Hace una semana te han liberado, Beppe. Son pocos días pero llenos de movimiento, de encuentros, después de seis meses de vivir en soledad.
Me parece ya un tiempo significativo, esta semana pasada después de mi liberación. He tenido que encontrarme con tantas personas. Improvisamente he sido arrojado de la tierra de los pobres, aislados como si estuvieran al margen de la historia de los pueblos, a los márgenes de la historia de la humanidad, en el corazón vibrante de a historia. Me he encontrado con los grandes de la tierra, la presidenta de Filipinas, los políticos más importantes, los jefes del ejército y de la policía; y después las cabezas de la Iglesia, el arzobispo de Davao, el obispo de Pagadian, el Nuncio Apostólico, todos mis compañeros, religiosas y sacerdotes, etc. Y ahora, en Roma, de nuevo volveré a vivir la misma experiencia con políticos y hombres de la Iglesia. Es un tiempo intenso, muy diverso del precedente. Esto también forma parte de la experiencia. Debo aceptarlo. Como me abandoné inicialmente a la experiencia del secuestro, debo aceptar también esta experiencia. Esperemos que no dure demasiado. Después es necesario recuperar el equilibrio.
En estos primeros días ¿cómo se revive el tiempo del secuestro?¿De qué modo se te hace presente?
Todavía me encuentro en la fase de reacción a lo que ha sucedido. No pienso demasiado. No obstante si vuelve a mi mente, regresa como una experiencia cada vez más positiva, siempre más serena. La dimensión dramática queda a las espaldas, ya casi olvidada. Permanecen los rostros de las personas. Queda de ellas su apertura, su cortesía para conmigo. Y por lo tanto, si los recuerdo rezo por ellos, oro con sentimientos de gratitud por todo cuanto ha sucedido.
¿Qué es lo que hay que agradecer?
Gratitud por esta experiencia que se me ha dado. No la he buscado. Jamás habría tenido el coraje de buscar cosas de este género. Me ha sido dada, impuesta. Y ahora entiendo que proviene de una sabiduría superior, que es sin duda la de Dios. Él ha guiado toda la experiencia, también a través de la colaboración de los hombres. Ante todo me ha hecho vivir la experiencia de la precariedad, de la pobreza en la que vive la mayor parte de la gente de esa zona. Y no sólo de esa zona, también la mayor parte de la gente en Filipinas, en el mundo, vive en esa situación así. Sin saber qué sucederá mañana, sin saber si llegará la noche para ellos.
¿Y esta experiencia de precariedad y pobreza, de este modo tan radical, no la habías vivido antes, en los años de tu estancia en Filipinas?
No. Debo decir que una cosa es verla en los otros, y otra cosa es vivirla como persona. Verla en los otros te hace sufrir porque a veces te sientes impotente, pero tú tienes aún tu vida, tu misma vida en tus manos. En cambio, en estos seis meses he tenido la experiencia de la imposibilidad de gestionar mi propia vida, de no poder garantizar mi futuro, ni siquiera el mañana. Y esta es la cosa espiritualmente más grande que he hecho. Finalmente he entendido lo que quiere decir abandono, que es la palabra y el valor clave nuestra espiritualidad dehoniana. Finalmente he entendido qué significa la pobreza, de la que Dios dice que es una Bienaventuranza. Por tanto, he entrado en una dimensión nueva, que creo haya sellado la muerte del hombre viejo y el nacimiento &emdash;¡esperemos!&emdash; del hombre espiritual. Es aquello que sentía hace muchos años, aquello de «morir fuera de los muros de Jerusalén», porque quizá, permaneciendo dentro de una experiencia protegida, nunca habría sido posible entender lo que ahora he comprendido.
Nos hemos encontrado aquí en Roma hace algunos años, después en Albania. Te he visto dudar, preguntarte sobre tu misión personal, la de la Iglesia, tu misma presencia en Filipinas. Después de un proceso de discernimiento has vuelto. Ahora el secuestro.
En un cierto momento he tenido este pensamiento, seguramente arriesgado, bueno, equivocado del todo, he pensado: si todo marcha bien, Beppe dirá que era necesaria alguna cosa de este tipo para él, en esta fase de su vida religiosa.
Es verdad, debo decir que desde el comienzo del secuestro he sentido que no se trataba solamente de una experiencia humana o política, ni siquiera religiosa en realidad, sino de una experiencia espiritual querida y guiada por Dios. No sé si es el momento de decirlo, pero había pedido una señal al Señor, desaconsejado por el confesor, con quien había compartido este deseo de un signo, una señal, porque había llegado a un momento de gran desasosiego interior por lo que estaba haciendo y lo que estaba viviendo.
Por lo tanto dije a Dios: «Por favor, dame una señal de tu voluntad antes de finalizar mis diez años de permanencia en Filipinas. El 11 de Diciembre 2001 será el décimo aniversario, dame una señal porque, si no me la das, yo al fin de mis tres años de mandato me vuelvo a Italia». Y el Señor me ha dado una señal. Una señal muy, muy fuerte. Esto me ha aclarado muchas cosas. Durante mi secuestro, para remarcar lo que ha ocurrido dentro de mí, he sentido una gran calma. Hubiera querido reaccionar instintivamente al momento, después, he tenido el coraje del abandono.
¿En qué momento?¿Enseguida desde el principio?
Bueno, cuando entraron en el convento aquellos cinco secuestradores para inmovilizarme, en aquel momento he sentido rabia, sólo rabia. Hubiera deseado reaccionar, pero me acordé de lo que le había ocurrido a un misionero irlandés dos meses antes. Fue asesinado en la tentativa del secuestro, porque había reaccionado. Cuando me vino el recuerdo pensé: «Dejemos actuar a esta gente». Fuera del convento, corrimos en la oscuridad; perdí las sandalias, arrastrado por aquella gente; sentí sólo el deseo de que ninguno muriera, que no corriera la sangre. Finalmente llegamos a una barca, nos alejamos y allí recobré una gran calma, pude hablar con uno de los secuestradores que me respondió gentilmente. Entonces allí, en aquel momento, sentí dentro de mí la voz que me decía: «Os mando como corderos en medio a lobos». Por lo tanto se trataba de descubrir el sentido de una misión. No se trataba tanto de una experiencia que debía hacer, cuanto de una misión que me era confiada. Después sentí también una voz que repetía la frase de Jesús: «Si uno te pide caminar una milla, acompáñale dos». Por lo tanto disponibilidad y gratuidad, ir más allá de lo previsto. Y la tercera cosa sentí dentro, en este período breve de las primeras diez horas del secuestro y del viaje en la barca, ha sido esta frase, que es la más importante. La frase que Jesús dice a Marta antes de abrir el sepulcro de Lázaro y hacerlo salir: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?» Esta frase me ha sugerido que el proyecto de Dios, en esta situación, era manifestar su gloria. Y Todo cuanto debía hacer era abandonarme desde la fe, aceptar mi impotencia, sabiendo que Él manifestaría su poder. Y esto me ha guiado durante toda mi experiencia, y me ha ayudado a superar mis sentimientos de rabia, de dolor, de preocupación por la familia. Con la fe en que Él guiaría y ayudaría a todos los de fuera, en particular a mi familia.
Oyendo tus primeros comentarios después de la liberación, seguramente habría personas que se han conmovido, pero probablemente también quienes se han irritado, desconcertados por tu exaltación del secuestro como tiempo de gracia. Ayúdanos a comprender: ¿Cómo distinguir entre, quien no teme por su vida porque no la aprecia ni la estima, y quien no teme por su vida porque lleno de amor por el don de la vida recibida, la pone en manos de Dios?
Esta pregunta puede ayudar a clarificar el conflicto que he tenido dentro de mí durante las primeras horas. Sentía en mi interior la voz que decía: «Tú tienes el deber de proteger tu vida, tienes el deber de intentar crear problemas a tus carceleros, el deber de combatir contra el mal». ¿Cómo he superado esto que sentía como una tentación? No era la voz del Espíritu, era la voz de mi egoísmo. Ante todo, por mi experiencia de objetor de conciencia, estaba habituado a pensar en la teoría de la legítima defensa como una forma de traición al espíritu evangélico. Con el discurso de la legítima defensa, de he hecho se han olvidado las llamadas más profundas del espíritu de Dios en la historia de la Iglesia. Tienes el derecho de defenderte, por lo cual te defiendes de las experiencias que Dios desearía que hicieras. Ya no eres el cordero mandado en medio a los lobos, sino que eres otro lobo que lucha por su propia supervivencia. Por tanto, pensé que debía renunciar a este derecho de legítima defensa: «Estoy padeciendo un abuso, debería defenderme, pero acepto &emdash;más o menos libremente&emdash; abandonarme y no defenderme». Y esto ha sido para mí la clave para una experiencia profunda. Creo que esto es lo que ha garantizado mi serenidad y mi salud psico-física.
Acaso podría ahora encontrarme mal, rabioso, lleno de amargura, después de seis meses de abuso. En cambio, me encuentro sereno, contento de haber sobrevivido, con un buen recuerdo de todo lo que he vivido, justamente porque lo he superado, he dejado a mis espaldas mis derechos. En el fondo me parece que esta sea la misión de la Iglesia, que es la de renovar el sacrificio del Cordero, que es Cristo, inocente y dispuesto a morir.
Esto salva a todos. Nos salva a nosotros mismos, a la historia del hombre y su lógica del derecho. Que en el fondo es la lógica de estos secuestradores. Quizá sea también la lógica del Islán fundamentalista, la mentalidad de la ley. Si alguien es capaz de superar esto, surge la gracia, la gratuidad incluso en relación de tu opresor. Me rondaba siempre una frase de Jesús que dice: «Si rezáis por quien os quiere bien ¿qué hacéis de particular? Rogad por vuestros perseguidores, pues entonces seréis como vuestro Padre que está en los cielos». Y esta es la misión de la Iglesia, ser como el Padre, ser libres, agradecidos, pensando sólo en el bien, en el bien del otro. «Todo lo demás se os dará por añadidura». Esta era mi lógica.
Después me he preguntado: ¿No será que me están afectando aquellos mecanismos psicológicos (síndrome de Estocolmo), por el que la víctima se identifica con el pensamiento de su opresor, como aparece en el libro de Bettelheim sobre los supervivientes de los campos de concentración, que habla precisamente de esta postura de las víctimas que legitiman la lógica del opresor?
Me he dicho que no. No creo que sea mi caso. Incluso porque, una vez al menos, tuve un sentimiento de signo contrario. En algunas ocasiones de este exilio manifesté una actitud contraria a este abandono, cuando por cansancio o por rabia, rechacé obedecer y dejé de caminar, entonces comprendí que no estaba haciendo el bien, ni mío, ni el de aquella gente. Me irrité mucho porque tenía hambre, estaba cansado, me habían prometido que me traerían algo para comer, y después de tres semanas, me trajeron tres latas de sardinas que deberían bastarme para no sé cuántas semanas. Les dije: «Acabemos, sois vosotros los que queréis matarme». Esto creó en ellos reacciones y sentimientos diversos. Habo uno que se sintió ofendido, quería golpearme, los demás me han defendido, pero también se sintieron incómodos. Era como si yo los hubiera traicionado. Entonces comprendí que no hay que traicionar nunca el bien que hay en el otro, aunque sea un bien limitado. Si el otro hace una cosa bien, es necesario que nosotros seamos fieles a aquel bien, aunque no sea suficiente para legitimar su comportamiento. Pero es importante para él que demos confianza a lo bueno que hay en él. Entonces entendí que no era una postura que procedía del Espíritu, y mi discernimiento me orientó de nuevo hacia la confianza.
En situaciones semejantes las víctimas corren el riesgo de vivir su drama sólo pasivamente, no como actores pasivos. Ya tus padres, en una de sus cartas, decían convencidos que «este largo tiempo de prisión sirva para que P. Beppe pueda hacer el bien a sus secuestradores». ¿Lo has conseguido? ¿Has vivido un abandono de un modo activo o pasivo?
Exactamente. Dentro de mí he superado la lógica del derecho, para intentar lograr ser útil en la relación con estos secuestradores. He visto que, poco a poco, se ha creado una clima de confianza, por lo que han compartido conmigo sus problemas personales, hasta el punto de sentirme como su capellán, de ser sacerdote en esta forma extraña, no para los cristianos sino para los otros. Me han hablado muchísimo de sus problemas familiares. Eran casi todos casados o a punto de serlo. Frecuentemente tienen hijos; pero en su situación raramente pueden volver a ver a sus familias. Es más, hasta me han hecho escribirles seis cartas de amor a sus novias. Y después sobre problemas políticos y religiosos. Me han hablado de su religión con mucho entusiasmo. Me he dado cuenta de que tenemos muchos puntos en común sobre todo a nivel de la fe, la fe de Abrahán, la fe en algo que no se puede conocer porque pertenece al futuro garantizado por las promesas de Dios, pero se puede creer y por ello sacrificar el propio presente con generosidad... Y esto es verdad para esta gente que espera un futuro mejor, que cree y acepta grandes sacrificios para caminar hacia algo que esperan sea garantizado por Dios. ¡Este futuro mejor nosotros lo llamamos «Reino de Dios», ¿no?! Es la manifestación de la justicia divina, es paz y unidad. Es vida eterna en el seno de Alá.
¿Te habrían asesinado por cualquier motivo?
No, creo que no
Para nosotros, más que el miedo de que te mataran, era la preocupación por la continua presión de los militares, de los diversos grupos policiales y la dificultad de que las tratativas de liberación pudiera conducir a tu muerte y a la de otros.
Este ha sido el verdadero riesgo. No se ha realizado, diría casi milagrosamente. La presión militar era evidente, sobre todo en la segunda parte del cautiverio. Los militares han llegado muy cerca de nuestra base en tres ocasiones. En particular el 29 de Enero, el día del cumpleaños de mi madre, a unos treinta metros. No se oía nada, pero se sabía desde el día anterior que estaban en el área. Estábamos preparados, de madrugada, temprano, con las mochilas a la espalda, las armas, todos reunidos en el centro de la llanura donde estábamos escondidos. El peligro estaba en que los soldados pasaran por lo alto, sobre la cresta de la montaña, y por tanto nos pudieran ver desde arriba. En realidad pasaron por el torrente que discurría por debajo. No nos han podido ver, aunque pasaron muy cerca. Al otro lado del torrente había otro campo de rebeldes que nos protegían, por tanto los soldados han pasado por en medio, o no visto nada, o no han querido ver. No hubo enfrentamiento militar.
Tú hablas de rebeldes, los periódicos frecuentemente de guerrilleros, el Obispo de Pagadián al principio los identificaba como criminales ordinarios. ¿Según tú, cuál era la finalidad del secuestro?
La finalidad declarada era el dinero, el dinero por la liberación. Para comprar armas para su defensa personal y con la perspectiva de la realización de su objetivo político; es decir, la liberación de Mindanao, independiente del gobierno de Manila.
¿Has estado retenido siempre con el mismo grupo?
Siempre con el mismo grupo.
Y de este grupo, según lo que tú sabes, ¿ninguno ha sido herido o muerto en los numerosos enfrentamientos con los militares? Porque los medios de comunicación, casi todos los días, hablaban de miembros del grupo «Pentagon» arrestados, heridos, muertos a manos de los militares.
Nunca tuve conciencia de que alguien del grupo hubiera muerto. Sin embargo, debo decir que muchos de este grupo se han alejado durante este tiempo. De hecho, sólo seis del grupo inicial han permanecido hasta el final. Otros se marcharon y después regresaron, otros no retornaron nunca, por lo que yo no sé qué hicieron dónde marcharon. Algunos me dijeron que se iban a luchar, pero esto me parece parte de la comedia que han representado ante de mí, haciéndome creer que estábamos en Basilan y que pertenecían al ejército de Abu-Sayad, que combatía contra el ejército y los americanos presentes en el área. Y por tanto me dijeron: «Vamos a combatir contra ellos». Puedo asegurar que no he sentido con mis oídos explosiones o disparos. Algún disparo aislado pero ningún combate.
Aquí en Roma, nosotros, como en otros lugares hemos vivido este hecho a nuestro modo, diferente desde tu perspectiva. Hubo un primer momento, hasta diciembre, período muy intenso, en el sentido que esperanzas y desilusiones eran frecuentes. Después de los primeros días de Diciembre comenzó una fase como más tranquila y más incierta. ¿Y tú? Por ejemplo en aquel momento al inicio de diciembre, cuando se pensaba que todo terminara pronto y que tu liberación fuese inminente. Y sin embargo, nada acontecía. Esto se ha repetido varias veces. Después, silencio por mucho tiempo. ¿Aquellos días al inicio de diciembre fueron para ti, no diré cruciales, pero en los cuales se iba clarificando que, después de una profunda desilusión, el cautiverio podía ser prolongado?
He sentido las mismas cosas. Al principio una esperanza unida a una desilusión muy intensa, después, alrededor de diciembre, una gran esperanza cuando me han hecho registrar una cassette y me prometieron: «Mira, dentro de pocas semanas serás libre». Algunos días después, escuché el mensaje de mi hermana, registrado por radio. Mensaje en el que pedía a los secuestradores un acto de clemencia al final del Ramadán, y liberarme para poder celebrar la Navidad junto a mi familia. Lo escuché por casualidad, fortuitamente, y me ha dado una alegría intensísima. Esperé que verdaderamente se realizase la posibilidad de ser liberado antes de Navidad y celebrarla junto a mis compañeros y con toda mi familia. Después, la desilusión, y una fuerte tristeza. Entre otras razones, porque en ese momento físicamente no me encontraba bien. Después, la situación se normalizó un poco. Entendí que debería esperar un largo tiempo. Y por esta razón, cuando me han hecho las fotografías en enero, no concedí excesiva confianza en el asunto. Digamos que el tiempo posterior estuvo más bien equilibrado. No permití aferrarme a muchas ilusiones.
¿Cómo viviste tu Navidad 2001?
Diría que la Navidad fue un día no muy feliz. La noche fue una de las noches más frías de toda esta experiencia. Dormíamos en hamacas, por lo tanto, tenía a disposición sólo el vestido con el que había sido raptado, una camiseta ligera. Entre otras cosas, esta camiseta llevaba escritas estas dos palabras: DEHONIANOS y FILIPINAS. Me pareció providencial que, entre tantos ropa posible, en el momento del secuestro llevara precisamente ésta. Tenía además para cambiarme una ropa militar, un pantalón y un pullover. Aquella noche hizo un frío terrible. A las siete de la mañana, por tanto dos horas después de salir el sol, podía ver aún mi aliento; por tanto, aquella noche, todos, no sólo yo, dormimos muy poco. Además no había nada para comer. A la hora de la comida me han dado un plato de arroz, el condimento era la sal, y a la cena lo mismo: arroz y nada más. Inicialmente me esforcé, con toda mi voluntad, en dar importancia a la celebración de la Navidad, que iba más allá de mi situación. Jesús había nacido para todos. Intentaba ser feliz, y buscaba dentro de mí: «Debo ser feliz, debo ser feliz». Lo logré durante algunas horas..., pero después sentí todo el peso de estar solo. Y la tristeza se apoderó de mí por un momento.
Si se puede hablar de “jornadas ordinarias”, ¿cómo se desarrollaban?
La jornada diaria estaba hecha de nada. Por la mañana se levantaban muy pronto para la oración, y yo me levantaba con ellos para rezar también. Generalmente no lograba dormir toda la noche. Me despertaba hacia la una o las dos de la noche. De hecho el tiempo de reposo era demasiado largo. A ello se debe añadir que habitualmente no hacía nada. Y por ello rezaba, rezaba de noche y normalmente hacia el alba lograba de nuevo dormir. Después me levantaba con ellos. Las primeras horas de la mañana pasaban generalmente sin hacer nada, según su experiencia eran las más peligrosas. Los militares comenzaban a moverse hacia las tres o cuatro de la mañana hasta media mañana. Por tanto en este período era preciso estar en silencio, dispuestos. Se esperaba en silencio, hablando un poco en voz baja. Después de la media mañana me daban la posibilidad de tomar un baño. Me traían un bidón pequeño con tres o cuatro litros de agua. Era un momento feliz para mí porque, lavándome, me sentía relajado, limpio. No era todos los días, normalmente un día sí y otro no. Después hacían alguna cosa, por lo tanto se comía lo que había. El comer era un momento muy hermoso, aunque se comiera poco, comíamos juntos. Todos lo mismo. Y generalmente si había alguna cosa más me la daban a mí. La tarde era más libre, más relajada. Había más diálogo, más serenidad. Y una cosa aún más bella, era cuando por la tarde, hacia las cinco llegaba el fresco. Los momentos más interesantes eran cuando alguno de fuera venía trayendo comida, dando noticias, etc.
Seis meses juntos, con las mismas personas, sin salir nunca de este círculo estrecho, siempre con las mismas relaciones, ¿has tenido algún contacto con alguien fuera de este grupo, oído la radio, leído periódicos?
No, periódicos nunca. Solamente el día en que me hicieron las fotografías en enero me llevaron el periódico que se ve en ellas. Aquel periódico lo leí todo, hasta los anuncios. Ellos no compraban el periódico porque no leen el inglés, además eran gente muy sencilla, analfabetos o semianalfabetos. No les interesaban los periódicos. Durante algún tiempo tuvieron una radio, pero sólo se oían dos canales locales, por lo que no era interesante, además en estos canales transmitían en lenguas que no entendía: «Tagalo», que es la lengua nacional y el «Chabacano», una lengua local. Había alguna radio-novela en «sebuano», lengua que conozco, pero después de escucharla me cansé muy pronto.
¿La comunicación entre ellos era siempre en su lengua?¿Cómo hacían para que tú no escucharas lo que ellos hablaban?
Sí, lo han hecho sistemáticamente. Ni siquiera me han permitido saber cuál era su lengua. Me han hecho creer que era el «Yakan», pero también me dijeron que, a veces, usaban otras.
Probablemente ha sido mejor para ti no saber quiénes han sido, de dónde han venido, de no conocer los detalles de la operación. Has dicho que has rezado en la noche, cuando no lograbas dormir. ¿Cómo se hace oración en estas circunstancias?
Bueno, siempre he utilizado el rosario. He rezado siempre los misterios, escuchando por un momento lo que el misterio me sugería. Poniendo una intención particular a cada misterio. Puedo decir que he repetido algunas intenciones regularmente cada día. He rezado, continuamente, desde el primer día al último por mi familia, por las personas más cercanas que sabía estaban sufriendo mucho por mí, para que el Señor las guardara y las hiciera fuertes en la esperanza. Después por la misión Dehoniana en Filipinas, por toda la Congregación, de modo particular por las vocaciones; por la Iglesia de Pagadian, por su obispo Mons. Jiménez, que se ha revelado después como el verdadero protagonista, como la persona más equilibrada en toda esta situación.
También he pedido siempre por mis secuestradores, para que, mientras tanto, no les ocurriera nada, tampoco a mí. Y para que pudieran madurar en una visión de la vida diversa. Sus sentimientos eran negativos sobre la realidad de Filipinas, sobre la situación política y social. En parte, yo lo comparto, pero no completamente. Cierto que, con su modo de actuar, no contribuyen a un mejoramiento de la situación. He pedido al Señor que pudieran ser iluminados, que pudieran entender que sólo los caminos de la paz son útiles. Y he rezado con las palabras de Jesús en Getsemaní: «Si es posible pase de mí esta cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya». Con la certeza que, justamente, este tiempo de espera era el tiempo de espera de la realización del proyecto de Dios. Que debía tener confianza, debía tener esperanza y vivir el abandono, porque Dios estaba realizando su obra.
¿Y la Misa?
Durante seis meses no he celebrado la Misa. Por seis meses no he tenido una Biblia a disposición. No he tenido el Breviario. Debo decir, tengo que confesar que había dicho a Dios en los años precedentes que estaba cansado de Misas, sacramentos, y por tanto Dios se lo ha tomado muy en serio. Ha oído el grito que salía de mis entrañas y me ha dado seis meses de libertad, seis meses de reposo sacramental, un Gran Sábado Santo sin liturgia. Ha sido una hermosa experiencia, porque como he dicho, en este silencio litúrgico han emergido las palabras de Jesús, que según creo, me han sido verdaderamente sugeridas por el Espíritu Santo. Ya no eran la Biblia ni la Liturgia las que alimentaban mi espiritualidad, sino el Espíritu mismo de Dios. Vivía sin Liturgia pero no sin Dios, no sin la presencia de Dios.
Tú has sobrevivido. A ti, esta vicisitud te ha ido bien, pero acaso te hubiera ido bien también muriendo. ¿Qué pensar de Dios de frente a otras personas o en otras circunstancias que terminan mal? Tú puedes dar gracias a Dios ahora por tu liberación pero son otros muchos que...
Quizá lo que digo ahora no responde directamente a tu pregunta, de todos modos... He discutido muchas veces con esta gente sobre lo que es la libertad humana. Mis secuestradores decían: «No hay nada que suceda que no sea querido por Dios». Y al mismo tiempo afirmaban: «No se puede ir contra las leyes de Dios». No era capaz de entender, según su mentalidad, cómo puede ser que todo sucede según la voluntad de Dios y al mismo tiempo se pueda ir en contra de las leyes de Dios. ¿Dónde está la libertad humana? Al principio veía las cosas en manera diversa, ahora me parece poder entender que el hombre puede entregar su libertad. El hombre es verdaderamente libre, hasta el punto que puede ir totalmente contra la voluntad y las expectativas de Dios. Pero el hombre puede también, libremente, entregarse siempre más a Dios. Que hoy viva o que esté muerto, pienso que en el fondo no es tan importante. Tengo la certeza de que, todo lo que me sucede, debo intentar vivirlo en comunión con el Señor. Puede que hubiera vivido, también mi muerte, en comunión con el Señor. De todos modos sé que no he muerto hoy, que un día moriré. Por tanto debo buscar cómo vivir el tiempo que me queda continuando en esta profunda comunión con Dios. Me siento como la persona a la que han dado una segunda posibilidad. Y repito que, la expresión más grande de la libertad humana, es entregar uno mismo la propia vida a Dios.
Parece obvio que una experiencia así se haya realizado en todas sus dimensiones sólo con el pasar del tiempo. Sólo ahora, con el correr de los días, sabrás descubrir el otro lado de la medalla: Los tantos esfuerzos para hacerte salir sano y salvo de esta vicisitud, tantas personas desconocidas que han pasado minutos y horas de oración por ti, y tantas personas que han llorado por ti: esperanzas frustradas, desesperación y, finalmente alegría. ¿Cómo piensas integrar todo esto en tu vida, este gran río de amor en tu experiencia?
De hecho lo he pensado, y mucho. Me parece que es parte de esta experiencia de Dios que nos ama infinitamente y que se nos da todo gratis, en el sentido que nosotros no merecemos nada. A este Dios se han unido tantas personas que, gratuitamente, sólo por amor han rezado y han sufrido por mí, han hecho sacrificios por mí. Yo me siento en una condición que, en el fondo, es la condición de todos los seres humanos: dependemos de los otros, del amor de los otros, del amor de Dios. Me encuentro en la situación de no tener ninguna duda de que mi vida depende de Dios que me ama, y de los otros. Por tanto tengo el privilegio, acaso la misión, de hacer entender que somos interdependientes, unidos los unos a los otros y a Dios. Nuestra vida es un don que se ve renovado cada día en el amor mutuo. Me siento en deuda. Deudor de mi vida a todos.
¿No resuena en estas numerosas y diversas iniciativas de los otros por ti, la verdad evangélica que, no hay amor más grande que dar la vida por sus hermanos y sus hermanas?
Quizá éste era uno de los aspectos en el plano de Dios, en esta experiencia que muchísimos han hecho: experiencia de oración, de sacrificio por un hermano que estaba sufriendo. Me han salvado a mí, lo puedo decir; pero también, puede ser, se han salvado a ellos mismos. Han percibido cómo uno puede olvidarse de sí mismo para recordarse de los otros.
Has dicho que quieres volver a Filipinas. Se conocen pocos religiosos o sacerdotes que después de una experiencia parecida hayan podido regresar a su puesto. Han visto demasiado, conocen demasiada gente implicada en las tratativas, conocen demasiados sitios que deberían permanecer ocultos, etc. ¿Estás ya pensando en el futuro?
Aún tengo mucho entusiasmo. Quiero regresar. Desearía volver a Dimataling, en Mindanao. Pero acaso sea más prudente permanecer un tiempo fuera. Veremos. De todos modos regresaré. Depende también de nuestro grupo, de nuestros superiores. Acaso volveré, pero a otros lugares, a un área más lejana.
He ofrecido a Dios mi disponibilidad para ayudar en el futuro, si así Él lo quiere, a algunas de estas personas a normalizar sus vidas. Sobre todo a algunos jóvenes de 17 / 18 años que me han dicho: «Padre, esta vida no nos va bien, queremos estudiar». Quien sabe si un día no pueda ser útil a algunos de mis secuestradores, si Dios quiere.
Me gustaría volver a ver a quien yo llamo «Comander Ustad» (significaría seglar comprometido en la religión), es decir, uno de los comandantes del grupo que me ha retenido. Un hombre que conocía muy bien su religión y que me ha mostrado sentimientos muy bellos respecto a las religiones y a mí mismo. Si los fundamentalistas islámicos fueran como él, creo que no debería haber ningún motivo para tener miedo del Islán. Me ha encantado dialogar con él sobre su religión. También se ha interesado en ayudarme. Naturalmente también él ha seguido la estrategia del grupo, pero siempre fue honesto al decirme: «Sobre esto no puedo hablar». Conmigo ha actuado correctamente y me ha mantenido en vida con la esperanza, confirmándome que la fe islámica es fe abrahámica, y por tanto profundamente afín a la fe cristiana. Así lo he percibido en él.
En él he reconocido esta misma experiencia de fe.
Si tú hablas de la fe de Abrahán, que podría ser un punto de encuentro entre fe cristiana y musulmana ¿cómo la describirías?
Esta gente acepta todo el peso de los mandamientos de su religión, que son muy exigentes, sólo porque creen y obedecen a Dios con fe simple. En perspectiva cristiana sería como S. Francisco, que decía: Acoger el Evangelio «sine glossa», es decir, sin hacerse razonamientos. Una fe que hace decir: Sí, yo no entiendo, pero Dios sabe. Dios sabe qué cosa esta bien y qué cosa está mal para mí. Y si hago un sacrificio, Dios garantizará la fecundidad de este sacrificio. Esta es la estructura de su fe. A mi modo de ver, esta experiencia y práctica de la fe también vale para mí. Por ejemplo, en todos aquellos seis meses, sabía que Dios estaba preparando algo nuevo. Ahora después de haber sido liberado, entiendo que ha tenido sentido esperar seis meses para que todo pudiera ser llevado por Dios a cumplimiento.
He leído en tus primeras entrevistas que el contacto con la naturaleza te ha agradado tanto. Además parece que, físicamente, gracias a esta experiencia de naturaleza pura, te encuentres mejor que antes.
El primer consuelo para mí ha sido Dios y la oración. La segunda consolación ha sido la naturaleza. Una cosa estupenda. Los dos primeros meses hemos estado cerca de la costa, en un bosque de manglares, árboles que crecen en el agua del mar. Un ambiente marino con tantos peces que pasaban bajo nuestros pies y tantos hermosos pájaros. Hemos vivido como los monos en los árboles por dos meses. Después nos hemos desplazado hacia el interior, hacia la floresta tropical con grandísimos árboles y otro tipo de animales. Dentro de esta floresta tropical nos hemos movido mucho. Todo me parecía tan hermoso que no sentía ni miedo, aun cuando esta gente caminaba en pie de guerra, porque todo hablaba alrededor nuestro de paz, de amor, de la abundancia de dones de Dios para con nosotros. Me ha sucedido en tantas ocasiones compartir estos sentimientos con mis secuestradores. Recuerdo por ejemplo a un hombre, el único anciano del grupo, de unos sesenta años. Por la tarde había un período en que teníamos un poco de tiempo para charlar, nos sentábamos y contemplábamos el atardecer que iba llegando, las luces del ocaso, las estrellas que asomaban, la frescura, el canto de los pájaros. Hay una pájaro que canta siempre. Por la mañana pareciera gritar: «¡Arriba, hay que levantarse!», y después por la tarde vuelve a cantar con el mismo tipo de grito: «¡Preparaos, que llega la noche!». El anciano me decía: «Padre, quién es el que manda al sol, a la luna, quién ha hecho estas cosas bellísimas, ¿no es Alá?”. Y yo le respondía: «Cierto». No lo decía él con actitud de querer indagar mis sentimientos, lo decía propiamente con un espíritu de contemplación. ¡Hermosísimo! Me ha conmovido. Y también porque sus sentimientos eran perfectamente los mismos en él y en mí.
¿Y si él decía Alá, no querría decir «Es Alá, y no tu Dios?»
No, creo que no. Creo que también ellos tenían clara la percepción que nuestro Dios es el mismo. Naturalmente, a veces hemos estado tentados a discutir de teología. Especialmente sucedió con una persona que vino de un grupo externo. Probablemente había estudiado algo de teología católica y me lo propuso como un desafío. Por un momento he aceptado el desafío, por cambiar, por diversión. Después ha querido arrastrarme a una discusión sobre la Trinidad, pero no he querido entrar en ella. Cada discurso sobre Dios parte desde una opción de fe, y si no se comparte este mismo punto de partida, es decir, la fe islámica o la fe cristiana, se corre el riesgo de discutir sin llegar a entender en el otro su experiencia de Dios.
¿Según tú, no sólo has descubierto alguna cosa de su fe, sino que también ellos han podido, quizá no en modo profundo, descubrir alguna cosa en común entre tu fe y la suya?
Exacto. Al menos es lo que yo espero, pero no tengo la certeza. Espero que al final hayan experimentado una cierta forma de fraternidad conmigo, de comunión, garantizada por Dios. Para ellos, los cristianos son los hermanos mayores, como para nosotros los hebreos. Les precedemos, y por tanto los cristianos no tienen la totalidad de la revelación que alcanza la plenitud en el Corán, aseguran.
Las circunstancias de la liberación están un poco oscuras, para nosotros ha sido un momento inesperado. ¿Cómo fueron las cosas?
Puedo decirte que unas dos semanas antes de la liberación el «Comander Ustad» volvió después de dos meses de ausencia, al improviso, diciendo: «Padre, yo no pensaba ya volver al grupo, pero improvisamente me he visto envuelto en las tratativas. Parece que, finalmente, el gobierno se haya implicado y esta vez sea la decisiva, Ahora se trata de escribir esta carta y registrar una cassette con las condiciones que pedimos» (carta del 16 de marzo). Y el Miércoles Santo por la mañana, improvisamente, me informan que seré liberado. ¡Finalmente liberado! Estábamos esperando que alguno de fuera viniese por mí a llevarme. Habíamos esperado demasiado. Por la tarde, a las cuatro, me han hecho partir. No he podido ni siquiera saludar a todos. En aquel momento pensaba que era la marcha para la liberación. Salí con un pequeño grupo de personas, unas diez. Caminamos velozmente durante tres horas. Me habían quitado todo. No me habían dado nada en mano para facilitar el camino. En cambio ellos llevaban las mochilas y las armas. Fue un camino muy fatigoso. Después llegamos a un sitio donde era imposible el paso. Me han dicho: «Hay soldados, no podemos pasar». Nos hemos retirado, todavía una hora de camino para encontrar un puesto donde pasar la noche. Hemos dormido allí y muy temprano hemos regresado al campo. Era Jueves Santo. Un intento fallido.
De nuevo, al improviso, el Domingo «in albis», el 7, me informaron que, después de comer, partiríamos. A la una, todo el grupo se ha unido junto a los que quedaban del otro grupo. Entre todos éramos 35. Hemos caminado desde la una a las seis, pero cambiando de ruta con respecto a la seguida el Miércoles Santo. Nos hemos detenido en un punto y he comido lo que habían preparado para comida. Me han liberado de las cosas que llevaba conmigo. A las 6:45 de la tarde, partía de nuevo con un grupo reducido, más dos guías que venían de fuera. Éramos unos diez. He caminado desde las siete de la tarde hasta la una de la noche. Un camino muy fatigoso, muy difícil, tanto que casi estaba enfurecido porque no lo lograríamos. Además una parte del grupo se había perdido. Teníamos que pararnos para esperar aquella gente. Creíamos que el encuentro debía ser a las once, pero a esta hora estábamos aún lejos del objetivo. Después escuché que, el punto de encuentro, estaba más lejos de cuanto pensaban ellos. Hemos caminado, caminado, caminado... Pude hablar con quien comandaba al grupo. Algunos renunciaron a continuar con nosotros porque estaban cansadísimos. Deberían volverse atrás para no caer en manos de la policía. Y dije al comandante: «Mire, no piense que yo puedo volverme atrás. Estoy cansadísimo. Sólo puedo caminar hacia adelante, no tengo ni la fuerza psicológica ni física para volver atrás, sólo me queda la fuerza psicológica para ir hacia adelante. O me liberais esta tarde o no me liberaréis nunca. Por tanto, yo quiero seguir, de otro modo no colaboraré con vosotros, por tanto buscad el modo de llegar al objetivo. ¡Nada de volver atrás!». Puede que, al fin, mi postura haya tenido su peso.
Ellos podían mantenerse en contacto con alguien de fuera por el teléfono vía satélite. Probablemente estaban en contacto con la ambulancia que, después, vino a recogerme. Finalmente, hacia la 1:30 o 1:45 de la noche, llegamos cercanos a una carretera. Han llamado a la ambulancia. Me han hecho cambiarme de ropa. Me han dado otros vestidos. Me han controlado y me han quitado todo lo que tenía. Tenía, por ejemplo proyectiles que me habían regalado y que deseaba conservar como recuerdo. Todo me lo quitaron. Me dejaron sólo las llaves del convento. La única cosa que llevaba conmigo desde el principio al fin: un llavero con la imagen de S. José y Jesús trabajando en la carpintería. Alrededor de las dos ha llegado la ambulancia. El comandante me ha cogido por la mano. En la ambulancia había cinco hombres que se han identificado como de la policía. Dos o tres venían de Manila, los otros eran de la zona. El comandante me ha hecho correr por la carretera, él junto a mí. Uno de la policía me ha cogido inmediatamente y me ha acompañado hasta la ambulancia rápidamente. Un segundo se ha puesto detrás de nosotros y nos ha escoltado. Un minuto después del encuentro partíamos con la ambulancia.
Hemos hecho cuatro horas de coche. Hacia las seis de la mañana llegamos a Dipolog City. Me han hecho encontrarme con varias personalidades de la policía. Tras un pequeño control médico y después de 45 minutos, me han hecho subir a un pequeño avión de la policía y nos hemos dirigido hacia Manila. En Manila, en el aeropuerto, nos hemos entrevistado con políticos. Me han dicho: «Padre, ahora vamos a un encuentro con la Presidente, junto a ella estarán los periodistas. Por favor, no haga grandes discursos. Diga sólo gracias y no se deje instrumentar».
De hecho las noticias de tu liberación eran bastante dramáticas: se hablaba de combates, de la presión militar sobre el grupo, y que los secuestradores te habrían dejado libre para huir después.
En realidad todo ha estado más tranquilo. Puede darse que los militares presionaran porque, efectivamente, había un cierto miedo de que llegasen. En la última semana nos retiramos varias veces y cambiamos de puesto en varias ocasiones. Después la misma gente del grupo me confirmó que cuatro de ellos habían sido arrestados. Tenían miedo de que estos hablaran. Por tanto pudo darse que una presión militar haya facilitado la liberación.
Superado un momento difícil en la vida, hay quien llega a descubrir el mensaje, la llamada que Dios nos ofrece en el vivir el sufrimiento, la angustia, la inseguridad &emdash;a veces en una sola frase&emdash;. ¿Podrías decirnos, si quieres, el mensaje que Dios te ha dirigido a través de todo lo que te ha pasado?
Para esto volvería a las frases, a los slogans de nuestra espiritualidad. La frase decisiva para mí es: «abandono». Abandono porque es el modo más verdadero, más profundo, más eficaz para que se realice la otra expectativa de nuestra espiritualidad: «Adveniat Regnum Tuum», para que se realice el Reino de Dios. No debemos sólo convertirnos de nuestros defectos, de nuestros egoísmos, debemos convertirnos también de nuestras virtudes. Sucede en una espiritualidad plenamente madura y adulta, que vivamos totalmente abandonados en manos de Dios, en el gran misterio de la pobreza, de la insuficiencia, de la propia y reconocida incapacidad de autogobernarnos. Aspectos que he experimentado plenamente en estos seis meses. He sido una persona activa en mi vida, he sido protagonista de la misma. En este momento, en el que he vivido una total impotencia en todo, hasta el punto de no poder garantizar mi futuro, mi mañana, he llegado a ser finalmente un instrumento: «Cuando soy débil, es entonces cuando me siento fuerte». Esta frase de S. Pablo reasume la experiencia cristiana adulta.
¿No tienes miedo, después de este tiempo fuerte, que será muy difícil vivir tus hallazgos en la vida cotidiana, religiosa y fraterna?.
Es una gran verdad. Será la prueba, el test de que la humildad alcanzada en estos meses se convierta en una condición estable en mí . Veremos, confío en esta posibilidad.
Creo que he sido afortunado por haber sido entregado en manos de un grupo fundamentalista. No hablo de todos los fundamentalistas. De haber caído en manos de una kidnaping-gang, probablemente a estas horas estaría ya muerto. En cambio he caído en manos de personas que me decían: «Sabemos que hay Uno encima de nosotros. Sabemos que hemos cometido un pecado contra la ley y mandamientos». Para explicármelo me decían: «Comer carne de cerdo para nosotros está prohibido, pero el día que estemos muriendo de hambre lo comeremos. Porque el primer mandamiento es la supervivencia. El segundo obedecer a los otros mandamientos. Te hemos raptado porque tenemos necesidad de sobrevivir, de comprar armas para nuestra defensa y para la realización de nuestro objetivo, esto es, la liberación de Mindanao del gobierno de Manila. Sabemos que es un abuso, pero buscamos no añadir a éste, otros abusos». Así que estoy convencido que, en el caso de que yo hubiera caído en manos de unas gentes para las cuales Dios no es una realidad en su vida cotidiana, la cosa habría sido mucho peor para mí.
En su carta a la Familia Dehoniana, después de tu liberación, el P. General ha identificado ya algunos puntos, que manifiestan la fecundidad de la experiencia de tu secuestro para toda la Familia Dehoniana. ¿Qué piensas tú sobre cuales podrían ser los frutos de esta experiencia más allá de tu propia persona?
En efecto, de este tiempo como un tiempo de gracia, ya he hablado bastante. Pienso que este secuestro, no es sólo experiencia mía, sino de tantos otros. Podría incluso tener un significado para nuestra misión en Filipinas. Hemos pasado en los últimos años momentos difíciles en nuestro grupo. Quizá esta experiencia común podría ayudarnos a purificarnos y reconciliarnos. Más allá de la alegría por la liberación deberíamos, acaso como grupo, continuar interrogándonos sobre el mensaje de Dios para nosotros.
Creo además que, a nivel de la Iglesia local, también se derive alguna fecundidad por este secuestro. Hombres y mujeres de distintas confesiones cristianas se han reunido para rezar por mi liberación. Lo han hecho por primera vez en la historia. Y ahora continúan reuniéndose pidiendo por tantos otros en semejantes condiciones difíciles.
Además, lo que ha sucedido, quizá también ha ayudado a nuestros candidatos jóvenes a la vida religiosa, a esclarecerles que esta opción de vida no es búsqueda de bienestar, tranquilidad y seguridad, sino más bien que comporta un riesgo, el de seguir el destino del «Maestro», pobre y crucificado.
Es importante, para mí y para todos, ver este acontecimiento con los ojos de la fe, es decir, no sólo como un drama superado, sino como un tiempo de gracia, cuyo sentido, cada uno y cada grupo, están invitados a descubrir.
(Interview by Fr. Stefan Tertünte, scj)
(Traducción del italiano: E.J. Mtz. de Alegría scj)