común; de colaboración en algunos servicios eclesiales, sociales o misioneros. Esto nos dará a todos ocasión de crecer y de valorar el don común. Nos hará también más significativos y fecundos en el servicio de la evangelización y en la construcción del mundo según la voluntad de Dios.
El pasado mes de diciembre fue publicada la “Carta de Comunión” de la Familia Dehoniana, que describe el sentido, la identidad y los criterios de pertenencia a la misma. Creemos importante que todos los Institutos (religiosos y seculares) y los grupos que se sienten vinculados al proyecto carismático del p. Dehon, disciernan y definan explícitamente si se identifican con esas orientaciones y si quieren realmente participar como miembro de esa Familia. Todos deberían manifestar su decisión antes del próximo 30 de noviembre.
VI. Una invitación final
Este año será un tiempo que en el centro de nuestra atención estará la figura del p. Dehon. En la medida que vamos conociendo su personalidad, su espiritualidad, su vida, sus sueños y sus obras, crece en todos la admiración y estima por este hombre. Crece también la convicción de su santidad; una santidad “imitable”, como dijera uno de los consultores de la Santa Sede al votar a favor de su heroicidad de virtudes (cf. Voto I, pag. 28).
Nosotros nos empeñamos a recorrer ese mismo camino, y lo hacemos con la certeza que es un camino de santidad auténtica. Así lo garantiza la Iglesia al reconocer el carisma dehoniano como un don del Espíritu, al aceptar las Constituciones de la Congregación y de los demás Institutos reconocidos a nivel pontificio, y al decretar la heroicidad de nuestro Padre y Fundador.
Este año será por tanto un tiempo propicio para pedir con insistencia y confianza al Señor la beatificación del p. Dehon, para que todos nos sintamos mayormente comprometidos en este camino de santidad. En el Capítulo General de 1991 el Santo Padre nos instó a que pidiésemos de corazón el Señor esta gracia. La Iglesia ya ha expresado, humanamente, su convicción que el p. Dehon es un hombre que vivió con heroísmo la vida cristiana. Para proponerlo como ejemplo oficial y universal, la Iglesia requiere los signos del Señor que son los “milagros”. Depende de nosotros reconocer en el p. Dehon un eficaz intercesor en nuestras necesidades y recurrir a su mediación pidiendo los signos que la Iglesia espera. Es nuestra tarea hacer que le p. Dehon sea conocido por el Pueblo de Dios y que sea invocado como intercesor. Si es de Dios que sea beatificado y canonizado el Señor pondrá los signos en el momento oportuno. Pero estos vendrán solo si los pedimos con confianza e insistencia, siempre para mayor gloria de Dios, y para mayor santidad de la Iglesia. Una Congregación como la nuestra, difundida en 37 países del mundo, con tantas obras apostólicas, con una enorme producción literaria de libros, revistas y folletos, y con programas habituales en la radio, televisión e internet... ¿no podría promover un poco más, durante este año, el conocimiento y la fama de santidad del P. Dehon?.
Conclusión
Esta carta engloba el habitual mensaje vocacional del día 14 de marzo, “Jornada de la Vocación Dehoniana”. Ese día todos estaremos unidos en la oración para pedir al Señor que siga suscitando en la Iglesia hombres y mujeres capaces de vivir hasta la heroicidad del carisma que nos ha dado a través del p. Dehon.
Recemos especialmente por las vocaciones de la Congregación SCJ y de los demás Institutos de Vida Consagrada que se inspiran en el carisma y la espiritualidad del p. Dehon. Miremos hacia La Capelle, lugar donde él nació, que se está convirtiendo en un lugar internacional de espiritualidad, reflexión y servicio dehonianos. Contribuyamos económicamente con el mantenimiento de esta cuna de la dehonianidad.
¡Qué el Espíritu nos guíe y que nuestro corazón esté siempre puesto sobre el Evangelio, para que palpite filialmente por Dios en solidaridad con todos nuestros hermanos!
P. Virginio D. Bressanelli, scj
Superior general y Consejo
Siglas utilizadas:
Const. = Constitutions
DSP = Directoire Spirituel
LCC = Lettres Circulaires
NQT = Notes Quotidiennes (voll. I-IV)
NHV = Notes sur l’Histoire de ma vie (voll. I-VIII)
THE = Thesaurus Precum
CIC = Codex Iuris Canonici
GS = Gaudium et Spes
LE = Laborem Exercens
MR = Mutuae Relationes
NMI = Novo Millennio Ineunte
VC = Vita Consecrata